Preppers platenses: los que se alistan para sobrevivir a cualquier catástrofe
Edición Impresa | 26 de Octubre de 2025 | 02:08
Alejandra Castillo
alecastillo95@hotmail.com
Un apagón, un golpe, y una noche cualquiera que, en un instante, se vuelve la antesala de los días más raros de la historia. Así arranca El Eternauta, la serie que meses atrás fue furor en Netflix, basada en una historieta que Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López publicaron en 1957, imaginando un mundo a merced de una nieve tóxica que mata a millones. Los protagonistas son Juan Salvo y un grupo de supervivientes argentinos, que deben combatir la amenaza invisible con lo que tienen a mano.
Podría decirse que ésta es la filosofía que guía a los “preparacionistas”, no porque crean posible que ejércitos alienígenas lleguen a dominar la tierra, pero sí en la chance cierta de una catástrofe ambiental, una guerra o un virus inesperado. De hecho, hace seis años uno paralizó al mundo.
En definitiva, son personas que se alistan para una catástrofe colectiva o una emergencia individual, anticipándose con conocimientos, herramientas y suministros.
Emilio Rodriguez nació en CABA, pero, como él mismo cuenta, vivió en el campo, recorrió provincias y otros países, antes de afincarse en La Plata. Hoy reside junto a su mujer y cuatro hijos cerca de la estación de trenes, en una casa que dispone de un cuarto provisto de herramientas, mochilas, equipos de comunicación y un largo etcétera. Hay también bidones de 22 litros con agua y raciones de comida, que les permitirían permanecer a resguardo allí dentro por unos “tres o cuatro meses”, calcula.
“Cuando tenía 10 años me fui de campamento con unos amigos y con unos pesitos que había juntado me compré una linterna. Nos sirvió muchísimo”, relata este hombre que fue boy scout y es instructor de tiro desde el año 1999. No son datos sueltos. Lo definen.
Hay quienes ubican las raíces del preparacionismo en la costumbre europea de almacenar alimentos e insumos para paliar las hambrunas de las guerras de la primera mitad del siglo XX, pero la Guerra Fría y las posibilidades ciertas de una guerra nuclear, lo afianzaron como movimiento.
En 1979, el gobierno de Jimmy Carter, creó en Estados Unidos la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), que promueve la preparación civil ante catástrofes y le imprimió a los preppers la fama de pro armas. En ese país, más de 20 millones de personas practican preparacionismo. En el nuestro serían unas 7000, aunque podrían superar los 20 mil quienes lo hacen de manera ocasional o como hobby.
Rodriguez calcula que en la Ciudad habría un centenar de personas que están al tanto de esta movida. Justamente, él creo el grupo de Facebook Preppers y supervivencia La Plata después de la inundación de 2013, ya que, si bien no fue un damnificado, estuvo cerca de quienes sí la padecieron asistiendo a muchos de ellos junto a su esposa Eva. Entiende que es bueno “prepararse para ayudar a los demás y armar comunidades en caso de que la sociedad caiga”. No habla del fin del mundo, como otros preppers. “No se va a terminar”, apunta, pero es consciente de que se puede poner feo.
“El movimiento cobró empuje en todo el mundo después del 2001, por catástrofes naturales como el huracán Katrina (2005) y porque la gente entendió que la realidad estaba cambiando y se puso violenta, pero en Norteamérica ya guardaban alimentos en los sótanos desde la guerra de Secesión (1861-1865)”, contextualiza Emilio, para explicar que “las personas se preparan de acuerdo a su geografía, clima y sociedad”.
“No es lo mismo un prepper de ciudad que uno que vive en un bosque”, insiste. Él se autodefine como un experto en supervivencia urbana, mientras muestra varias mochilas negras acondicionadas contra la pared de lo que llama, un poco en broma, un poco en serio, su “búnker”.
Cada una de esas mochilas está preparada con un propósito. La de escape o emergencia tiene agua, alimentos, un botiquín de primeros auxilios que incluye hasta un torniquete, cobertura para la lluvia o el frío, un handy con su frecuencia para comunicarse con otros preppers de La Plata, entre otros elementos. Tiene también una de campamento y otra para EDC (every day carry), con objetos que ayudan a solucionar problemas cotidianos: “Si me voy a Capital, por ejemplo, llevo ésta, con un botiquín, abrigo por si te ponen el aire acondicionado en el micro, agua, linterna, lapicera y block de notas”, menciona.
Tiene también siempre a mano una pinza multifunción, “que te puede sacar de muchos apuros” y alguna pulsera paracord que él mismo fabrica con dos metros de cuerda, porque “sirven para todo”.
Menciona en este punto a Dave Canterbury, un preparacionista norteamericano que diseñó la regla de las 5 C, con elementos esenciales para sobrevivir en la naturaleza: una herramienta de corte, combustión, cubierta, contención de agua o alimentos y cordaje. “Las cuerdas te sirven para todo”, insiste, “podés armar refugios, hacer ataduras, utilizar para escalar, mover objetos”.
Explica que cada uno de los elementos que se ven cuidadosamente ubicados en paredes, mesas o repisas, tiene su función. Hay cantimploras, kits de traumas, pañuelos árabes, cuchillos, hachas y cachiporras, muchos de los cuales diseñó y fabricó él mismo. Tiene también armas de fuego, aunque no a la vista. Y arcos y flechas: “En la ciudad no sirven, pero me gusta practicarlo como deporte y es bueno saber usar armas primitivas porque quizás en la naturaleza debas improvisar para sobrevivir”, comenta.
LO VIEJO FUNCIONA
Mientras conversamos sobre supervivencia, Eva nos acerca vasos con agua helada. Casados desde hace 17 años, ensamblaron familias y tuvieron una hija, hoy de 13 años. “Siempre compartimos una idea bastante parecida respecto al preparacionismo”, dice Emilio, “a ella le gustó lo que yo hacía y a mi me fascinó lo que ella sabia”. Pastelera especializada en cookies y alfajores, Eva se dedica a procesar y guardar los alimentos en la casa, además de tener una base sólida en “curaciones y primeros auxilios, porque estudió medicina”.
De este modo, toda la familia sumó a su cotidiano los protocolos preppers. Cuando salen a caminar llevan sus mochilas para acostumbrarse al peso. Suelen cenar sin luz, o prepararse para un desabastecimiento de comida.
“A los chicos les gusta -suma Emilio-, cada uno tiene su propia mochilita”. Y saben qué tienen que hacer en caso de emergencia. No habla de grandes catástrofes, sino de siniestros que pueden desencadenarse en cualquier momento, como un escape de gas, un incendio, un derrumbe. En la casa hay raciones militares que puden durar entre 3 y 5 años (“en un lugar fresco, sin contaminantes, hasta 10”, asegura Emilio), linternas operativas, pilas cargadas y a mano, radios y equipos de comunicaciones.
“Es que si se llega a caer todo, lo que siempre funciona son las radios”, resalta Emilio, y la referencia a El Eternauta, de nuevo, llega sola. “Esa historia me partió la cabeza de chico- reconoce-, pero es verdad. Autos como los Tesla, que son fantásticos, dejan de funcionar si llega a ocurrir un PEM”. Se refiere a un pulso electromagnético o ráfaga de energía electromagnética que puede dañar los equipos electrónicos. “En cambio, vos le ponés nafta y agua a una Ford F 100 de los ‘70, ponés primera y salís. Lo viejo siempre funciona. Y la vieja escuela también”.
LOBOS Y CORDEROS
Rodriguez da cursos de supervivencia urbana para aprender, de nuevo, “a caminar en la calle”, asegura, convencido de “que el hombre moderno ha perdido olfato, visión y noción situacional o capacidad para observar el entorno”. Alude a los peligros agazapados en las grandes ciudades, donde conviven lo que llama “lobos y corderos; los que andan mirando vidrieras o el celular y los otros”, pendientes de cómo sacarles provecho a los primeros.
Cuenta que él mismo se prepara perfeccionando sus técnicas con cursos actualizados de rcp, trauma y uso de torniquete táctico para parar hemorragias.
“Esto es una forma de vivir que mucha gente debería abrazar, no porque se vaya a terminar el mundo, sino para que una situación de supervivencia no te tome de improviso, ya que nadie está exento de vivirla. Los preppers no somos fatalistas o negativos que vivimos paranoicos, al contrario. Estamos un paso adelante que la mayoría de las personas, preparados a conciencia por cualquier cosa que pudiera pasar”. Y cierra: “siempre es mejor tener herramientas y no precisarlas, que precisarlas y no tenerlas”
“SIEMPRE ESTOY COMUNICADO”
Alejandro Basterretche (45) es periodista y radioaficionado desde 1996, cuando no había celulares pero sí la chance de estar comunicados con personas de todo el mundo, todo el tiempo. Dueño de una casa rodante e integrante del Rancho Móvil La Plata, su padre le transmitió aquella pasión con el equipo de radio que tenía montado en su camioneta: “Yo la prendía y me ponía a hablar con gente más grande”, recuerda, como fijó en su memoria aquella vez que el handy les facilitó tremendamente las cosas. Tenía 12 años y viajaban en casa rodante por Paraná: “Mi mamá se sentía mal y hablábamos de vehículo a vehículo buscando una farmacia de turno. No había GPS, celulares, ni nada”, relata, pero un local los escuchó desde su equipo de radio y terminó guiándolos a la farmacia, además de ofrecerles un terreno para pasar la noche con sus vehículos.
Muchos años más acá en el tiempo, aquel tremendo 2 de abril de 2013, con las comunicaciones caídas y la angustia de no saber qué suerte corrían sus padres a 10 cuadras de su casa, Alejandro logró conectar un handy con la antena del techo y “confirmar que estaban bien”. Esa experiencia extrema lo puso en contacto con los preparacionistas locales, de arranque por un interés periodístico, que no tardó en volverse personal: “Conecté por el lado de las comunicaciones, porque veía a mucha gente que se compraba equipos y no los sabía usar. Recomiendo ir a un radioclub, hacer un curso de radioaficionado y tener licencia para usar el espectro radioeléctrico”.
Asegura que “no necesitás una gran estructura o invertir muchísima plata. La antena es lo principal y con elementos cotidianos te podés armar una”. Con eso, insiste, la comunicación es posible desde cualquier sitio, hasta el más remoto.
Además de tener su equipo siempre preparado con las frecuencias que puede necesitar (no sale de viaje sin él), después de la inundación Basterretche alistó la llamada mochila de 72 horas, “porque uno nunca sabe qué puede pasar. Por lo menos me llevo algo para comer, tomar y cambiarme de ropa; lo básico”.
“Y si tengo un handy, siempre habrá alguien del otro lado para estar comunicado”.
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