Antidepresivos y jóvenes: alarma la escalada en el uso de psicofármacos
Edición Impresa | 23 de Noviembre de 2025 | 03:44
Un especialista atiende todos los días cuadros que se repiten: consultas por tristeza persistente, ataques de ansiedad, dificultades para dormir, irritabilidad, desgano.
Lo que observa en su consultorio aparece también en estadísticas, en salas de espera y en las conversaciones familiares. “Si bien no es fácil acceder a datos oficiales, el consumo de psicofármacos se ha ido incrementando, particularmente el universo de las benzodiacepinas —mal llamados tranquilizantes— y los antidepresivos”, afirmó, en diálogo con EL DIA, Diego Sarasola, médico especialista en Neuropsiquiatria y Director del Instituto de Neurociencias Alexander Luria.
Según él, el movimiento no es leve. “Los estudios internacionales coinciden en que desde la pandemia su consumo ha crecido de modo significativo, por encima del resto de los fármacos”, advirtió.
Es así que Sarasola precisa un dato que ilustra el cambio de escala: “Datos de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) indican que en general el aumento del consumo de estas moléculas fue hasta cuatro veces más rápido que el resto de los medicamentos, desde la pandemia”.
Adolescentes
No se trata sólo de adultos, ni de personas ya tratadas. También, y cada vez más, adolescentes. “Se ha referido en distintos países un aumento de hasta el 250% del consumo de estos fármacos en la adolescencia”, dijo. Para él, el fenómeno es “polifactorial”: consecuencias del aislamiento, deterioro socioeconómico, incertidumbre y una presión continua que se sostiene en el tiempo.
Los antidepresivos más usados hoy pertenecen a un grupo que se conoce como Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS). “Hay que destacar que si bien se llaman antidepresivos, estos fármacos constituyen un grupo heterogéneo de moléculas que tienen aplicaciones más allá de la depresión”, explicó. Se usan en trastornos de ansiedad, Trastorno Obsesivo Compulsivo y algunos tipos de dolor. Y además recordó: “Todos los antidepresivos, como el resto de los psicofármacos, deben ser recetados con receta archivada”.
contexto
La expansión del consumo se da en un sistema tensionado. Especialistas que trabajan con niños y adolescentes advierten un aumento sostenido en la llegada de menores con síntomas depresivos y ansiosos severos. Muchos llegan medicados sin un seguimiento profesional adecuado, algo que Sarasola identifica como un riesgo.
“Si el fármaco es prescripto por el profesional con un adecuado diagnóstico, esto debería afectar de modo positivo al paciente”, dijo Sarasola pero señaló un punto crítico: “Muchas veces el escaso tiempo de consulta o una cultura de acudir a una solución rápida puede llevar en algunos casos a un sobrediagnóstico y por tanto un uso excesivo”.
La situación se repite en hospitales y en consultorios privados. Otros especialistas observan que “muchos pacientes llegan al consultorio y cuentan que toman medicación con escasa recomendación del personal de salud mental”, contó uno de ellos. Los datos acompañan esas percepciones. En 2023 se dispensaron 54,5 millones de unidades de psicofármacos en el país, con un crecimiento del 111% en la categoría de antidepresivos en los últimos cinco años. Los principios activos más consumidos, como la sertralina y el escitalopram, registran subas anuales del 10 al 12%.
Libido y otras consecuencias
Sarasola señala que algunos de los antidepresivos más usados pueden generar efectos sexuales adversos. “Pueden afectar la libido y a veces traer como consecuencia disfunciones eréctiles o retraso en el orgasmo”, explicó. Pero aclaró que no se trata de efectos permanentes: “Ninguna de estas situaciones es irreversible, ni se produce siempre que uno consuma estos medicamentos”. Su recomendación es clara: “Lo ideal es consultar al médico tratante si alguno de estos síntomas se produce, antes de realizar por cuenta propia un abandono del tratamiento”.
Las causas detrás de este crecimiento no se limitan a cambios individuales. Sarasola describió un escenario social que actúa como combustible: “El auge de las redes sociales, la mayor dependencia del celular, los trabajos que impiden la desconexión o la falta de ellos. Todo contribuye a un aumento de estos cuadros”. Lo que ve en consultorio confirma una deriva que preocupa. “Lo que se ve en consultorio es un aumento explosivo de las consultas por trastornos depresivos y de ansiedad. La sensación colectiva de incertidumbre y desesperanza tiende a reforzar este tipo de trastornos”.
Mientras tanto, otros especialistas advierten que la respuesta del sistema a ese aumento de demanda no siempre es integral. En escuelas y hospitales públicos la medicación suele aparecer como la vía más rápida para contener síntomas urgentes. “Muchas veces la respuesta del sistema —presionado, saturado y sin recursos suficientes— es la prescripción inmediata de medicación”, describen psicólogos que trabajan con población infantojuvenil. Lo que falta, coinciden, es un acompañamiento sostenido que incluya psicoterapia, trabajo comunitario y redes de apoyo.
automedicación
El Observatorio de la Deuda Social de la UCA reveló que en 2023 un 26,7% de la población experimentó síntomas compatibles con trastornos depresivos o ansiosos. Las mujeres jóvenes entre 18 y 30 años son el grupo más afectado, pero la tendencia se extiende hacia la adolescencia. La Encuesta Nacional de Salud Mental calcula que el 5,7% de la población padece depresión diagnosticada, aunque los psiquiatras advierten que hay subregistro, falta de acceso y diagnósticos que no llegan a formalizarse.
El crecimiento de las consultas se acompaña con un incremento de automedicación. “De manera cotidiana recibimos casos de personas que consumen psicofármacos sin receta ni seguimiento”, afirmó el psiquiatra Ricardo Corral. Esa práctica puede encubrir enfermedades que requieren otro tratamiento. Un ejemplo: cuadros de hipotiroidismo que se confunden con depresión. También implica riesgos de dependencia y abstinencia en el caso de benzodiacepinas.
En ese contexto, algunos profesionales llamaron a reforzar la idea de diagnóstico preciso. “No todo cuadro de tristeza es un trastorno depresivo y no todo trastorno depresivo se medica con antidepresivos”, explicó Cynthia Dunovits, jefa de la División Psicofarmacología del Hospital de Clínicas. Subrayó también la importancia de descartar causas orgánicas y evaluar si no se trata de un cuadro bipolar, en cuyo caso los antidepresivos se desaconsejan. Los ansiolíticos, por su parte, deberían usarse en períodos acotados, aunque muchas veces se consumen de forma prolongada.
El consumo adolescente preocupa particularmente. En un contexto de sobreexposición a pantallas, recompensas inmediatas y vínculos frágiles, los profesionales observan la aparición temprana de crisis de ansiedad, dificultades atencionales y conductas de riesgo. Ese escenario se combina con barreras de acceso a la atención: turnos demorados, falta de equipos interdisciplinarios y recursos limitados en hospitales públicos.
Rol de profesionales
Sarasola insistió en un punto que atraviesa toda la discusión: “Se torna indispensable un fortalecimiento del rol de los profesionales de la salud mental y una actitud más activa del Estado en las tareas de detección, diagnóstico y tratamiento”. Para él, garantizar accesibilidad a tratamientos con evidencia científica es tan importante como mejorar las condiciones para que esos tratamientos lleguen a tiempo. No se trata sólo de medicación, sino de un sistema capaz de acompañar las causas del malestar y no sólo sus síntomas.
Mientras el consumo de psicofármacos sigue creciendo, la trama de fondo se vuelve más visible. Un país con altos niveles de incertidumbre, tensiones económicas y signos extendidos de agotamiento emocional empuja a miles de personas a buscar alivio rápido. La escena se repite: consultas saturadas, prescripciones que llegan antes que las preguntas y adolescentes que entran al sistema ya medicados. En ese panorama, las palabras de Sarasola funcionan como advertencia y como marco: decisiones clínicas cuidadosas, mayor tiempo de consulta y un esfuerzo colectivo para que la salud mental deje de ser atendida con respuestas urgentes y fragmentarias.
“En el consultorio se ven más consultas por trastornos depresivos y de ansiedad”
Estudios coinciden en que, desde la pandemia, su consumo ha crecido significativamente
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