La dramática realidad en la Región ante los accidentes de tránsito fatales

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Rubén Sarlo

Abogado platense

Hace ya unos cuarenta años, un abogado argentino llamado Raúl Malimovca escribió un libro titulado “El accidente de tránsito, causa de muerte” donde definía el automóvil como un arma, lo que ya también resultaba ser el argumento de la jurisprudencia. No se equivocaba en absoluto.

En todo ese tiempo hasta el presente la tecnología automotriz fue aumentando, lo mismo que el desarrollo de velocidad de cada vehículo mecánico. Y es para lamentar que la cifra de personas que fallecen cada año en el mundo por causa de accidentes de tránsito sea de 1,19 millones de seres humanos. En nuestra región, al presente han fallecido al menos 70 personas por este motivo, y las noticias diarias parecen habernos acostumbrado a ello, sin darnos quizás cuenta que encierran un drama absoluto.

Podemos buscar y ensayar por qué causas suceden estas muertes: altas velocidades, vehículos en malas condiciones mecánicas, distracciones, omisión a las normas de seguridad en el tránsito, mal estado de las rutas y caminos, etc., etc. Sin embargo, cada vez es mayor el nefasto resultado que ello significa para las personas, sus familias y la sociedad toda. Si bien sabemos que la muerte puede sobrevenir en cualquier sitio y momento, en este caso puntual que nos ocupa, suele dejar todo arrasado.

La persona y su familia van a trabajar, hacen las tareas cotidianas, o salen a una ruta para disfrutar de un paseo todos juntos. No es previsible que suceda algo trágico como un choque o vuelco o despiste con resultado muerte. Más aún, algunos entendidos sostienen que si se tiene temor o la corazonada de que algo malo puede suceder, no se haga el viaje. Pero cuando sucede lo impensado el resultado es devastador.

¿Cómo pensar en mejorar esta situación? No es sencillo pero tampoco imposible. Aunque todo parte de la conducta individual de quienes conducen vehículos en el tránsito callejero cotidiano. Y también se suman los peatones, que si bien no ocupan ningún artefacto mecánico, también tienen obligaciones inherentes a la conducta en la calle, como por ejemplo cruzar por las sendas peatonales, poner la debida atención en las señales y semáforos y evitar distracciones.

Me turban muchos ciclistas o motociclistas que circulan por la vía pública con audífonos colocados, escuchando música o quién sabe qué, pero abstrayéndose del contorno circundante.

Una invitación al accidente con consecuencias impensadas. Y, humildemente, pienso que el tema, a pesar de ser multifacético en su origen y causas, es lisa y llanamente una cuestión de educación. Es el comienzo. No sólo deben existir controles de parte del Estado, sino que la conducta atinada debe partir de cada uno de nosotros.

“El tema, a pesar de ser multifacético en su origen y causas, es lisa y llanamente una cuestión de educación”

 

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