El “BURGUNDY” y su maridaje natural con el OLIVA
Edición Impresa | 4 de Mayo de 2025 | 05:58

En tiempos en los que la velocidad visual y la saturación de colores vibrantes parecen gobernarlo todo, algunas tendencias en las esferas de la moda de alta gama apuntan en dirección contraria. El Burgundy, ese tono profundo entre el rojo vino y el púrpura, emerge como un símbolo de permanencia, profundidad y distinción, resonando fuerte en las pasarelas más exclusivas de Milán, París y Nueva York.
Tradicionalmente asociado a la realeza y al refinamiento, el Burgundy ha sabido reinventarse lejos del fastuoso dramatismo de otros siglos. Hoy se lo ve abrazado por quienes cultivan una estética sobria pero cargada de contenido, donde cada prenda habla de intenciones claras: la solidez, el saber estar y el lujo entendido no como exceso, sino como maestría en los detalles. En esa sintonía, la alianza con el verde oliva resulta casi inevitable. El oliva, color ligado a la resiliencia de la naturaleza y al arte de la discreción militar, aporta un contrapeso terroso, atemperando la intensidad romántica y llevándolo a un terreno más orgánico, menos ceremonial y mucho más contemporáneo.
No es casual que diseñadores como Pierpaolo Piccioli en Valentino o Gabriela Hearst en su propia línea hayan jugado con esta dupla cromática en sus últimas colecciones. El Burgundy y el oliva aparecen en abrigos de sastrería amplia, trajes de tweed, vestidos minimalistas de seda lavada y chaquetas utilitarias de lujo. La clave está en combinarlos sin rigidez: un pantalón cargo de seda en oliva puede encontrar su par ideal en un abrigo de paño burdeos oscuro, mientras que un vestido gana nueva vida si se lleva con botas robustas de cuero verde oliva envejecido.
En lugares como Gstaad, en los Alpes suizos, o en el Hampton Court Flower Show de Londres, donde el lujo se celebra sin brillos obvios, este tipo de combinaciones empieza a predominar entre los invitados más discretos. Es una estética que prefiere la historia a la tendencia, y que encuentra en los tonos que remiten al vino añejo y a los bosques perennes una forma de contar una línea propia: no necesariamente aristocrática, pero sí cultural, de pertenencia a un mundo donde las cosas bien hechas y bien pensadas importan más que lo que grita a primera vista.
Detrás de esta vuelta a los colores cargados de sentido, hay también un movimiento más amplio: un llamado a reconectar con ritmos más lentos, con valores menos fugaces. En un mundo donde lo instantáneo gobierna, el Burgundy combinado con el oliva propone un estilo de vida: caminar sin prisa, elegir sin apuro, construir en lugar de consumir.
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