El delito no da tregua: a una jubilada le sacaron hasta la ropa
Edición Impresa | 18 de Agosto de 2025 | 03:34

La Loma volvió a convertirse en las últimas horas en blanco de la inseguridad.
Dos hechos volvieron a poner en evidencia la vulnerabilidad de la zona en donde los robos ya no distinguen horarios y la violencia, real o latente, acecha tanto de día como de noche.
La sensación de estar en la mira se repite en charlas de almacén, en las veredas y en los grupos de WhatsApp de la zona, donde cada nuevo hecho alimenta la alarma colectiva.
Según pudo saber este diario, el primero de los casos tuvo lugar en calle 21 entre 41 y 42, durante la madrugada.
Una jubilada de 84 años dormía en su habitación cuando tres hombres vestidos de oscuro, encapuchados y con guantes, irrumpieron en la vivienda.
Según relató, los desconocidos permanecieron cerca de una hora adentro, revolviendo cajones y muebles en busca de dinero.
Le exigían efectivo y moneda extranjera, aunque al no encontrarlo decidieron llevarse tres escopetas antiguas, cuatro cajas de cartuchos y prendas de vestir.
La víctima aseguró que no la golpearon ni la maltrataron y, que incluso se mostraron “amables”, una descripción que, lejos de suavizar la experiencia, refleja el contraste de un hecho violento que, por fortuna, no escaló aún más.
El segundo robo se registró en avenida 44 entre 16 y 17, a plena luz del día, cuando un abogado de 30 años ingresó a la vivienda de sus padres, quienes estaban de vacaciones.
Al entrar, lo sorprendió la presencia de una silla colocada debajo de una claraboya, que estaba forzada.
Inmediatamente entendió lo que había ocurrido: desconocidos habían irrumpido con fines “non sanctos”.
Al recorrer la casa, se encontró con un gran desorden y objetos tirados, prueba clara del paso de los intrusos.
Prefirió no tocar nada y llamó al 911, antes de dar aviso a sus padres.
Los ladrones se alzaron con una suma de entre 4.000 y 6.000 dólares y una computadora portátil.
La hipótesis más firme es que ingresaron por la claraboya utilizando la silla como apoyo.
El hecho podría haber ocurrido en el lapso de dos días, cuando la vivienda estuvo deshabitada.
Una vecina aportó un dato llamativo: alguien tocó el timbre durante la noche, aunque no supo precisar la hora.
Las cámaras de seguridad de la casa estaban fuera de servicio, lo que impidió obtener registros útiles. T
Todo suma a una sensación de vulnerabilidad, que no deja de crecer.
Ambos robos, aunque distintos en modalidad y circunstancias, comparten un mismo trasfondo: la certeza de que la inseguridad avanza sobre La Loma.
Los vecinos sienten que ya no hay horarios seguros y que cualquier momento es propicio para que la delincuencia golpee.
Los adultos mayores, como en el primer caso, se muestran especialmente expuestos debido a que por un lado, los jubilados no se encuentran plenamente familiarizados con la tecnología y, por otro, lo que le sucede a la mayoría de los abuelos por el mero paso del tiempo: lentitud en los movimientos, falta de reflejos y otras complicaciones físicas.
La bronca y el miedo se mezclan con resignación en las charlas del barrio. “Acá no importa si es de día o de noche, entran igual”, deslizó un frentista, reflejando un sentimiento que se repite entre los frentistas de La Loma.
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