El príncipe Felipe se casó con la periodista Letizia Ortiz. Los ojos del mundo sobre Madrid

MADRID.-El príncipe Felipe de Borbón y Letizia Ortiz se casaron ayer en la catedral de la Almudena en presencia de más de 1.600 invitados, en una sobria ceremonia sin lágrimas ni beso de novios, mientras miles de madrileños aguardaron bajo la lluvia el paso del cortejo nupcial en un Madrid engalanado y blindado por la policía.

"Sí, estamos decididos", respondieron los novios al cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, oficiante de la ceremonia, cuando éste les preguntó: "¿estáis decididos a amaros y respetaros durante toda la vida?".

"Yo, Felipe, te recibo a ti, Letizia, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida", dijo el heredero español, tomando las manos de su ya flamante esposa, quien repitió la misma fórmula.

Don Felipe, de 36 años, nacido en Madrid, llegó a la catedral antes de las 11 de la mañana (hora de España, las 6 en Argentina) atravesando a pie el Patio de la Armería desde el vecino Palacio Real con su madre, la reina Sofía, bajo una lluvia incesante, mientras repicaban las cinco campanas de la Almudena.

Veinte minutos después y bajo una lluvia diluviana, la novia, de 31 años, oriunda de Oviedo (Asturias), llegaba en un Rolls Royce negro acompañada por su padre y padrino, Jesús Ortiz, sus damas de honor y seis pajes, sobrinos de los contrayentes.

En el altar y mientras sonaba el concierto para órgano opus 7 número 3 de Haendel, la esperaba un emocionado príncipe Felipe.

Los novios, cuya unión recibió una bendición del Papa Juan Pablo II leída por Rouco Varela, permanecieron casi toda la ceremonia con el semblante serio y un poco nerviosos, intercambiándose sonrisas y miradas cómplices, con toques de emoción pero sin lágrimas, a diferencia del príncipe Federico de Dinamarca y Mary Donaldson, cuando se casaron hace una semana en Copenhague.

Después de la ceremonia comenzó el banquete nupcial con el que fueron agasajados los 1.600 invitados en el Patio del Príncipe del Palacio Real.

Apenas concluyó la ceremonia, los novios salieron de la Catedral mientras volvían a repicar las campanas, en celebración de la boda del siglo en España.

A bordo de un Rolls Royce Phantom blindado cubierto por un techo de vidrio y escoltado por guardias reales motorizados y luego a caballo, los novios recorrieron los siete kilómetros que separan el Palacio Real de la Almudena de la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, protectora de la familia real desde 1643, donde la flamante princesa de Asturias ofreció su ramo a la Virgen.

Pese a la lluvia abundante, miles de madrileños aguardaron durante horas el paso del cortejo nupcial por la Gran Vía, la Calle de Alcalá y el Paseo del Prado, engalanadas desde hace varios días con estandartes, banderolas y flores en rosa, plata, amarillo y blanco.

El público presente en las calles de Madrid para ver a los novios fue sin embargo muy inferior al millón y medio esperado por los organizadores, que montaron un impresionante dispositivo de seguridad que incluyó 17.700 policías nacionales y guardias civiles, además de unos 200 tiradores de élite, cazas F-18, un avión radar Awacs y lanzamisiles tierra aire.

Tras el recorrido, los novios regresaron al Palacio Real, cuando se abrían claros en el cielo y empezaba a salir el sol. Antes de sumarse al banquete nupcial y posar para las fotos de familia, la pareja salió a un balcón del Palacio para saludar a un millar de personas reunidas en la Plaza de Oriente. Además de haber faltado lágrimas, los españoles se quedaron con ganas de ver un verdadero beso de novios.