15 de Agosto de 2004 | 00:00
Por AMILCAR MORETTI
Rebecca Miller, que lleva el peso de ser la hija del gran dramaturgo
Arthur Miller, es directora de cine. La semana pasada se vio "Intimidades",
su segunda película. En verdad, no la vio casi nadie. Duró sólo
una semana en cartelera.
"Intimidades" tiene una cualidad encomiable, llamativa para el cine norteamericano que llega a Argentina: muestra y trata sobre gente común, esa que no aparece nunca -pero nunca, salvo exotismos- en el cine de Hollywood que compone el 80 por ciento de lo que ocupa nuestras pantallas. Claro que nadie -o casi nadie-, en Estados Unidos y acá, concurre a ver películas como la de Rebbeca Miller, que en La Plata pasó desapercibida y aunque tuvo buena crítica duró sólo una semana con funciones con media docena de espectadores. Las grandes distribuidoras norteamericanas que dominan el negocio mundial han casi cubierto todo el espectro de intereses del público. Cierto que por un lado no entienden mucho al peculiar espectador argentino, en particular el metropolitano, que se diferencia del resto de sus hermanos latinoamericanos en esa especie de cosmopolitismo y pluralismo cultural que aún subsiste como herencia de la inmigración pese al gran operativo de uniformización mental puesto en marcha con la globalización, desde 1976 ó 1989, según se prefiera, en nuestro país. Pero, por otro lado hacen todo lo posible por entender y penetrar, y no les va mal. Han dicho: "Ah, ustedes los metropolitanos quieren un cine independiente, diferente, eso que llaman "cine arte". Bueno, nosotros se lo vamos a proporcionar, en lugar de que vengan ocupar ese nicho los franceses, los chinos o los iraníes". Así es que aparecen películas como "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos" o bien "Intimidades", la semana anterior. Son películas que en Estados Unidos tienen reducida circulación y que tampoco quiere ver el espectador medio masivo, pero no importa, en todo caso -dicen- se pueden ganar unos pesos más con el mercado culto argentino y por añadidura se incluyen como agregado obligatorio si el exhibidor quiere la entrega de las que dan grandes dividendos, por citar algunas, "Troya", "El hombre araña" o "La Pasión de Gibson (Cristo)".
Ahora bien, porqué el espectador -además de la falta de promoción mediática, en especial televisiva- rehuye las películas que muestran gente común, gente como el mismo espectador, es otra cuestión. Lo más vulgar que se argumenta es que el espectador no quiere ver en la pantalla lo que observa todos los días en su propia vida; también es vulgar y rústico (aunque a veces comprensible) la excusa de ir al cine a "divertirse" y no a pensar, razón que, por lo general, encubre la pereza para reflexionar en algún momento sobre cualquier otro orden, en realidad todos los órdenes. En este momento, me parece en cambio más confiable la idea de que el público evita películas sobre gente común y ordinaria (ordinaria, esto es, que no es extraordinaria) porque le pincha el globo de la ilusión sobre la vida norteamericana, es decir la vida norteamericana según Hollywood, donde todo y todos son lustrosos, brillantes, bronceados, rubios, tienen casas confortables y autos nuevos y están todo el día en las playas californianas. Además son siempre felices, o casi, y si hay algún conflicto, que siempre lo hay, Hollywood lo resuelve de modo feliz y lo cierra bien, como para que no queden dudas sobre que la vida es siempre segura en este principio de milenio incierto y apasionante como pocas veces.
Y ahí estuvo "Intimidades", tres historias de mujeres, todas del estado de Nueva York, dos del interior rural y pueblerino y una en Manhatan y de clase media. Salvo esta última, las otras dos mujeres protagonistas de sus respectivos episodios son de clase blanca pobre ("white trash", basura blanca, los llaman ellos), laburantes de sueldos de sobrevivencia (los mil dólares de una mesera) o jóvenes desocupadas. Rebbeca Miller, la directora de "Intimidades", es la hija de Arthur Miller (¿hace falta decir que se trata del gran dramaturgo de "La muerte de un viajante" y "Las brujas de Salem") y esposa de Daniel Day-Lewis. Miller no sólo escribe sus relatos y los publica sino que además hace sus propios guiones y con "Intimidades" da a conocer la segunda película. No sé si lo suyo es el feminismo, creo que no, pero en todo caso se interesa por sus compañeras de género, no esas señoras que se ponen locas porque un día falta la empleada doméstica sino esas otras que friegan todo el día -también locas- pero además el marido las muele a golpes delante de los hijos. O bien son jóvenes que vagan desorientadas con un hijo en el vientre y sin saber qué hacer, sólo recoger a un adolescente abandonado a la vera de una ruta lleno de heridas de alguna paliza o sesión de tortura psicopática (¿torturado por quién? ¿una patota, la policía, la familia?).
Delia, la golpeada, es una veterana treintañera que tiene el poder de poseer un hermoso y firme "culo", según se observa y subraya una voz en off. También tiene seductores pechos, que no oculta. Además, goza con el sexo; no es que tenga sexo, que es una cosa, sino que goza con el sexo, que es otra cosa. Abandona al marido y le da una buena lección al pibe cargoso hijo de la dueña del bar en que se emplea: sin vueltas lo masturba en un auto y le dice que ya tiene lo que (él) buscaba y que no le interesa. Así, de manera franca, directa, de frente, recupera su identidad, su autoestima, se convierte de nuevo en persona reconociendo su poder: el de las vaginas orgásmicas, temibles si lo son.
Greta, en cambio, es una selectora de material de editorial casada con una especie de periodista y encuestador. También la tratan por debajo de sus posibilidades. Hasta que le encargan la corrección del libro de un joven novelista laosiano de moda. Hay mucho toqueteo y masturbación y descubre que tiene buena capacidad para gozar del amor y un no muy común talento intelectual. Entonces, abandona al marido, un buen tipo, pero un poco distraído. Otra vez la mujer descubre su poder, y no sin culpa se da cuenta que es más que su hombre. Rebecca Miller parece decir que en las parejas todo es cuestión de poder, el del dinero, el de la vagina o del pene (que se escatiman o se prodigan), el del manejo de los hijos, el de la manipulación afectiva, el de los círculos familiares, o cualquier otro.
Cierra "Intimidades" el episodio de Paula, una jovencita que vive con un refugiado haitiano, negro por supuesto. Ayuda a un pibe golpeado en la calle y cuando le dice que lo va a llevar a su casa, para protegerlo, el chico huye, robándole el auto. Paula entonces descubre también su poder: su hijo en la panza, ese que ha tenido con el inmigrante negro pobre, pero que la ama y comprende. Repito: no creo que Rebecca Miller haya hecho una película feminista, que es otra cosa (porque otra cosa muchísimo más radical, "subversiva", recorre el feminismo hoy). En "Intimidades" los tipos no son todos indeseables: los hay varios normales, comunes, aceptables, agradables. Primero el haitiano, pero, claro, es pobre. También el escritor laosiano del segundo episodio, y el rabino con el que se acuesta la protagonista. Su marido mismo, aunque un poco en Babia, es un tipo amable. Hasta el padrastro gruñón de Paula, la chica embarazada, tiene sus razones. Es nada más que un laburante desconfiado de lo que le parece extraño. En última instancia, el adolescente que le roba el auto lo hace por miedo (miedo al efecto familiar, ¿qué es eso de tener una familia?) y no por maldad. Eso sí, ninguno es un "triunfador", digo, un exitoso en los términos de la década del 90, del tipo profesional o ejecutivo de corporación transnacional. A mí, Bogart, como Rick, el "perdedor" de "Casablanca" me sigue pareciendo más íntegro, más heroico, más bello, más "exitoso" (¡qué palabra fea!) que estos ganadores sobrevenidos en modelos después de 1989.
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