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Cómo se vive en una base antártica (Nota 3)

La experiencia de un científico platense en la estación McMurdo, el mayor destacamento estadounidense en la Antártida, ubicado en la latitud más austral a la que un buque pueda llegar

Cómo se vive en una base antártica  (Nota 3)

Cómo se vive en una base antártica (Nota 3)

24 de Febrero de 2008 | 01:00
Por Jerónimo Pan*

Nuestro viaje de investigación por el mar de Ross, nos ha traído en dos oportunidades hasta los 77°50'S de la estación norteamericana McMurdo. En la primer oportunidad, hacia fines de enero, llegamos a puerto luego de una travesía de tres semanas, tras la que cambiamos miembros de la tripulación y grupos científicos, y nos reaprovisionamos antes de emprender la segunda etapa de nuestra campaña. Hoy nuestro viaje de estudios acaba en McMurdo, tras haber navegado otras tres semanas por el mar de Ross.

La estación McMurdo, situada en el extremo sudoeste de la isla Ross, fue construida en 1955-56 como parte de las exploraciones polares "Operation Deep Freeze". El primer asentamiento en esta localidad data de enero de 1902, cuando la expedición Discovery de Robert F. Scott pasó el invierno en el primer intento serio de alcanzar el polo Sur (ver recuadro). Con los años, McMurdo se ha convertido en el mayor de los tres destacamentos estadounidenses en la Antártida. Tiene capacidad para albergar a unas 1100 personas en la temporada estival, de las cuales poco menos que un cuarto permanecerá durante el largo invierno antártico. El resto de los actuales residentes están próximos a partir a medida que escribo estas líneas. Un campo de hielo aledaño funciona como pista de aterrizaje para los aviones Hércules que aprovisionan al continente, siendo en la actualidad el aeropuerto con mayor número de vuelos de la Antártida.

SENTIMIENTO DE COMUNIDAD

McMurdo es probablemente uno de los rincones más curiosos del planeta, una suerte de comunidad de expatriados voluntarios. Es la latitud más austral a la que cualquier buque pueda llegar navegando y, por qué no, una vía de escape del resto de la civilización. Es fácil imaginar que todo en esta localidad es temporario: la mayoría de los estacionados sólo pasan una temporada de 3 meses de sus vidas aquí; el que más, pasa unos 9 meses consecutivos. Nosotros sólo tocamos puerto para volver a partir. Así y todo, a través de más de un siglo varias generaciones han intentado dejar una huella permanente de su paso en el desolado ambiente. Aún se alza en pie la cabaña de madera que Robert F. Scott construyera hace más de 100 años, y muchos de los galpones dispersos por las colinas de roca volcánica de la isla Ross pertenecen a la primera camada, construidos con motivo del Año Geofísico Internacional y el auge de investigación antártica que este suscitara.

Aquellos estacionados en McMurdo llevan una vida normal en la que predomina un fuerte sentimiento de comunidad. La concientización de que viven en una pequeña gran comunidad va desde la celebración de la navidad y el año nuevo con grandes fiestas comunitarias hasta la presencia de lavatorios a la entrada de cada edificio, para lavarse las manos regularmente e impedir la transmisión de enfermedades. A pesar de que todo el que está estacionado tiene un trabajo específico, las actividades de voluntariado son alentadas. Y por supuesto, también existen los lugares para socializar como bares, un bowling o el gimnasio.

INVIERNO Y VERANO EN LA ANTARTIDA

La inmensidad del panorama antártico, con los Dry Valleys (una cadena montañosa de roca desnuda en la que no ha nevado en los pasados 8 millones de años) en la inmediatez del continente hacia el oeste y el Monte Erebus (el volcán más activo del continente) dominando el paisaje hacia el este, invitan a salir al aire libre. La parte sudoeste de la isla Ross cuenta con unos cuantos senderos entre los cerros de dificultad baja o intermedia que pueden recorrerse solitariamente; también existen trayectos más largos y de mayor dificultad, para los cuales se requiere un entrenamiento previo y la compañía de alguien para la travesía. Además, hace algunos años un grupo de entusiastas corredores lleva organizando la que se ha convertido en la maratón más austral del planeta.

Al parecer el panorama cambia durante los seis meses de oscuridad que dura la larga noche del invierno polar. De todas las personas con las que he entablado conversación, no he dado con ninguna que haya pasado un invierno en el continente; y a juzgar por los comentarios tampoco es algo que esté en sus planes. Incluso hubo quien ante mi pregunta de si alguna vez estuvo estacionado durante el invierno me contestó "No, ni pienso. He visto el efecto que tiene en aquellos que lo han hecho".

Para ganar acceso a la isla Ross, debemos atravesar un canal abierto cada año entre el hielo marino que permanece navegable del mes de diciembre hasta fines de febrero. Esta angosta brecha de varios kilómetros facilita el acceso de mamíferos y aves marinas a los grandes cardúmenes de krill que se concentran debajo del hielo marino. Es así como al navegar por el canal observamos ballenas minke que enfilan desafiantes hacia la proa, para sumergirse apenas a metros de chocar contra el barco, mostrándonos la blancura de sus flancos. Más animales llegan en una sucesión increíble; bandadas de pingüinos nos siguen, barrenando las olas que la proa provocaba en su avance lento pero seguro. También avistamos una veintena de orcas nadando en pequeños grupos, al acecho de pingüinos y focas desprevenidos.

Nuestra expedición antártica acaba de culminar. Hemos pasado los últimos días concluyendo experimentos y embalando materiales para el largo viaje que nos espera de vuelta hacia otros lugares más mundanos. También hemos agotado todos los posibles temas de conversación y pasado por los cambios de humor imaginables a lo largo de dos meses de convivencia. Nos quedan apenas unas pocas horas en estas latitudes, y aprovechamos para contemplar la inmensidad del paisaje, respirar el aire antártico y admirar los perpetuos atardeceres de fines del verano austral. Por delante nos quedan meses de análisis de datos antes de obtener conclusiones. Hoy tal vez nos vayamos con más preguntas que respuestas, pero incluso para nosotros, científicos de profesión, ello no necesariamente es algo malo. También tenemos la certeza de que aún nos esperan interesantes descubrimientos, y un mundo blanco, silencioso y vasto por explorar.

* Jerónimo Pan es biólogo marino egresado de la UNLP. Actualmente trabaja en el Marine Sciences Research Center, en Long Island, Estados Unidos. Acaba de concluir una campaña oceanográfica de 6 semanas en el mar de Ross (Antártida) desde donde nos envía esta serie de contribuciones.

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