Sí, mi coronel

El casamiento entre dos oficiales del Ejército del mismo sexo y el anuncio simultáneo de que también se unirán en matrimonio otros dos suboficiales varones de la fuerza (los rangos se mantienen), le fueron añadiendo esta semana nuevos matices al siempre difícil asunto del amor y la familia.

Por lo que se ve, la moda matrimonial ha pasado a ser parte de los aprestos románticos de una fuerza que empezó preparándose para la guerra y que ahora deberá adiestrar a sus regimientos ante la difícil batalla del amor.

Sabíamos de la voluntad de los uniformados en poder reciclarse y humanizarse para tratar de borrar algunos bordes feroces. Pero hasta hace poco hubiera sonado delirante esto de aceptar que el "sí mi coronel, a sus órdenes" podía llegar tan lejos. Nada de oponerse, por supuesto. Porque como viene la mano, hasta al general más machista deberá mirar con ojos dulces y cómplices cualquier movimiento raro en la guardia. La idea es darle la bienvenida a esta historia que empezó seguramente como un noviazgo de tropa, un amor furtivo que fue cobrando altura entre el vivac y las duchas, que se afianzó a la sombra del pabellón y que se las ingenió y pudo florecer heroicamente en un ámbito -seamos sinceros- donde resulta difícil que algún amor prospere.

El militarismo, habrá pensado algún trasnochado hombre de armas, ya no es lo que era. Las escuelas de oficiales tan monopolizadas por el autoritarismo y las caras enojadas, lentamente van endulzando sus modales para darle lugar a una nueva dotación de soldados amistosos, que han ido dejando a un lado la cartuchera y que han demostrado que su buena puntería no debe agotarse en el polígono de tiro. Este par de casamientos enseñará a más de un dubitativo teniente a mejorar su aspecto y sus expectativas. Y le hará lugar a una nueva forma de disciplina que aportará una suave fragancia en los cuarteles y que sin duda renovará las estrategias de lances y tiroteos.

A más de uno le habrá sonado destemplado y raro esto de las bodas en las trincheras. Y le costará encontrar la fórmula ideal para que la soldadesca pueda articular sus afectos amorosos sin mezquinar arrojo ni entregas. Pero claro, así como antes nadie se hubiera atrevido a defender estos derechos, ahora nadie se atreve a discutirlos. La cosa cayó tan bien que más de un coronel blanqueará sus verdaderos afectos a la luz de una doctrina castrense que le encontró nuevas posibilidades a los polvorines.

Hubo beneplácito en la comunidad gay y sorpresa en las filas del Ejército. Estas fueron algunas de las primeras repercusiones que provocó esta ola de romances militarizados. También el ministerio de Defensa aclaró que no hace falta que pidan permiso para casarse, porque la existencia de la ley de matrimonio igualitario equipara la situación de los militares a la de cualquier ciudadano. Nada de autorización, fue el bando. Para los enamorados, la única consigna es ¡a la carga y con todo!

Después de tantos años de dedicarse a menesteres más riesgosos para las instituciones, es una buena idea esto de poder tener entretenida a la muchachada con flirteos y emboscadas mimosas. A falta de hipótesis de conflicto y un poco marginados por una actualidad donde la policía y los gendarmes son los encargados de mantener el orden (con poco éxito, eso sí), el Ejército a su manera, con tal de no perder protagonismo, ha logrado encontrar en el romanticismo la consideración y el respeto que la buena memoria le viene negando. Su ejemplo le permitirá a las otras fuerzas dar rienda suelta a sus amoríos. Y no sería raro que a partir de hoy, a la hora del cacheo y el patrullaje, el amor le sume más cohesión y más espíritu de cuerpo que nunca al invencible batallón de los enamorados.

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