El camino y los excesos

En su encarnación más personal, desde algún lugar de la galaxia de los cantautores entre las constelaciones de Leonard Cohen y Enrique Bunbury, Ramiro García Morete, el Mister, arroja a las arenas de su Coliseo interior un puñado de canciones cebadas y con respiración propia. Envueltas en cadencias clásicas y con las grietas del techo selladas por alquitrán, revelan el lado menos amable del líder de la Fabulosa Orquesta de Juguete y abren una caja de Pandora rebosante de citas literarias, mitológicas, autobiográficas y semiológicas que se disparan en todas direcciones.

Tan enunciados como cantados y con desarrollos que se amoldan a la necesidad expresiva de la lírica, felizmente anacrónica en su diversidad, los temas -que oscilan entre los dos y los siete minutos y medio- son generosos en búsqueda y ofrecen un porcentaje satisfactorio de hallazgos para un trabajo marcado por la urgencia del trovador prolífico: entre otros, las fanfarrias heroicas en "Villa Urquiza", las percusiones sordas de cabaret, los ubicuos coros, los bajos punzantes que guían el talking-groove-blues "Continente helado", y la convocatoria a Thes Siniestros, que hacen un trabajo notable como "backing band" en "El viejo de los ojos distintos", logrando alejar del tedio una fábula de larguísimo aliento.

García Morete grabó bajo, guitarra, teclado, percusión, armónica, y programó sintetizadores, pero a no confundirse; pocas veces un solo estuvo tan acompañado. Joaquín Inza aportó baterías, Juan Artero teclados, Edu Morote mandolina, José Tedesco guitarra slide, Santi Balcones trompetas, Lucas Gregorini guitarras, Astor Mogetta voces; Alejandro Fadel, Pipo Mengoechea, Mina Mogetta y Manu Cascallar hicieron también lo suyo ante los ingenieros de grabación y mezcla Mauro Baum y Facundo Altamirano.

El repertorio pasea por el blues tabernario ("La felicidad de los justos", "Blues de la media sangre", con ecos del Lennon setentista, "Arrorró blues"), el tex-mex ("Lobo"), la balada épica y bamboleante ("Alaska"), el salmo folk ("Elegía", considerada por su autor como una de sus mejores canciones, panteón somnoliento en el que conviven Bessie Smith, Goethe, Miles Davis, Venus y Herman Melville), y el rockito al bies ("Belmondo", que toma como disparador conceptual la despedida de Rick Blaine/Bogart en la inmortal "Casablanca").

Suerte de haiku tierno y emotivo, "El otoño" saca a relucir el McCartney que todos tenemos dentro con óptimos resultados. La voz infantil de Astor Mogetta cantando "El niño está muerto", metáfora de inasequibles resonancias que no cualquier tío estaría dispuesto a deshilvanar, cierra en clave de himno, ideal para batir palmas camino al cadalso.

Francisco Lagomarsino.

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