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El documental presentado esta semana, donde el Indio Solari sorprendió con una entrevista íntima y confesional, colapsó las redes y encendió el avispero de la cultura rock
Por FACUNDO BAÑEZ
Arranca de sopetón y ambientando lo que será el testimonio más esperado en la historia de nuestro rock. Cara a cara y frente al ventanal palaciego de una habitación de hotel. Afuera, la postal es un valle de sierras y caserones soleados que configuran la vida apacible en un barrio de lujo. De este lado del ventanal, en la escena, el entrevistador apela al oficio intimista y confianzudo y el entrevistado, el hombre detrás del ídolo, el hombre cuyo rostro de lentes oscuros y calva a lo Yul Brynner ya mutó en un ícono que atraviesa las fibras más íntimas de la cultura popular argentina, se limita a responder como si una pena se le anudara en la gola y, vaso de whisky a mano, lloroso, dirá con una voz de ternura triste y animal: “Yo no sé por qué soy el Indio Solari”.
Lejos, muy lejos del perfil bajo que celó durante décadas, la charla del ex líder de Los Redondos con Mario Pergolini –difundida en los últimos días y que forma parte del documental Tsunami, un océano de gente - es sin dudas un testimonio condenado a la repetición infinita. Un lado del Indio que hasta ahora sus grandes masas de adoradores, y de los otros, le ignoraban. Entonado y zumbón, apichonado de a ratos y con una melancolía ácida que le hace juego con sus últimas líricas, Solari concedió la entrevista un día antes de dar el que hasta ahora fue su último show –en marzo pasado, en Tandil, donde hizo público que tenía Párkinson- y habla por momentos con un tono de pasmo y embeleso que, al menos para quienes crecimos con su música, logra pinchar.
Aunque tildada por algunos de complaciente y de no arrinconar más al entrevistado –como si la obligación del periodista fuera la de incomodar todo el tiempo y a quien sea, al estilo de un luchador de judo que pregunta y atenaza casi para que la respuesta duela-, la charla logró el magnetismo esperado por el personaje pero también por un mérito que le es propio: no pretende ser más que eso. Una charla. Intercalada con la génesis del recital y su troupe multitudinaria, en el fondo es la charla de un hombre convertido en mito. Un hombre que, incluso, cuando lo deja la vanidad, hasta parece hablarle al espejo.
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Para quienes se sintieron tocados por la cultura ricotera y presenciaron y fijaron sus recitales en una memoria emotiva que remite a la épica y la felicidad; para los que admiraron a ese tipo que bailoteaba el escenario con remolinos rabiosos y que al hablar podía adoptar una seriedad glacial, intimidante; para quienes también cayeron rendidos ante la producción de su etapa solista e incluso para los desprevenidos que nunca se emocionaron con un tema de Gulp, para todos los que incluso lo ven como un personaje impostado y contradictorio al que se debe incomodar, o para cualquiera en realidad que le preste atención, algunos pasajes de la entrevista se vuelven conmovedores no sólo por su sorpresiva e inusual intimidad sino, y más allá de su repetida negativa a quedar en paz con viejos compañeros de ruta, por los temas que elige y quiere sobrevolar: la muerte, la decrepitud, el por qué.
El culto de Solari por el perfil bajo y su manía casi fóbica de mantener el hermetismo explican la horda de fanáticos que colapsó la web de Vórterix para escuchar a su ídolo. Pero el ídolo, esta vez, no salta en el escenario ni elige las canciones más alegres para cantar. Ya lo dijo el certero Oscar Wilde: “Envejecer no es nada; lo terrible es seguir sintiéndose joven”. La frase podría resumir parte de las confesiones de un Solari que parece olvidarse de la cámara y de nuestros ojos y cuyo gesto es una tristeza inocente cuando admite que no se le da nada bien esto de ponerse viejo. Lejos, en otra época que bien podría ser ya otro planeta, parecen haber quedado sus años de psicodelia y despreocupación. Ahora es una estrella de rock y habla con el peso inagotable y feliz que le causa serlo. Aunque él dice no saber por qué misterio le toca serlo.
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En el documental, dirigido por Julio Leiva y Maximilano Díaz, se cuenta que los técnicos de grabación del mítico estudio londinense de Abbey Road, donde el Indio mezcló y masterizó el recital que dio en 2008 en La Plata, quedaron tan impresionados con su figura que la compararon con la de Bob Dylan. Aunque el reciente premio Nobel de Literatura, intenta dejar en claro el documental, no parece cautivar con ese magnetismo que por momentos roza lo litúrgico y del que, sin olvidar el paralelismo religioso jamás, ya tanto se ha escrito. El propio Solari lo contó una vez: lo llamaron para que fuera a visitar a un nene que estaba en terapia intensiva y en la sala del hospital vio que el pibe estaba rodeado de fotos suyas como si fueran estampitas. Solari recuerda que la madre del nene se le acercó y le dijo: “Yo la verdad que en usted no creo, pero mi hijo sí”. Recuerda también que quedó tan impresionado que le preguntó al médico si todo aquello estaba bien, porque a él le parecía una locura. Como una locura, dice ahora, le sigue pareciendo el océano de gente que se genera para poder verlo.
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Afuera de la escena, más allá de las sierras que cobijan la exclusividad del barrio, miles y miles de personas empiezan a llegar sólo para verlo arriba del escenario. “Es el mejor lugar donde puedo estar”, admite. Y aunque de a ratos deja aflorar esa soberbia que a algunos les encanta detectar y le señalan, el Indio vuelve a sus lugares emotivos y se quiebra otra vez. Varias veces se quiebra y estira la tensión confesional hasta que el corte de escena se hace casi una necesidad. Dice que la proximidad de la muerte es una buena oportunidad para liberarse de los compromisos. Se afloja. Toma whisky. Llora. El Indio Solari llora contra la lógica comunicacional de toda su carrera y, cuando se le pregunta si el que viene puede ser su último recital, parece perderse en una cavilación profunda y dice que sí con la cabeza y al instante, como si se despertara de un lejano sopor o hubiese descubierto algo en un rapto de lucidez, niega con énfasis y asegura con una sonrisa que va de la picardía a la dicha: “No, no, no. Vas a ver mañana…”. Al día siguiente, después de saltar los últimos compases de JiJiJi ante más de 200 mil personas que celebraron su show, un show formidable, el Indio Solari se llevará las manos al pecho y resumirá su certeza o desconcierto con lo que, hasta antes de esta entrevista, eran sus últimas palabras públicas. “No entiendo de qué se trata esto. No pienso hacerme cargo. Gracias”.
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