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El Gato que Pelotea se despide con una muestra de Caregnato

12 de Febrero de 2016 | 00:04

Los miércoles y viernes de febrero quienes gustan del arte pueden deleitarse con una hermosa muestra en City Bell. S trata de la muestra “No se ve el camino en la blancura de la tormenta”, de la artista plástica Guby Caregnato, que puede visitarse en el espacio cultural El Gato que Pelotea, de 22 entre 446 y 447. El horario es de 17 a 20.

PALABRAS DEL CURADOR

A propósito de la exposición “No se ve el camino en la blancura de la tormenta” de Gabriela Caregnato, el curador de El Gato..., Nelson Mallach, señala: “A menudo, el dato relevante en una obra artística se desprende de su procedencia. Este aspecto no inhibe la posibilidad de que la misma pueda ser abordada con autonomía de dicho antecedente, pero entiendo que este aporte genético abre posibilidades muy ricas a efectos de la aprehensión de la propuesta. Ahora, dicha procedencia podría, por ejemplo, contemplar los recorridos institucionales del artista u otros similares si nos circunscribimos a la especificidad del tratamiento de las cuestiones técnicas o a la elección de los materiales plásticos, entre otras cuestiones; pero en el caso de Caregnato, la procedencia más relevante tiene que ver con el lugar natal, es decir, con el marco cultural originario sobre el que la obra se constituye. Esta aseveración podría implicar algo que no ocurre en su obra, es decir, que prime en ella la categoría del recuerdo. Su dispositivo se despliega desde el pasado, pero como un artilugio del presente. Lo que vemos transcurre desde un ahora incierto. Lo que podría ser recuerdo implica una trama pueblerina que se configura en un recorrido que muta, evoluciona o se metamorfosea en un juego de variaciones, de acercamientos y distancias que vuelven con insistencia sobre aquel territorio que es, quizá, el de la infancia, pero que responde a una perspectiva última, contaminada, perturbada por las maniobras del adulto, que de niño sólo posee aquella memoria que apenas es un retazo de algo de lo que alguna vez transcurrió como un continuo. La memoria, en Caregnato, finalmente es un artificio. A no engañarse”.

“En ese regreso a medias, que implica encontrarse de alguna manera en el presente, Gabriela refina la percepción. Ella dispone de una mitología personal que reacomoda en sistemas detallados. Y ese `disponer` rememora, en cierta medida, a la mesada de un laboratorio en donde con pinzas y portaobjetos lo que ella es (o acarrea) se sitúa en configuraciones que hacen visible aquella microscopía que la atraviesa. No hay color, forma, relieve, recta o punto que no responda a una decisión general de la artista, como si ese mundo ya configurado en su pensamiento se desplegara para ser visible para todos, pero sin el ímpetu de un acto fortuito, imprevisto o casual. De ahí el rasgo mitológico al que me refería. Su obra emerge de un mundo constituido, lo repite, lo “versiona”. Eso vemos. En el mito hay un orden que no se subvierte y en Caregnato dicho orden implica un eje estructural. El mito la trasciende no en su aspecto universal sino en la relevancia que ella le otorga al detalle. En ese intersticio reside también la magia de la propuesta”, sostiene.

UN CAMINO DENTRO DEL ARTE

Mallach agrega que “lo interesante, al respecto, es que ese lugar de procedencia resulta ser una instancia culturalmente sentenciada por el descrédito. Podríamos decir que la obra de Caregnato se abre camino entre la espesura del desprecio. Chivilcoy, su pueblo natal, durante décadas se apoyó en un hecho histórico perteneciente a la tradición de las Letras, ya que nada menos que Julio Cortázar fue profesor en su Escuela Normal. Pero esa visita, que podría ser rescatada por su relevancia, termina siendo su propia condena. Cortázar reprueba su estadía en el pueblo-ciudad y lo sabemos porque se encarga de escribirlo. En 1985, se publica Novelas y cuentos de Felisberto Hernández con un prólogo escrito por él en París en el año 1977. Bajo el formato de una carta dirigida al ya fallecido músico y escritor, a quien no llega a conocer personalmente, Cortázar le cuenta que en la lectura de su epistolario descubre que eso podría haber sucedido en diciembre de 1939 porque, justamente, da con una carta fechada en Chivilcoy para esa fecha cuando el Terceto Felisberto Hernández llega a ofrecer un concierto en el Club Social. Escribe al respecto: `(…) vegeté allí desde el 39 hasta el 44 y podríamos habernos encontrado y conocido. De haber estado a fines de diciembre no hubiera faltado al concierto (…) como no faltaba a ningún concierto en esa aplastada ciudad pampeana por la simple razón de que casi nunca había concierto, casi nunca pasaba nada, casi nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la Pensión Varzilio`. Y el prólogo-carta continúa con una miserable semblanza del Club Social en la que subraya la supina ignorancia de los pobladores. Treinta y ocho años después de ese posible encuentro, Cortázar escribe el prólogo y, ¡oh, casualidad!, a treinta y ocho años de este acto, Guby Caregnato arriba a El gato que pelotea. Entonces, ya la muestra de su obra reunida no es sólo una acción pictórica sino que se convierte en un acto de justicia reivindicatoria. Porque lo que vegeta está muerto en vida y lo aplastado no tiene matices ni insondables. Cortázar es cuestionado en esta muestra de manera indirecta”.

“Hay en este poema una pintura de Gabriela Caregnato y viceversa. La representación del confín de lo urbano penetrado por la llanura extinta, como si el espacio cultural estuviera en pugna con el espacio natural (una especie de frontera imprecisa de resistencias), aparece en la obra de Caregnato con insistencia. Lo que sentía Borges en aquella ciudad que ya no conocemos es probable que sea parte de la vivencia de alguien criado en un pueblo-ciudad del interior de la provincia en las últimas décadas. La imagen de un plano urbano resulta más inmediata para él porque la llanura sigue teniendo allí un grado de vitalidad que en la ciudad de Buenos Aires ha perdido. Y en las pinturas de Caregnato, independientemente de la temática que planteen, esta idea del plano sobrevuela con perspectivas diferentes. A veces la proximidad de la lente es tal, que el plano es el espacio; y en otras ocasiones, se eleva y es visible esta confrontación entre el contenido y lo que contiene. La noción de plano rodeado por esos plenos de color, que varían de acuerdo a las temáticas, revisita la tradición de la hostilidad de la llanura decimonónica . Pero su obra incursiona en nuevas versiones de ese episodio fundante de nuestra cultura. El ahogo por la inmensidad, la supervivencia ante lo aplastado, la oxigenación en lo vegetativo demuestran finalmente que el arte existe para quien quiera encontrarlo ya que no hay ni deben promoverse universos de privilegio. Un pueblo se encontrará con sus disrupciones, con sus formas de plasmar lo invisible, con el despliegue de sus mitologías en el aspecto tenue de la heroicidad. Y en eso reside la valía. Finalmente, ninguna lectura debería cerrar una obra y ser fuente de tranquilidad. La cita de Mijail Bulgakov en el título de la muestra abre la propuesta a otros confines. Paralelamente esta lectura se estremece ante esa nominación que arriba desde un territorio inconmensurable. Caregnato escapa. Sólo se ha detenido unos segundos. Ella también debe entender los umbrales que ha cruzado sin darse cuenta. Es que no se ve su camino en la blancura de la tormenta”, finaliza Mallach.

 

EL DATO
Cabe destacar que ésta es la última muestra de El Gato que Pelotea antes de su cierre. “Lamentablemente, por cuestiones económicas, tenemos que cerrar el espacio cultural”, explica Nelson Mallach, responsable del lugar, que se despide con esta hermosa exposición de Guby Caregnato, que permanecerá abierta hasta fin de mes..
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