Combatir la presencia terrorista y apostar por la vida y por la libertad

El terrorismo internacional, una vez más, volvió a mostrarse tan peligroso para la civilización en su conjunto, como difícil de combatir y erradicar.

La cruenta serie de tres atentados cometidos ayer en la capital belga de Bruselas -dos explosiones en el aeropuerto internacional y una en una estación del metro en el centro de la ciudad- dejaba el saldo provisorio de 34 personas muertas y más de 200 heridos, obligando a las autoridades a decretar el estado de emergencia en todo el país, a partir de lo que resultó ser el ataque más letal en el suelo de esa república desde la Segunda Guerra Mundial.

Los ataques del fanatismo terrorista en el aeropuerto de Zayentem y en la estación céntrica de metro de Maalbeek se registraron después de que el viernes pasado fuera detenido, también en Bruselas, el presunto autor de los atentados del 13 de noviembre en París, según se informó.

El ministro del Interior belga fue quien señaló que eran previsibles este tipo de acciones tras la detención en Bruselas el pasado viernes del terrorista al que se le atribuye la autoría logística de los atentados en Francia.

Los ataques ocurridos reactualizaron la sensación y los temores extendidos por toda Europa acerca del rol que cumplen muchos de los islamitas que integran las filas del denominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), autores desde hace tiempo de atentados en sus países de origen en represalia por la ofensiva contra el ISIS, impulsada básicamente por los Estados Unidos y secundada por Francia.

Sin embargo, tal como se ha venido reiterando en esta columna, sería un grave error considerar que estos ataques son sólo concebidos y ejecutados contra un país, en este caso el de Bélgica. El terrorismo puede golpear en uno u otro lado -tal como lo hizo en Estados Unidos, en España, en Francia y en nuestro país en las últimas dos décadas- pero, en definitiva, embiste contra la libertad y contra la vida. Ataca a valores esenciales y comunes de la civilización.

Se está por consiguiente, una vez más, contra un problema de todos y, en consecuencia, exige una reacción conjunta y solidaria en defensa de la vida misma. La indiferencia y la inacción son, sin duda, los peores caminos. Frente a la elocuencia y gravedad de estos casos –en los que, pequeños grupos de fanáticos que se consideran iluminados y asistidos por fuerzas superiores, no trepidan en matar con alevosía a personas indefensas- no hay lugar para especulaciones mezquinas y sólo cabe la repulsa frente a semejantes muestras de salvajismo y fanatismo.

Ya se sumaban ayer distintas expresiones unánimes de repudio por estos cruentos ataques simultáneos en Bruselas que conmovieron y que, por cierto, sumieron a la condición humana en el espanto y el terror, que es la siembra predilecta del terrorismo. Sin duda que se suman, para la Humanidad, nuevas jornadas de duelo. Por eso es de esperar que el mundo en su conjunto se una, primero en la memoria de quienes cayeron en estos atentados y, al mismo tiempo, para renovar el compromiso contra la amenaza terrorista de todos los fanatismos. Frente al desafío de la irracionalidad, sólo cabe apostar y luchar por la vida y la libertad.