Ir al veterinario: terror del dueño, pesadilla de perros y gatos

El drama comienza apenas la gata Aurora ve la caja para transportarla. Capta de inmediato que le toca ir al veterinario. Sus dueños sólo logran meterla en la caja con mucho esfuerzo y ella, una vez adentro, llora sin parar. Para el perro Blackie la visita al veterinario también es puro estrés: cuando llega no se anima a bajarse del auto. Su dueño tiene que hacer un esfuerzo enorme para que entre en el consultorio.

Sin embargo, y a pesar de todos estos contratiempos, todos los veterinarios subrayan que es fundamental que los dueños mantengan la calma.

En el caso de los perros, esa situación puede prevenirse en gran parte a través de la educación. Una opción, por ejemplo, es programar una visita al veterinario cuando el animal todavía es cachorro y hacerlo sin que durante esa visita reciba un tratamiento o una vacuna. Lo mejor es hacerlo antes de las 12 semanas, cuando los perros son especialmente permeables. Todo lo que el cachorro viva durante ese periodo quedará grabado en su memoria de adulto.

Una vez en la veterinaria, hay que sentarse con el perro en el piso, jugar con él y darle algún bocado. El animal también puede husmear tranquilamente el consultorio.

Por supuesto, hay que avisarle antes al veterinario y preguntarle si está de acuerdo, pero la realidad es que esa cita les conviene no sólo al perro y a su dueño, sino también al veterinario, ya que de esa forma se asegura que su paciente en el futuro no será tan revoltoso.

Lo mejor es que el dueño irradie tranquilidad, porque de esa forma le transmitirá calma al animal

Pero, ¿qué hacer cuando el perro ya le tiene miedo al veterinario desde cachorro? En esos casos, lo mejor es conseguir un turno para el que no haya que esperar demasiado. Es más, los perros que son muy miedosos pueden esperar en el coche hasta ser atendidos. También se recomienda hablar con el perro para ir tranquilizándolo. Eso sirve incluso para calmarse uno mismo. Acariciarlo todo el tiempo, en cambio, puede poner nervioso al animal, ya que le confirma que está pasando algo fuera de lo normal.

Lo mejor es que el dueño irradie tranquilidad, porque de esa forma le transmitirá calma al animal. Durante el tratamiento, se recomienda sostener al perro de la cabeza para marcar presencia. Si se trata de un ejemplar muy nervioso, puede ayudar que esté acompañado por otro perro más tranquilo y menos temeroso.

Los gatos pueden ser pacientes mucho más difíciles. La mayoría reacciona como Aurora: salen disparados cuando ven la cajita para transportarlos. Lo mejor es ir acostumbrando al gato a la caja en el hogar, antes de visitar al veterinario. Pueden acurrucarse allí y recibir un bocado cuando lo hacen.

También se puede cerrar la caja y pasear el gato un rato por la casa, para reducir la probabilidad de que viva el viaje en la caja como una situación de gran estrés. Como mucho, se dará cuenta de que algo está pasando cuando esté en el auto. Una vez en el coche, lo mejor es colocar la caja en el asiento al lado del conductor.

Al igual que en el caso del perro, ayuda decirle palabras tranquilizadoras, pero tampoco hay que hablar todo el tiempo. Si es un gato muy nervioso, puede ayudar colocar un pañuelo sobre la caja.

Una vez en el consultorio, conviene colocarse la caja sobre la falda y acariciar al animal sin hacerlo salir. No hay que permitir que los perros del consultorio se acerquen.

Una vez que uno esté con el veterinario, lo mejor es forzar al gato lo menos posible, porque son animales rápidos y huidizos y difíciles de mantener quietos. Además, saben defenderse bien con uñas y dientes.

Y a diferencia de los perros, no sirve llevar a los gatos con antelación al veterinario, ya que para ellos la visita siempre es un estrés. Al gato tampoco le sirve de nada estar acompañado por otro animal, ya que lo único que quiere es irse. Tampoco sirven de mucho los arneses, que no hacen más que ponerlos más nerviosos todavía.

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