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Ubicada a solamente 25 kilómetros de Tiflis, la capital de Georgia, esta antigua y legendaria ciudad situada entre Europa y Asia, es una de las urbes del mundo que mayor cantidad de templos en buen estado conserva, y por ello es visitada por más de seis millones de personas cada año, aunque la cifra de turistas crece de manera permanente
Vista panorámica de la zona céntrica de Mtsjeta, con el Monasterio Svetitsjoveli en el centro, y la confluencia de los ríos Kurá y Aragvi; allí llegan más de 6 millones de turistas al año - efe
A menos de media hora de Tiflis, capital de Georgia, en la confluencia de los ríos Kurá y Aragvi, se erige la legendaria Mtsjeta o Mtsketha, una ciudad-museo incluida por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad en 1994.
Recorrer los 25 kilómetros que la separan de la principal urbe del país es un viaje a tiempos en los que el cristianismo apenas se había extendido por Europa.
Muy pocos lugares en el mundo albergan tantos y tan bien conservados templos, construido en los albores del cristianismo y por eso es un destino turístico con gran desarrollo, lo que se potencia con su corta distancia a Tiflis.
Durante siglos, ha sido el corazón religioso de un país que se disputa con otros pocos, entre ellos la vecina Armenia, el relato de haber sido el primer Estado en convertirse al cristianismo.
Habría sido sobre el año 300, con el Imperio Romano aún en pie, cuando una joven cristiana de Capadocia (en la actual Turquía) llegó al reino pagano de Iveria para predicar el Evangelio. Era la Santa Ninó de Georgia, sobrina de San Jorge, que convirtió este país a la fe de Cristo desde Mtsjeta.
“Llegó descalza, con una cruz hecha con vid” que le había entregado en una aparición la mismísima Virgen, según reza la leyenda, contada por Vladímir Sarishvili, historiador de la religión ortodoxa.
A su llegada a estas tierras, clavó su cruz en la cima de una montaña que se eleva sobre Mtsjeta, capital del antiguo reino que se extendía desde hacía casi un milenio sobre la parte oriental de la actual Georgia.
Es Georgia un país que no llega a los cuatro millones de habitantes, ubicado en la costa del mar Negro, en el límite entre Europa y Asia, que formó parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta el año 1991. Sus fronteras limitan, al norte con Rusia, al sudeste con Azebaiyán y al sur con Armenia y Turquía.
Sobre ese lugar, desde el que se abre una bella vista a la confluencia del Kurá y Aragvi, se levanta el Monasterio de la Cruz (Dzhvari, en georgiano), de apariencia prácticamente invariable desde su fundación en el siglo VI.
Dzhvari parece colgar del borde del precipicio y, como la mayoría de los monasterios de su época, se construyó en lo alto de una montaña con fines defensivos. Al ver llegar al enemigo, los monjes georgianos encendían hogueras para avisar del peligro a los habitantes de los valles.
A diez kilómetros de la ciudad se encuentra otro de los complejos religiosos más antiguos de Europa, el monasterio masculino de Shiomgvime, construido a partir del año 560.
En esos tiempos llegó a Georgia Shio, un misionero asirio que fundó el monasterio y que pasó sus últimos años de vida en una profunda cueva cerca de Mtsjeta.
En una reciente excavación arqueológica se encontraron aquí varios “kvevri”, gigantescas vasijas de barro que desde la antigüedad y hasta el día de hoy usan los viticultores georgianos para la maceración y conservación del vino.
La técnica de fermentar la uva en “kvervi” ha sido reconocida por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de Georgia.
En este pequeño país caucasiano, el vino y todo lo que le rodea es también religión. Los georgianos se dicen cuna de la viticultura, aunque también los armenios se atribuyen ese mérito, en otra histórica disputa entre dos buenos vecinos.
Sea como fuere, el vino y otras delicias gastronómicas de las que puede presumir por derecho Georgia son uno de sus indudables atractivos turísticos.
Más de 6,3 millones de turistas visitaron el año pasado este paraíso de mar y montañas. Una cifra récord que refleja un crecimiento del 7,6 en un año, en un país de apenas 3,6 millones de habitantes.
Los turistas que visitan Mtsjeta y sus alrededores quedan encantados con su ambiente, que les sumerge en la historia y en la belleza de sus paisajes montañosos. Esta ciudad refleja como ninguna otra la antigua cultura de Georgia, la religiosidad y la riqueza espiritual de su pueblo. Durante siglos ha sido residencia de los patriarcas de la Iglesia Ortodoxa georgiana. Aquí eran coronados los reyes georgianos. Es la capital espiritual, la perla de Georgia, un lugar de peregrinaje convertido en puente entre los misterios de la historia y la contemporaneidad.
El majestuoso y amurallado monasterio de Svetisjoveli, también declarado Patrimonio de la Humanidad, que data del siglo XI y entre cuyos muros reposan muchos de los grandes reyes de Georgia, es el corazón de Mtsjeta.
De sus altos muros y sus torres defensivas almenados, que recuerdan tiempos en los que sirvió de fortaleza a sus moradores, nacen las callejuelas con más historia y encanto de la ciudad. Empedradas, escoltadas por tradicionales casas de piedra, ladrillos y tejados naranjas, con cuidados y pintorescos balcones de madera.
A los pies del muro, en plena calle, los comerciantes ofrecen al viajero las variadas delicias de la gastronomía georgiana. Aromáticas especies y la churchjela, el tradicional postre georgiano elaborado con nueces y mosto de uva, son los productos estrella de ese improvisado mercadillo. Para elaborar este dulce, las nueces se ensartan en una cuerda y se sumergen en espeso jugo de uva, y al secarse el postre adopta la forma de una salchicha.
El mito del cristianismo de rito oriental reza que bajo el monasterio de Svetisjoveli fue enterrada la túnica de Jesucristo.
La leyenda dice que dos hombres que presenciaron la crucifixión de Jesús se la compraron a los soldados romanos y la llevaron hasta esta zona del Cáucaso Sur, según el relato. “Durante muchos siglos, la túnica sagrada atrajo hasta aquí no sólo a creyentes, sino a todo tipo de conquistadores. Pero Mtsjeta tuvo suerte, porque todos, romanos o persas, trataron con respeto la ciudad y nunca la destruyeron”, explica el historiador y arqueólogo Zurab Bragvadze.
El general y cónsul de Roma Pompeyo, uno los conquistadores más ilustres de la Antigüedad, pasó por Mtsjeta muchos antes de que la santa túnica llegara a estas tierras, incluso antes de que naciera Jesucristo.
El Vaticano, sin embargo, asegura que la reliquia se guarda en la catedral de San Pedro de Treviri, en Alemania.
Mtsjeta fue capital del Reino de Iveria durante casi un milenio, desde su fundación en el siglo V y hasta que el rey Vajtang Gorgasali decidió fundar Tiflis y trasladar allí el centro político de su Estado.
Las excavaciones arqueológicas apuntan a que los primeros humanos se asentaron en esa zona ya en la edad de bronce.
“Desde las primeras excavaciones iniciadas en el siglo XIX y hasta el día de hoy se han hallado vestigios que indican que ya hace cinco mil años había humanos aquí. Se han encontrado tumbas con inscripciones en latín, hebreo, griego, arameo y árabe”, manifiesta el arquéologo Bragvadze.
La situación geográfica y el privilegiado clima de la zona, muy parecido al mediterráneo, han hecho de esta ciudad un lugar en el que se han asentado gentes de todas las nacionalidades y religiones.
“Mtsjeta es uno de los ejemplos más antiguos del multiculturalismo. En todos los tiempos, incluso los enemigos se han respetado unos a otros en estas tierras. Y así lo atestigua el excelente estado de conservación de los monumentos históricos de la ciudad”, dice Bragvadze.
Al pasear por sus calles, el viajero difícilmente se sorprendería de cruzarse con un legionario romano, un guerrero persa o un comerciante de seda chino.
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