A diez años de la nevada que llenó de asombro y algarabía a la Ciudad
Edición Impresa | 9 de Julio de 2017 | 04:02

Por Francisco Lagomarsino
El amanecer del nueve de julio de 2007 encontró a la mayoría de los platenses en sus casas, dispuestos a aprovechar el feriado por el 191º aniversario de la Declaración de la Independencia refugiándose del intenso frío en familia. Pero esa misma ola polar que metía miedo, con temperaturas cercanas a cero, les cambiaría los planes a todos. Hace exactamente una década, La Plata estaba por experimentar la segunda gran nevada de su historia.
Fue un día de asombro, descubrimiento y celebración espontánea, una jornada inusual que, de acuerdo con los expertos (ver aparte), será muy difícil que se repita. Pero el año había empezado en las antípodas de ese lunes blanco. El primero de enero, una sensación térmica de 44 grados marcó la pauta de que se venía un calendario extremo; a fines de abril, incluso hubo un “veranito” entre los 32 y 37 grados. El fresco recién desembarcó en mayo, y lo hizo sin concesiones. El 7 de ese mes, empezó una tendencia a la baja en las temperaturas que tocó fondo el 28, cuando la térmica se hundió hasta los 9,6 grados bajo cero a las nueve de la mañana.
Después de un junio menos dramático, julio arrancó en picada y antes del único fin de semana largo del mes, el gobierno nacional dispuso cortes de gas rotativos a las industrias y restricciones en el consumo eléctrico.
El 8 de julio, la térmica tocó los cuatro grados bajo cero. A la mañana siguiente, quienes vivían en los barrios alejados del microcentro fueron los primeros en notar que algo raro se estaba gestando: la llovizna, poco a poco, iba tomando consistencia contra las ventanas de las casas de Melchor Romero, La Granja, Villa Elisa, Abasto, Lisandro Olmos y Villa Elvira. A las diez y media de la mañana, los automovilistas que circulaban por esas localidades vieron como el agua se empezaba a fragmentar con el paso de las escobillas sobre los parabrisas.
Alegre alboroto
Poco antes del mediodía, la redacción de EL DIA era ya un hervidero de teléfonos sonando: las veredas, los jardines y los techos estaban quedando blancos y nadie daba crédito a lo que ocurría.
“Evoco claramente ese momento, las imágenes son muy nítidas y creo que para todos los platenses que lo vivimos deben tener la misma presencia”, rememora Roberto Abrodos, investigador histórico local: “los días anteriores habían sido muy fríos... Ese 9 de julio, mi señora me llamó y señaló por la ventana; me acerqué y lo que vimos nos dejó asombrados, la nieve caía lentamente sobre el barrio y el auto estacionado, de color bordó, estaba blanco”.
“El primer impulso fue salir, escribir mi nombre en el coche y sacar una foto” recuerda Abrodos: “toda la gente estaba en la calle, viviendo el momento con alegría y curiosidad casi infantil, y compartiéndolo con los vecinos. A la mañana siguiente, bien temprano, me fui a la plaza San Martín y aún había restos de nieve entre los canteros, los monumentos y los edificios que la rodean. Todo el mundo seguía entusiasmado y emocionado”.
En el centro de la ciudad, los primeros copos de nieve inequívocos comenzaron a caer, después de 89 años de ausencia, poco antes de las cinco de la tarde. El fenómeno cesó a las seis, y volvió aún más intensamente pasadas las 19. Con su espectacular entorno arquitectónico enriquecido por un decorado inédito, la plaza Moreno se convirtió en espontáneo punto de encuentro para miles de platenses.
Provistas con bufandas, gorros, guantes y camperas, familias y amigos tomaron innumerables fotos, se trenzaron en batallas de bolas de nieve, probaron su sabor e incluso armaron muñecos que reflejaron la inexperiencia regional en el manejo de la materia prima. A la medianoche, el centro geográfico del ejido fundacional todavía albergaba gente tan empapada como feliz, y los autos pasaban tocando bocina para sumarse al desfile de la fascinación.
Como contracara, en los barrios menos favorecidos económicamente de la periferia del casco, el alegre alboroto estuvo acompañado por cierta preocupación. En algunos asentamientos de Altos de San Lorenzo, Melchor Romero y Villa Elvira, las aberturas de las casillas fueron selladas con bolsas para impedir el ingreso de los copos.
Una de las medidas de la intensidad con la que se vivió el acontecimiento la ofreció la cantidad de imágenes que se remitieron al concurso fotográfico “La Plata Nevada” que organizó este diario: fueron más de 3.700, todas impactantes, curiosas, refinadas desde lo visual, tiernas o divertidas.
Terminaría siendo el invierno más frío en cuatro décadas, con esos primeros diez días de julio como los más crudos en 45 años, con un promedio de 8,5 grados diarios, 2,5 debajo de lo habitual y cinco por debajo del invierno precedente.
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