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Se conoció recientemente un caso de violencia obstétrica que ocurrió en 2014. La madre del bebé contó su odisea
Era octubre y Johanna Piferrer fue a hacerse un monitoreo de rutina en el que descubrieron que Ciro, el hijo que llevaba en su vientre, llevaba muerto 48 horas. Con la noticia ya recibida, relata que la mandaron a esperar en una sala rodeada de bebés recién nacidos y mujeres embarazadas.
Johanna, que en ese entonces tenía 32 años, recuerda los detalles del momento en que la ecografista les confirmó que no había signos vitales: "Yo empecé a llorar, le dije que no podía ser, que diera vuelta la pantalla que quería ver a mi hijo".
El obstetra les dijo que se trataba de una muerte perinatal -como se llama a la muerte posterior a la semana 20 de embarazo- y que sólo la autopsia, en caso de que quisieran hacerla, podía decir qué había pasado.
La autopsia reveló, unos días después, que el bebé llevaba 48 horas muerto. Lo que no imaginaron es que a la tragedia iba a sumarse lo que ella denominó "un mecanismo de tortura".
"Nos mandaron a esperar al obstetra a la maternidad, en el quinto piso. Nos dejaron solos esperándolo en una sala llena de mujeres con panzas enormes, familiares que llegaban con regalos y flores, abuelos felices. Se oían los llantos de los recién nacidos", cuenta.
"Unas horas después me internaron y me dijeron que me iban a inducir el parto. Que era mejor un parto natural así podía tener otro hijo rápido y, además, evitaba que me quedara una cicatriz. Yo les decía que no estaba en condiciones psicológicas de tener un parto natural, que no podía parir así, que por favor me hicieran una cesárea. Me dejaron 9 horas internada en la maternidad con Ciro muerto en la panza. Cuando pregunté por qué tardaban tanto me dijeron que lo mío no era una urgencia".
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Dice Johanna que fue la llegada a la clínica de una amiga de ella, abogada, lo que aceleró el proceso. "Me hicieron una cesárea y me preguntaron si quería verlo. Les dije que no, no podía. Cuando terminó la cesárea, en vez de llevarme a una sala común me volvieron a llevar a la maternidad".
Johanna ya no tenía a sus padres. Cuando su hermana logró llegar desde Tandil, a la madrugada, le dijeron que no podía pasar porque estaba fuera del horario de visitas. "Armó lío, explicó y al final logró que la dejaran entrar. Estaba con ella cuando pasó lo de la leche", cuenta. Y se refiere a que, aún cuando le habían dado una medicación para cortarla, el cuerpo no estaba entendiendo: la leche brotaba de los pechos.
"Cuando entró la enfermera mi hermana le dijo 'mirá, tiene mucha leche, no para de salir'. Y la enfermera me dijo a mí: 'bueno mamita, te vas a tener que apretar las tetas'".
A su bebé se lo dieron en una caja azul de archivo, de esas que se usan en las oficinas. Para la clínica, era un feto NN. El certificado de defunción decía: "Feto NN masculino, 33 semanas de gestación, 2,300 kilos".
Johanna empezó a pensar que la muerte de su hijo no era culpa de nadie pero todo lo que había sucedido alrededor había sido una forma de violencia obstétrica: una de las seis formas de violencia contra la mujer estipuladas en la Ley de Violencia de Género.
Fue por eso que hizo la denuncia en la CONSAVIG, que pertenece al Ministerio de Justicia y DDHH de la Nación. Y luego demandó a su prepaga -de primera línea- y a la clínica (por consejo de su abogada, prefiere que no se sepa cuáles son). Se trata de un juicio civil por daños y perjuicios.
El suyo se suma a otros juicios similares pero con diferentes aristas. Uno es el de la misionera Paula Pisak, que inició un juicio por violencia obstétrica en el que también hubo mala praxis (quedó cuadripléjica y sorda de ambos oídos después de una cesárea). Otro es el de Agustina Petrella, que decidió demandar a la neonatóloga, al obstetra, a la prepaga y a la clínica en la que nació su hija. Lo que ella pidió fue un parto respetado, con intimidad. Lo que le dijeron fue: "Acá no estamos para cumplir los caprichitos de los padres".
"En caso de ganar el jucio el resarcimiento es económico y eso ya no me sirve. Lo que quiero es que se implemente un protocolo para que el personal de salud sepa qué hacer cuando a una mamá se le muere un bebé en el vientre. Darle una habitación lejos de la maternidad así no está con flores, bebés y osos de peluche, ofrecerle contención a la familia, darle información para decidir si quieren ver o no al bebé", dice Johanna.
Por último, Johanna -que ahora tiene 35 años, se separó y no tuvo más hijos-, contó que el duelo quedó trabado: "Ciro murió en octubre de 2014, recién este verano pude ir a buscar la urna con sus cenizas, llevarlas a Gesell y esparcirlas en el mar".
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