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ALEJANDRO CASTAÑEDAafcastab@gmail.com
El abogado fueguino Francisco Giménez, denunció a Gustavo Melella, intendente de Río Grande, por acoso sexual y por irregularidades en la obra pública. La Justicia analiza el testimonio de al menos tres obreros de la construcción. Declararon que el intendente abusó de ellos a cambio de proporcionarles empleo. El escándalo crece porque como los empresarios se han vuelto muy locuaces, se esperan testimonios reveladores en la misma dirección.
Los gobernantes pingüinos tienen muy arraigado lo del retorno. Como no hay trabajo, Melella acudía a sus instintos para mejorar la estadística ocupacional del distrito. En esta oleada de corrupción que ya no respeta escalafones ni modales, los intendentes ganan terreno. “Ustedes son la primera ventanilla a la hora de recibir reclamos” dijo el ministro de Gobierno de Vidal esta semana al bajarles líneas a sus alcaldes. Y pueden ser también la primera ventanilla a la hora de recaudar. A Gustavo no se lo acusa ni por sus preferencias sexuales ni por sobreprecios, sino por el manejo extorsivo de su bolsa de trabajo. Como no llegan industrias, a los albañiles el intendente les ofrecía changas íntimas, fuera de horario de municipio y andamio.
Ofrecía a los albañiles changas íntimas, fuera de horario de municipio y andamio
El intendente de Rió Grande por supuesto negó todo. No recuerda haber metido jamás un albañil en su cama. Y agregó que esto es una operación política para sacarlo del medio en la carrera por la gobernación. Hoy cualquier acusado se declara perseguido en medio de un escenario de víctimas falsas y coimas sinceras. Los que viven allí en el extremo sur siempre han tenido algunas compensaciones. Y Melella interpretaba la ley orgánica a la sombra de un clima que con sus largas noches obliga a pedirle a los frentistas cumplidores algún aporte extra. Los albañiles que concurrían a la residencia oficial no llevaban un cuaderno para detallar sus entregas, aunque sus teléfonos guardan más de un pedido municipal a deshora. Han dicho que para tener plata y trabajo había que hacer una excepción y someterse a las demandas de un gobernante que, además de exigir antecedentes, primero relojeaba el mameluco y después pedía a otros aportes. Algunos empresarios también eran convocados. La ronda de estos encuentros tenía un impecable recorrido administrativo. La primera visita era para ser aceptado en la licitación, después, cuando se adjudicaba la obra y al final cuando había que apurar los pagos. Esa secuencia le aseguraba a Melella un plan de satisfacciones frecuentes que contaba, según dijo su chofer, con un servicio puerta a puerta que llevaba y traía a esos constructores que peleaban cuerpo a cuerpo cada obra. Las señoras de los proveedores de Río Grande ahora preguntan si también su santo habrá ocupado la ventanilla de ese intendente que pedía de frente y cobraba por atrás.
Pero no es el primero que usa y abusa del poder. La abogada Laura Cox, exjueza del Tribunal Superior de Londres, develó esta semana una cultura de la “deferencia, sumisión, aquiescencia y silencio que permitió que se extendieran acosos y abusos contra miembros y trabajadores de la Cámara de los Comunes”. Cox pone como víctimas a hombres y mujeres. Entre las denuncias figura la maña los diputados “de mantener una mano sobre las rodillas de ellas durante un periodo incómodo de tiempo o tratar de besarlas o abrazarlas”.
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Lo de empezar en la rodilla es un viejo recorrido que ha dado más de un alegrón cuando la dueña de la rótula le da luz verde a la trepada. Pero claro, no será fácil decirle No a un parlamentario inglés en pleno recinto. Tienen fueros de sobra para sacarse el gusto con anatomías y antojos. Las aspirantes a la hora de presentar currículum tenían que mostrar predisposición y buenas piernas. Y si bien ahora se supo que algunas se han animado a denunciarlos, la mayoría al parecer se quedaba perpleja por el avance fuera del orden del día de unos dedos parlamentarios acariciando cercanías en pleno debate. Para ellos, sus demoras en lindas rodillas “durante un periodo incómodo”, eran atribuciones naturales. Pero ellas juran que temblaban cada vez que la presidencia pedía “sírvanse levantar la mano”.
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