Fugas, identidades dobles y amores cruzados en una Europa distópica que le habla al presente
Edición Impresa | 29 de Octubre de 2018 | 02:19

Pedro Garay
pgaray@eldia.com
“El cine se lleva bien con los fugitivos”, dice Christian Petzold, director de “Transit”, uno de los estrenos de la semana en una semana de grandes estrenos que habrá que ver antes de que la remuevan de la cartelera, y que es la historia de una persecución y una fuga que conducen la acción, claro, pero también una historia de intrigas, identidades dobles y romances imposibles: el cineasta de “Ave Fénix” vuelve a mostrar su talento para reinventar el melodrama y recuperar su potencia (“Casablanca” es una referencia ineludible, al punto de que el libro en que se basa no se convirtió en película por ser demasiada similar al clásico), a la vez que se pasea por Hitchcok, el cine de espías y el noir. Todo está trastocado, empapado con el leve rocío y la niebla matinal de lo extraño: porque Georg, nuestro protagonista, escapa de la invasión nazi a Francia, buscando refugio en el país que quiera acogerlo, y se enamora de Marie, que espera y espera a su esposo sin saber si antes la encontrará la muerte en manos de los invasores, pero la película transcurre en una Marsella actual, con autos, helicópteros y otros implementos de la vida moderna.
Quizás lo mejor, como espectadores, sea no saber que Petzold adapta una novela de Anna Seghers publicada en 1944 sobre sus propias experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, algo difícil en la era de la sobreinformación y algo contra lo que estoy además atentando en este mismo texto. Lo cierto es que la información (la sobreinformación) esconde un potencial peligro, el de achatar los sentidos de la película y volver la alegoría que ata los fascismos del pasado con los del presente, y a aquellos refugiados con estos inmigrantes, una alegoría demasiado directa, un procedimiento demasiado literal que convierte al enemigo no nombrado del filme en “nazis del presente”, cuando en realidad el cineasta procura construir una Marsella extraña y extrañada, descolocar al espectador con esa atemporalidad.
En ese territorio descolocado (que remite a las deconstrucciones del género de la Nouvelle Vague tanto como a los espacios indefinidos de Kafka, recubiertos de incertidumbre y tan aptos para ese cine de posguerra que fue el noir, luego de que los sistemas de justicia superior y orden moral fueran obliterados por la mera existencia de la barbarie nazi y las bombas atómicas) transcurre “Transit”, generando en el espectador desinformado (y qué mejor manera de ir al cine: en esta era de sobreinformación a menudo nosotros mismos nos arruinamos el chiste) un efecto sugerente, alegórico y difícil de nombrar, de poner en palabras: esa Marsella fantástica pertenece al universo de las distopías, como la Aquilea de “Invasión”, aquel filme de culto de Hugo Santiago, Borges y Bioy, y por lo tanto puede ser cualquier tierra, en cualquier momento, no sólo Europa, no solo ahora. En todos lados, siempre, late ese peligro.
Pero no es este de Petzold un filme experimental, un ejercicio formal que desarma certezas por el regocijo de deconstruir gramáticas del pasado: al contrario, el cineasta alemán construye una película política y emotiva, un thriller melodramático que usa esos géneros y otras formas e ideas como armas para generar relatar el purgatorio de la espera, del exilio, de la no pertenencia, contar la imposibilidad del amor en este mundo trágico, y hablar de amistades y solidaridades sin caer en subrayados discursivos frecuentes en el cine sobre inmigrantes y fascismos, confiando siempre en la potencia de la imagen para narrar.
EXCELENTE (*****)
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