Sobredosis de TV: tantas series nuevas para ver... y tan poco tiempo
Edición Impresa | 28 de Noviembre de 2018 | 02:33

Pedro Garay
pgaray@eldia.com
En las últimas semanas se estrenaron: la última serie del creador de “Mad Men”, una adaptación de una novela de John Le Carre hecha por el director de “Oldboy”, la nueva serie de Lena Dunham (creadora de “Girls”), otra sitcom de Chuck Lorre (“Big Bang Theory”, “Two and a half men”), un spin-off de “Sons of Anarchy”, una serie con Jim Carrey, una miniserie del creador de “Mr. Robot” protagonizada por Julia Roberts y una serie dirigida por Ben Stiller, con Benicio del Toro, sobre un escape de prisión.
También terminó la segunda temporada de “The Deuce”, de lo mejor del año televisivo. Volvió Bo-Jack. Volvió “Big Mouth”. Volvió “This is us”. Volvió “The Good Place”. Volvió “American Horror Story”. Volvió “House of Cards”. Volvió “Deutschland” (ahora es 86 y no 83). Y el panorama de estas últimas semanas no es diferente al de meses atrás: las series se multiplican como los Gremlins con el agua.
Demasiadas series nuevas, y tan poco tiempo: parece el dilema del siglo XXI, que genera que buena parte de las novedades se pierdan en el ruido, sean buenas o malas, y unas pocas afortunadas se salven del olvido. Casi nada se dijo de estos estrenos fuera de los medios especializados. Algo más se dijo de la serie de Cary Fukunaga (el de “True Detective”, que estrenó “Maniac”) o de la de Matt Groening (creador de “Los Simpson”, que estrenó “Desencanto”), aunque más que nada para regodearnos criticándolas. Algo de entusiasmo despertaron “La mansión de Hill House” y “Bodyguard”, pero a días nomás de su llegada a las plataformas, asoman como un fenómeno fugaz.
La conclusión parece evidente: estamos llegando a un momento de saturación televisiva, donde la competencia entre las múltiples plataformas on demand (con Netflix a la cabeza, pero con Hulu, Disney+, Amazon, HBO y hasta YouTube creando más y más contenido para meterse en el millonario mercado) inunda los televisores, celulares, tablets y computadoras de material que, inevitablemente, terminamos colocando en las siempre crecientes, ya infinitas listas de “para ver”. Allí morirá la mayoría de los shows, mientras crece nuestra angustia por “ponernos al día”.
“Con los medios y dispositivos digitales que tenemos hoy, es normal tener acceso a mucha más música de la que podemos llegar a oír. Ahora tenemos menos tiempo para escuchar más música: la música digital ha generado un déficit temporal”, escribe Damon Krukowski en “The New Analog”, y lo mismo se vuelve evidente en estos tiempos de las series. El espectador promedio mira hoy casi tres horas de televisión por día: si trabajamos ocho horas y dormimos otras ocho, tres horas de tevé se vuelven casi la mitad de todo nuestro ocio. Y aún así no alcanza para ver todo lo que hay. ¿Cuántas series estás siguiendo ahora mismo?
¿Un problema?
Es cierto, la tevé ha alcanzado un nivel altísimo, y muy eficaz a la hora de atrapar al espectador. Pero también es cierto que hay muchas porquerías escondidas en el manto de la Era Dorada de la tevé, shows lanzados de apuro para aprovechar alguna tendencia del momento, series malogradas, series que pretenden copiar la fórmula del prestigio. Y las consumimos a ellas también, porque el estrés de la vida moderna, el agobio de lo cotidiano, necesita ser aliviado. “Apagar el cerebro”, es la frase que utilizan quienes sienten la necesidad de justificar sus atracones con series que, saben, no dan la talla.
La tentación es volver a reducir el fenómeno a “el opio del pueblo”: claramente, hay algo de alienación, y de escapismo, incluso de uno mismo. ¿Cuántas parejas huyen del final de su relación atraconando series en un incómodo silencio sin mimos ni roces?
También hay un placer, aunque los estudiosos afirman que es un placer engañoso y fácilmente adictivo: el psicólogo Renee Carr explica que ver televisión libera dopamina, y el cuerpo pide más y más. Y el proceso que se experimenta mientras se atracona es el mismo que tiene lugar en el inicio de una adicción cualquiera: “Los caminos neuronales que causan la adicción a la heroína o el sexo son las mismas, el cuerpo no discrimina frente al placer, puede volverse adicto a cualquier sustancia o actividad que produzca dopamina”.
Pero, sobre todo, hay algo también de trastorno: el mismo término, “atraconar” (del inglés “binge”, hoy castellanizado por las redes), remite a trastornos alimenticios, hábitos de consumo no ligados al placer sino a la ansiedad. Y si no hay disfrute, o si el disfrute se disipa y se convierte en un intento, siempre inútil, por ponernos al día, o en una fuerza que nos vuelve adictos, presos de la pantalla (empujados también por el estatus que da hoy ser “conocedor” de series en diversos círculos sociales), el problema no es tanto que no hay suficiente tiempo para ver televisión, sino que estamos perdiendo el control de nuestro propio tiempo.
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