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Vivir Bien |EL DESAFÍO DE INVENTARSE UNA NUEVA VIDA

Patear el tablero

Dos periodistas, un director de arte y una analista de sistemas cuentan por qué y cómo se animaron a largar todo después de años de trabajo para empezar de cero otra vez ¿Temerarios o valientes? Conózcalos y saque sus propias conclusiones

Patear el tablero

Claudio Pousada dejó el ritmo frenético de la TV por la calma de la meditación; es uno de los que decidió darle un giro de 180º a su vida

MARISOL AMBROSETTI / Fotos CÉSAR SANTORO, GONZALO MAINOLDI Y DOLORES RIPOLL

30 de Diciembre de 2018 | 08:08
Edición impresa

Una profesión elegida, años de trabajo, un sueldo todos los meses y perspectivas de crecer. ¿Quién es capaz de dejar todo para inventarse una nueva vida? Los que patearon el tablero, y les fue bien, levantan la mano: ahí está Ramiro ‘El Flaco’ Sagasti (47) que renunció a 20 años de periodismo y hoy es músico. También Claudio Pousada (56), que abandonó el ritmo vertiginoso de la TV y ahora da clases de meditación y es guionista independiente.

Se suman Florencia Mansilla (30), que de analista de sistemas pasó a la lectura de registros akáshicos y Damián Rodera (37), que también dejó el trabajo periodístico y hoy se dedica a las terapias con Flores de Bach.

Mientras prueba sonido antes de un show, Sagasti cuenta que antes de largar todo “era jefe de la corresponsalía del diario La Nación en La Plata: tenía gente a cargo, arrancaba el día leyendo noticias y tenía que estar muy atento a todo lo que pasaba”.

A Claudio Pousada su pasado como director de arte en América y Canal 9 le recuerda, ante todo, sus viajes diarios hasta Palermo en plena madrugada: “Entraba a las 7 y no había autopista ¡Imaginate a la hora que me levantaba! Volvía exhausto y, más de una vez, me quedaba dormido en el micro”.

Como miles de jóvenes del interior, Florencia Mansilla (30) vino a los 17 desde 9 de Julio a estudiar. Después de ocho años en la facultad de Informática, le ofrecieron trabajo como analista de sistemas en la Universidad Arturo Jauretche. Mejor, imposible: “Me lo propuso un amigo, entré a planta permanente a trabajar de lo que había estudiado, ganaba muy bien y trabajaba siete horas”.

Damián Rodera, por su parte, fue periodista 14 años: “Empecé a los 21 como pasante de la facultad en la agencia de noticias DIB y estuve en la redacción hasta los 35”.

LA CRISIS. Los cambios de vida de los cuatro protagonistas de estas historias no ocurrieron de la noche a la mañana. Todos coinciden en que comenzaron a sentirlos como una voz interior lejana que, muy de a poco, emergió desde los deseos más profundos como un grito de emancipación.

“Estaba cerca de cumplir los 40 pero me atendían siete médicos: tenía eczema, se me caía el pelo, tenía bruxismo y gastritis, todos me decían ‘Tenés que parar’”, confiesa ahora Claudio Pousada que, en medio de esa vorágine televisiva comenzó a practicar técnicas de meditación junto a su mujer, María Clara Lima. “Parar la cabeza” le permitió, a su vez, escuchar mejor a Pedro, su hijo mayor, que con tres años le dijo: “Papá ¿Por qué trabajás tanto?”

Sagasti comenzó a tocar con Pérez a mediados de los 2000 mientras seguía su rutina en el diario. “Me iba un rato a ensayar y volvía a la redacción, pero no pensaba en dejar ese trabajo, equilibraba. Hasta que Pérez empezó a crecer, sacamos un disco y después otro, y empecé a sentir que yo vibraba más en el escenario y haciendo canciones que en el periodismo”. El mundo de las noticias se volvió tedioso: “Llegaba el verano y pensaba: ‘cuántas notas más de las playas y las 4 por 4 van a salir, era como un loop, empezó a aburrirme’”.

Damián cuenta que le llevó dos años tomar la decisión de cambiar el rumbo. “Pero en el fondo siempre supe que estaba haciendo lo que sentía, escuchando un mandato del alma, y cuando uno actúa desde su sentir más profundo la vida se encarga de facilitarnos la tarea”.

En un tránsito similar estaba Florencia. Después de tres años de trabajo en la Universidad tenía la certeza de no querer viajar más a Florencio Varela y, a modo de hobby, se entusiasmó con aprender la lectura de los registros akáshicos, “una terapia que aporta información del pasado, el presente y el futuro de cada persona, la conecta con su esencia y su propósito, y la orienta para hacer cambios positivos”.

LA DECISIÓN. Poco antes de largar todo, a Ramiro le habían ofrecido un mejor puesto en la sede central del diario. Más responsabilidad y más dinero. Los directivos lo vieron dudar: “Mirá que este tren pasa una sola vez”, le advirtieron. Sagasti se llevó esa frase y la hizo canción: “Voy a mirar pasar el tren y vas a verme feliz”. La hizo pública muchos años después, en “Caracas”, el cuarto disco de Pérez, que hoy es una de las bandas de rock indie que más convoca en la Ciudad.

En el caso de Pousada, el pedido de su hijo fue crucial. “Decidí invertir y alquilé este lugar que estaba al lado de mi casa para poner mi propia productora audiovisual, para meditar y enseñar a otros a hacerlo”, recuerda ahora en su elegante estudio construido en 1960 por el escultor César Paternosto, en el barrio Nirvana de City Bell.

A Flor Mansilla la mueven llamados y señales a la hora de tomar decisiones. Después de tres años renunció a la Universidad. Su jefe se resistía y hasta le propuso un año sabático para que no se vaya. Iba a poner su propio emprendimiento en La Plata cuando “se cayó la casa que íbamos a alquilar”. Ahí el Universo le aclaró el panorama “pero si yo quiero viajar”, se dijo. Y sacó pasaje a Brasil.

El momento bisagra en su vida lo encontró a Rodera a la mitad de una maestría en periodismo: “Nunca hice la tesis final: un día puse todos los apuntes que había acopiado para escribirla en una caja y la saqué a la calle, fue el fin de la maestría y de una etapa”.

Asegura que después de renunciar a su trabajo como periodista, en 2016, “viví meses intensos a nivel emocional: por momentos me sentía libre, feliz y confiado y en otros quedaba atrapado en miedos e inseguridades. Pero en el fondo siempre supe que la decisión era correcta”.

En eso coincide con Sagasti cuando dice “no es que yo la tenga tan clara, a veces se generan dudas y una especie de vacío, pero hay que acostumbrarse a vivir con ese vacío, porque nada te da satisfacción permanente”.

ACIERTOS. Reinventarse también formó parte de un camino hacia la espiritualidad y las terapias alternativas, tanto para Claudio como para Damián y Flor. El primero se metió de lleno en la organización el Arte de Vivir y hoy es su vicepresidente. Comenzó a dar cursos en La Plata y en el resto del país como instructor de meditación y de técnicas de respiración antiestrés. En paralelo, formó un equipo, montó su propio estudio a metros de su casa y creó Plin Plin, un dibujito animado que licenció Disney y se tradujo a varios idiomas.

“El estrés te vuelve irritable, te aleja de las personas, te impide ver posibilidades”, reflexiona Pousada. Asegura que el aprendizaje de esas técnicas le trajo prosperidad y le ayudó a entender que para estar más tranquilo “no te tenés que ir a Cancún, que está buenísimo pero es caro, tenés que aprender cómo lograr estar tranquilo estés donde estés”. Por eso, en cada proyecto que encara, ofrece a su equipo un espacio y un tiempo para meditar y “así evitás que el estrés se coma a las personas”.

Damián ya no cumple horarios esclavos de redacción. Da turnos para atender consultas florales, dar cursos sobre Flores de Bach, digitopuntura y reiki. Dice que cuando uno va siguiendo la pista de sus sentires, la vida te facilita las cosas. A él lo cruzó con Mara, “mi compañera, que terminó de darme el impulso que necesitaba para el cambio y con la que hoy tenemos a nuestro bebé, Lucio”.

Cuando Mansilla llegó a Isla Grande, en Brasil, supo que no iba a trabajar más como analista de sistemas. La certeza la tuvo cuando un chico de rastas le tocó la puerta de su cabaña y le preguntó si ella era la argentina que sabía leer los registros akáshicos. Le contestó que sólo lo hacía con amigos, pero él insistió y Flor hizo la primera prueba con un desconocido. Su viaje siguió en Colombia y ahí decidió hacer un flyer y difundir su teléfono para hacer lecturas. “Me di cuenta que tenía que vivir de esto y me llegaron consultas de todos lados, empecé a trabajar y no paré más”.

Para la estocada final, Sagasti se fue a pensar a la playa. Era el inicio de 2016 y había terminado de cubrir la triple fuga en La Nación. Lo acompañó su mujer, Guillermina, y su hija Faustina. “Con mi compañera pensamos que ya habíamos comprado una casa, Fausti ya estaba grande y nos encontramos en una situación en la que podíamos resolver la economía de una manera más austera”.

Sigue amando el periodismo y dice que tiene mucho que ver con la música: “Hay que mirar y contar, hay que estar con todos los sentidos abiertos, son distintas formas de comunicar, pero creo que soy mejor músico que periodista”.

Este año Pérez llenó la Sala Ópera y, en poco tiempo, verá la luz “Danza”, el quinto disco de la banda. Pero Sagasti no se queda quieto: también toca en Roto, un quinteto que comparte con su hija, dueña de la batería, y su “hermano” y también cantautor en Mostruo, Kubilai Medina.

“Ahora trabajo más que antes”, asegura Ramiro. “Me levanto a las 7 de la mañana y me pongo a escribir y a componer. Me siento con el entusiasmo que tenía cuando arranqué en periodismo”. A fin de cuentas, el cambio lo rejuveneció: “Me puso en alerta y me sacó la pereza de tener un sueldo seguro a fin de mes”.

Dice que en la vida hay dos pilares: la seguridad y la libertad. “A mayor seguridad, menor libertad, y a mayor libertad, menos seguridad. Yo tengo la balanza inclinada para el lado de la libertad”.

 

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