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Séptimo Día |UNA NUEVA GENERACIÓN DE ESCRITORES ARGENTINOS SE OCUPA DE LOS AMORÍOS DE LOS GRANDES DE LA PATRIA

Bombazos al bronce de las estatuas

San Martín, Belgrano, Moreno, Güemes, Lavalle, Dorrego, Rosas, Sarmiento y muchos otros que quedaron cautivos de pasiones turbulentas y clandestinas

Bombazos al bronce de las estatuas

Domingo Faustino Sarmiento

18 de Febrero de 2018 | 08:45
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

Amor y literatura viajaron siempre juntos. Uno sin la otra no existirían. El amor enamorado de la literatura y la literatura del amor. Sin amor, ella no habría podido convertirse en la expresión humana más alta. Sin literatura, sin las palabras que le dieran significado, el amor no hubiera llegado hasta hoy y nadie hubiera podido explicarse las miserias y grandezas de la condición humana.

Ya en el origen, en las dos obras literarias más encumbradas –la Ilíada y la Odisea de Homero- el amor es la esencia del drama. El amor entre París y Helena que hace fermentar la Guerra deTroya. Y Ulises, en la Odisea, que se extravía y viaja largamente hacia su reino de Itaca, donde lo espera el amor de Penélope, el amor que el tiempo no corrompe ni desgasta. La literatura occidental, lo dicen todos los críticos, nace en esas dos épicas griegas del amor. Del amor expuesto sin pudor por un narrador que lo entrevera con los dioses, con la traición y con la muerte, con la guerra, con las pasiones más bajas y más sublimes.

San Martín y Belgrano eran dos impenitentes admiradores de las mujeres bellas

 

En los días de esta semana que termina se celebró el Día del Enamorado, una fecha que en la Argentina convoca año tras año más adeptos, aún cuando persiste hacia ella una suerte de reticencia. Ocurre que el amor en este sur de América tiene mala prensa y tuvo, también, poca literatura. Muy especialmente en la Argentina, un país de literatura más racional que sentimental, cuya casi única novela de amor ponderable y por décadas fue la no olvidada Amalia, de José Mármol, publicada en 1851 en forma de folletín, en el diario La Semana de Montevideo.

Pues bien, en estos días fue destacado el rol que viene cumpliendo una generación de novelistas e historiadores argentinos, aún jóvenes o recientes, que han colocado –sin reticencia ni los pudores propios del clacisismo-al amor en el centro de la escena. El amor vivido por quienes forjaron la independencia política; el amor como debilidad o mejor virtud de próceres de mármol hasta hace poco, sólo exaltados por sus vidas públicas y que ahora, sabemos, cedieron a las pasiones más turbulentas.

Esta generación intelectual se viene ocupando de despellejar de su bronce a tantas estatuas, para mostrarnos, en cambio, a hombres y mujeres despojados de investiduras, cautivos de Eros y Cupido, sometidos al travieso azar de los flechazos ciegos, dispuestos a entregarse a la tiranía fáustica de amores prohibidos.

Allí fueron ubicados figuras esenciales de la historia argentina, como José de San Martín, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Manuel Dorrego, Mariquita Sánchez de Thompson, Juan Lavalle, Martín Güemes, Juan Manuel de Rosas, Camila O´Gorman y el padre Uladislao Gutiérrez (nuestros fusilados Romeo y Julieta), Justo José de Urquiza, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Bartolomé Mitre, entre tantos otros. Y la tendencia, según lo afirman muchos –entre ellos los propios descendientes de esas personalidades- no dejó de atinar en el blanco. Algunas desmentidas intentadas desde usinas clásicas cayeron abatidas por la certera documentación que presentaron estos escritores iconoclastas.

NOVELAS HISTÓRICAS

Descendientes de Mármol, de las románticas obras de Juana Manso, Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla, apareció hace poco tiempo una pléyade de escritores argentinos –varones y mujeres- que no trepidaron en revelar los secretos de alcoba de los próceres más empinados.

Puede hablarse, así, de José Luis García Hamilton –cuya novela “Don José”, presentada en el 2000 fue calificada como un “bombazo al bronce” ya que presentó a un Libertador de carne y hueso, presunto hijo natural de Diego de Alvear y de una india guaraní- seguido de Federico Andahazi, de Reyna Carranza, Florencia Bonelli, Daniel Balmaceda, Claudia Barzana, Cristina Bajo, Elsa Drucaroff, María Esther de Miguel, Viviana Rivero, Gloria Casañas, Graciela Ramos, Lucía Gálvez, María Rosa Lojo, José Luis Thomas, Marta Sáenz Quesada, Susana Bilbao, entre muchos otros y otras que atrajeron la atención de públicos cada vez más crecientes.

Los amoríos ocultos de San Martín y Belgrano, dos impenitentes admiradores de mujeres bellas; el trágico idilio de Lavalle con Damasita Boedo (aquella “rubia de ojos glauco-azulados”); el doloroso y oscuro romance de Rosas con su virtual cautiva, Eugenia Castro, la muy adolescente y bella muchacha que cuidó a Encarnación Ezcurra, esposa del gobernador, lo cierto que no quedó en estos años figura pública de nuestra historia que no haya sido pasada por el arel minucioso de estos novelistas.

En el cedazo, también, Sarmiento, una suerte de Fausto insaciable que amaba a varias mujeres a la vez, entre ellas a Aurelia Vélez Sarsfield, a la que le llevaba 25 años y que era hija de su amigo, Dalmacio Vélez Sarsfield, autor del Código Civil. Fue una relación apasionada y clandestina que terminó en un sonado escándalo. “Sarmiento era muy enamoradizo”, sintetizó Balmaceda alguna vez.

Gloria Casaña, autora de la novela “La maestra de la laguna”, cuya protagonista central es una de las maestras traídas como educadoras por Sarmiento desde Estados Unidos explicó así el éxito de este tipo de novelas históricas: “Nuestra sociedad es mestiza en su origen, y ese mestizaje es una fuente inagotable para la novela romántica: la unión de los opuestos, la unión prohibida”.

Añadió Casaña: “La novela romántica, y en especial su vertiente histórica, se ha ubicado en un lugar visible en la preferencia del público. Tiene sus propias mesas en las librerías con el rótulo de «románticos ». Muy distinto de lo que ocurría antes, cuando había que buscar las novelas en lugares de canje o aparecían escondidas en el último estante. ¿Quién se resiste a un romance bien escrito, y además dotado de la fuerza de la historia?”

Amor y literatura vuelven a encontrarse, más allá de dolor de las infidelidades

 

Por su parte, en una entrevista publicada por La Nación que le concedió a Alejandra Rey, Andahazi no trepidó en investigar uno de los temás más enigmáticos y complejos, referidos a la sexualidad de Belgrano. Ahora ya se confirmó que fue un Don Juan hecho y derecho, pero lo cierto es que en su época se puso en duda su hombría.

Andahazi dice lo siguiente: “Es uno de los personajes más representativos de la historia y de la historia de la sexualidad de los argentinos. Se puede descubrir fácilmente cómo en Belgrano la imputación sobre sus preferencias sexuales sirvió como una herramienta de destrucción política. Dorrego hizo una campaña contra él porque no le perdonaban que fuera un intelectual, que no fuera militar, que tuviera una formación. Se burlaba de la voz afeminada que tenía Belgrano y hacía creer que era homosexual, o sea que era delito en esa época y estaba penado. Y esto le salió muy caro a Dorrego, porque San Martín lo desterró. Lo que buscaba Dorrego al descalificar a Belgrano era ganar puntos a los ojos de San Martín...”

LAS CLAVES

La novela histórica o sentimental encuentra en la intensidad de las vidas de sus protagonistas -que los obligaba a permanecer meses y hasta años lejos de sus hogares- una de las explicables causas de las turbulencias matrimoniales y sentimentales de los próceres. Florencia Canale, descendiente de Remedios de Escalada de San Martín, escribió hace poco un libro que escandalizó a la historiografia clásica, en el que relata las infidelidades de Remedios para con el Libertador, casi siempre alejado, obligadamente, de ella. Amor y literatura vuelven a encontrarse, más allá del dolor.

Sobrina en sexta generación de Remedios, Canale rescató anécdotas familiares que presentan a un San Martín enredado en amoríos en Chile y Peru, mientras su esposa, harta de tanta soledad, se relacionó con algunos subalternos del Libertador, como Bernardo de Monteagudo. “Remedios volvió a apoyar su cara en el pecho de su tío. La angustia dominaba su cuerpo. Le costaba respirar. Sabía que todo estaba terminado, que jamás volvería a ver a José. No sólo por su enfermedad que la distanciaría a leguas de él, sino también por la traición en la que lo había hundido. Había actuado mal, se había equivocado mucho. Necesitaba que su marido la perdonara, pero eso parecía imposible”, cuenta en su libro “Traición y pasión”.

Borges ofreció otra clave sobre la fusión amor-literatura en su poema “El amenazado”. Allí parece indicar, según se desprende del propio texto, que el intelectual argentino, racional, frío, se siente como acosado por el amor y que esta pasión lo puede delatar, dejar expuesto: “Es el amor. Tendré que ocultarme o huir./ Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz./ La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única./ ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,/ la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte/ para cantar sus mares y sus espadas,/ la serena amistad, las galerías de las bibliotecas,/ las cosas comunes, los hábitos,/ el joven amor de mi madre,/la sombra militar de mis muertos,/la noche intemporal, el sabor del sueño?/ Estar contigo o no estar contigo,/ es la medida de mi tiempo./ Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,/ ya el hombre se levanta a la voz del ave,/ ya se han oscurecido los que miran por la ventana,/pero la sombra no ha traído la paz./ Es ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,/ la espera y la memoria/ el horror de vivir en lo sucesivo./ Es el amor con sus mitologías,/ con sus pequeñas magias inútiles./ Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar./ Ya los ejércitos que cercan, las hordas./ (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto)/ El nombre de una mujer me delata./ Me duele una mujer en todo el cuerpo.”

 

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