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La industria encuentra sus malos en el presidente de EE UU y los políticos de derecha que emergen en el mundo. Pero, ¿su misión evangelizadora tiene resultado?
Donald Trump es, para el cine de Hollywood, el gran lobo feroz / Archivo
Hollywood ya tiene a su villano. En los 80 fueron los malvados rusos, propensos a la trampa, la violencia y el doping. Tras la caída del Muro, tanto el cine como el país tuvieron que buscar un nuevo enemigo y apareció, al giro del siglo, la amenaza mutante del terrorismo musulmán: hombres barbados tramaban asesinatos y volaban autos en casi todas las películas de acción, hasta que, en paralelo con el desgaste de la guerra en Medio Oriente, el estereotipo se agotó. Necesitado de un antagonista, la narrativa cinematográfica estadounidense ya encontró a su gran lobo feroz: Donald Trump, como representante del avance de las derechas, los nacionalismos y el racismo en Estados Unidos y el mundo.
Caricaturesco personaje de por sí, y propenso a excesos inverosímiles que no se le hubieran ocurrido al mejor guionista satírico, el presidente de EE UU ciertamente tiene todo para construir un gran villano, como demuestra el hecho de que incluso las películas que no hablan de su era en la presidencia remitan a él como el mal supremo.
Ese es el movimiento que realizan dos de las nominadas al Oscar de este año: “El Vicepresidente”, estrenada el jueves (con muy poco impacto en la taquilla), cuenta la historia de Dick Cheney, vicepresidente de la era Bush, un burócrata gris y, para su director Adam McKay, la encarnación de la banalidad del mal; y “Blackkklansman”, el regreso con furia de Spike Lee, que narra la historia real de un detective negro que se infiltró en el Ku Klux Klan. Ambos filmes tejen relaciones entre sus historias de auge de ideologías reaccionarias y el presente trumpista: McKay muestra a Reagan declamando la ya infame frase “hagamos a América grande de nuevo”, y también pasea por su película a Mike Pence, vice de Trump; Lee vuelve a revelar los lazos que unen al actual presidente con el Gran Mago del KKK, David Duke, que impulsó a la Estados Unidos blanca y postergada del sur a votar a Trump. Y cierra su filme con las estremecedoras escenas de violencia racial del presente.
Una tercera nominada a los Premios de la Academia, “Green Book”, había tomado cierto envión como candidata al batacazo (“Roma” es la favorita: otra película con sabor a México, como las de González Iñárritu y “Coco”, premios del pasado que parecieron diseñados para molestar al tipo que quiere levantar una pared con el vecino país) hasta que surgieron tuits de 2015 de uno de sus guionistas, Nick Vallelonga (hijo del personaje protagonista de la película, interpretado por Viggo Mortensen), apoyando dichos de Trump sobre supuestos festejos de la comunidad musulmana en EE UU, tras los atentados del 11 de septiembre. }
Tras la emergencia de estos tuits, la película ha perdido empuje de cara a los premios, a pesar de que retrata la historia de un pianista negro recorriendo el sur profundo de Estados Unidos junto con un italoamericano, una pareja despareja que, a lo Hollywood (y con mucho pollo frito de por medio) rompe sus prejuicios y asoma como una visión de superación y armonía en ese crisol de razas que es la Tierra de los Libres.
Y hablando de nominaciones, Trump es tan omnipresente en el cine de Hollywood que hasta es candidato a dos premios Razzie, que galardonan lo peor de la temporada. Optará por el “premio” a peor actor, por su desempeño en el documental que Michael Moore le dedicó a su figura, “Farenheit 11/9”, y peor pareja en escena: él y su mezquindad.
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La animosidad de Hollywood con el presidente no sorprende, claro: desde su campaña, la industria se posicionó, salvo excepciones, contra Trump, cuyo nombre fue recordado en cada discurso de las últimas entregas de premios, y con figuras como Meryl Streep, Julianne Moore, Robert De Niro y Susan Sarandon como activos militantes en su contra.
“La sociedad confía en los narradores. Las elecciones que hacen y los riesgos que toman definen nuestra experiencia colectiva”, afirmó en un comunicado Robert Redford, fundador del Festival Sundance, que este año volverá a tener en su grilla varios filmes dedicados a la actualidad política. Y sin embargo, los estudios indican que poco ha cambiado en la mente de los votantes a pesar de esta campaña desde Hollywood: el cine ha fracasado en su supuesta capacidad de generar conductas y propagar morales y no ha movido un ápice al núcleo duro que apoya a Trump.
Y quizás una explicación esté en la decisión de “villanizarlo”, sin más: sin matices, sin profundidad, sin demasiada atención a causas profundas, buena parte de Hollywood y sus producciones parece hasta mofarse de ese ridículo pero peligroso hombre de pelo naranja.
Una posición que colabora con la polarización de visiones políticas que crece en el mundo entero, fogoneado por los algoritmos y el “filtro burbuja” de las redes sociales: por ejemplo, ante la noticia de la realización de “Cazafantasmas 3” con el equipo original, tras el poco exitoso reinicio de la saga con protagonistas mujeres, Leslie Jones dijo que “eso (volver al elenco masculino) es lo que haría Trump”.
La falta de matices a la hora de representar el avance de la derecha es, de hecho, la principal crítica que ha recibido “El Vicepresidente”, que en su afán de tejer lazos entre Cheney y Trump olvida que los “cheneistas” rechazan la política “de retiro” del actual presidente, y abogaron siempre por una presencia fuerte de Estados Unidos en el mundo.
Esta falta de sutilezas y profundidades no es total: por ejemplo, y curiosamente, cintas de superhéroes como “Spider-Man: de vuelta a casa” y “Pantera Negra” sí parecen comprender más profundamente al votante de Trump y sus razones. El trazo grueso podría explicar la falta de eficacia de la “propaganda” anti-Trump de Hollywood, aunque, probablemente, quien mejor lo explique sea otra película reciente que embate contra la derecha: “Brexit”, de próximo estreno en HBO (llega el 4 de febrero al canal premium, a las 22).
La cinta tiene a Bennedict Cumberbatch como una especie de Sherlock político que empuja a la salida de Inglaterra de la Unión Europea con la certeza de que los tiempos han cambiado: las formas de la política tradicional, que incluyen pancartas, timbreos y celebridades apoyando, ya no repercuten en el resultado final.
El nuevo factor clave en una era donde el respeto por las instituciones se ha perdido es internet, un ámbito hostil, propenso a las dicotomías, donde el votante común descarga su ira. Y donde es absolutamente manipulable, lo cual explica, dice el filme (que deja en claro las relaciones entre la manipulación de los votantes del Brexit y la realizada por Cambridge Analytica en Estados Unidos), las numerosas sorpresas electorales de los últimos años.
El gran mérito de este thriller político televisivo es, en ese sentido, ver dentro de la Matrix: los ganadores de las elecciones son los que, como la película, no buscan aleccionar a los votantes, señalarlos con el dedo, sino entenderlos, entender sus necesidades reales, más allá de las palabras hoy tan caídas en desgracia. Claro, en tiempos de furia 2.0, escuchar al otro parece una tarea imposible.
Donald Trump es, para el cine de Hollywood, el gran lobo feroz / Archivo
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