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Alejandro Castañeda
Por: Alejandro Castañeda
Querer volver es parte de nuestro destino. Todos sueñan con regresar a algo. La memoria ajusta cuentas a cada instante entre lo que se perdió sin permiso y lo que se quiere recuperar con desesperación. Y los políticos de estos días nos recuerdan que el único encanto de tener que partir es el sueño de poder retornar. Volver fue el cántico de los que estaban impacientes por regresar al poder. Una impaciencia compartida por los muchos que aguardan que alguna vez un regreso sirva para dejar atrás tantas frustraciones. Ya instalados en un mañana próximo, los nuevos elegidos imaginan que nunca se irán, mientras los que se tuvieron que marchar empiezan a entonar un ilusionado “a volver/vamos a volver/”, subrayando que esta es una tierra que siempre apuesta a los que se preparan para retornar, como si los que llegan nunca bastara y sintamos otra vez que los que están en sala de espera son los más sanos.
Aquí nos educaron para saber aguardar aquello que nunca llegará pero siempre anhelamos. Muchos volvedores creen de buena fe que al regresar serán mejores. Imaginan que el olvido les puede haber enseñado algo. Es curioso este presente que nos instala en un futuro fortuito, donde los temores chocan con las ilusiones. Un momento que sacude el corazón de los que eligieron la chance de un recomienzo que, así entre bambalinas y mientras nos vamos acomodando, tiene más suspenso que certezas.
Como todos están siempre volviendo, este país nunca termina de llegar a ninguna parte. Si nada se arraiga, nada puede prosperar. Todos sueñan con volver. Lo cantan siempre las hinchadas que se van al descenso y los militantes de aquellas fuerzas con pocos votos que fueron enviadas a zona de olvido, pero saben que la pausa los rescatará y los devolverá a un país que pierde casi siempre y no se recupera casi nunca.
Gozamos con estos intermedios, cuando no nos manda nadie y nos sostiene la pura expectativa
Ahora estamos en pausa. La escritora Andrea Köhler ha subrayado el injusto desprestigio de estos intervalos, “ese lapso en el que las cosas son aún inciertas, un tiempo que se conjuga en subjuntivo y permite abrazar la plácida sensación de la vida en movimiento, cuando vas hacia algo mejor, o eso crees”. El país ama estos intermedios, esa zona muerta donde entre decepciones y esperanzas hay valijas que están partiendo y valijas que están llegando. Vivimos en una tierra que nos acostumbró a transcurrir en medio de un intervalo interminable. Los argentinos son sabios en esperas. Gozamos este tiempo muerto, cuando no nos manda nadie y nos sostiene la pura expectativa. Sentimos que nuestros mejores gobernantes son los que aún no asumieron y nos aseguran que ellos al fin podrán salvarnos. Estos intermedios nos retemplan pero también invitan a la huida. Algunas fugas son curativas. Es una impulso que está más allá de la evasión y que apuesta a darle al adiós un aire rejuvenecedor que traiga otra perspectiva. A veces, cuando lo sabido nos desanima, hay que aferrarse a lo incierto. Es Thelma y Louise que se lanzan a lo desconocido al sentir que lo cercano no las deja vivir.
Esta semana escuchamos la cantinela de los que todavía no terminan de irse y ya están planeando volver. Y encima el Papa recibió en el Vaticano a esa estatuilla de la Virgen de Luján que estaba lista para regresar después de haber andado por Malvinas implorando piedad y suerte para nuestros soldaditos y que, tras 37 años en una catedral inglesa, ahora vuelve para reencontrar rogativas criollas y regresar a ese terruño al que todos cuando están lejos quieren regresar y muchos cuando están aquí sueñan con alejarse. La Virgen está llegando hoy, lista para acoger los deseos de un gentío que siempre está enfrentando fieras batallas y que seguramente le pedirá algún milagro para seguir creyendo. Ya se enteró que el pesebre de la Casa Rosada va cambiar de angelitos. Para ponerse en clima, en el regreso a su tierra decidió escuchar a Gardel, en “Volver”, comentando esta transición: mientras Alberto “adivina el parpadeo/ de las luces que a lo lejos/ van marcando mi retorno”, Mauricio tararea aquello de “Vivir/con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo/ que lloro otra vez”.
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