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Séptimo Día |ADVERTENCIAS Y TEMOR POR UN RESURGIMIENTO DE GRUPOS NEONAZIS EN EUROPA

La literatura y los holocaustos

El caso de Mengele y otros nazis escondidos en la Argentina y en otros países de América. La vigencia de ideas autoritarias, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda. El rol decisivo que cumplen y pueden cumplir escritores y periodistas

La literatura y los holocaustos

Gulag “Dirección General de Campos de Trabajo“, sistema penal de campos de trabajos forzados dirigida por la policía de la Unión Soviética y la KGB

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

24 de Marzo de 2019 | 07:42
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¿Hasta dónde puede llegar la crueldad humana? Hace dos meses en las columnas de Séptimo Día se publicó una nota bibliográfica sobre “La desaparición de Josef Mengele” –el tenebroso médico nazi de Auschwitz- en el que su autor, Olivier Guez, termina aludiendo a las ideologías embaucadoras que, en nombre de supuestos ideales y doctrinas, inducen a cometer genocidios y a justificarlos en razones de Estado. Como se verá, este tema no sólo intrigó a escritores y periodistas, sino que los comprometió hasta llevarlos, a muchos de ellos, a exilios, a prisiones y a la muerte misma.

En el último capítulo Guez advierte: “Cada dos o tres generaciones, cuando se agosta la memoria y desaparecen los últimos testigos de las masacres anteriores, la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal…Aléjense de nosotros los sueños y las quimeras de la noche. Desconfianza, el hombre es una criatura maleable, hay que desconfiar de los hombres”.

El texto trágico, frío y deslumbrante -editado Tusquets en 2018- relata la historia de Mengele, que vivió escondido en la Argentina desde 1949, sostenido por su familia desde Alemania y por la red nazi liderada por el as de la aviación hitleriana, Hans Rudel, que lo amparó y también protegido por el primer gobierno de Perón.

Huyó luego al Paraguay, donde contó con el cerrado respaldo de Stroessner, para pasar sus últimos años en Brasil, en donde murió en 1979 ahogado en un accidente playero en la zona de Santos, sin ser juzgado por nadie.

Lo extraordinario no es que haya contado con la permisividad o indiferencia de gobiernos americanos y que haya vivido con escolta de esbirros y mercenarios nazis. Al “Angel de la Muerte” que buscaba crear niños con ojos azules y gestos de su añorado Führer –se aconseja ver “Los niños del Brasil”, en la que Gregory Peck interpreta a un Mengele “fiel a su leyenda” (Guez)- el propio gobierno de la Alemania Federal, democrático y posterior a la caída del nazismo, presidido por Konrad Adenauer, se desentendió de perseguirlo.

Mengele murió ahogado en un accidente playero en 1979, sin ser juzgado por nadie

 

Eso explica en parte la presencia en la Argentina y otros países americanos y del resto del planeta de jerarcas nazis, que vivieron muchos años con normalidad, desplegando diversas actividades como Adolf Eichmann, Otto Priebke, Martín Bormann, Joseph Schwamberger, Walter Kusstchmann, Eduard Roshmann, Wilfred Von Oven (este último, que había sido estrecho colaborador del propagandista nazi Franz Goebels y que editó revistas en Buenos Aires, donde murió en 2008), entre muchos otros responsables de haber planificado y compartido los crímenes monstruosos del nazismo.

También lo explica otro factor: el manejo del oro nazi, traído por submarinos alemanes que lo descargaron clandestinamente en Villa Gesell, un tema que merece –más que capítulos de historia- varias novelas. Como también lo merecería el contraespionaje inglés que se concretó en la misma costa, para controlar esas llegadas previas al fin de la Segunda Guerra Mundial. Hay gente que anda colectando esos antecedentes

Claro que distintos regímenes políticos, como los de Perón, Stroessner, el brasileño Vargas e, inclusive, los propios norteamericanos, cobijaron en sus administraciones, después de la guerra, no sólo a genocidas lisos y llanos, sino a sabios y expertos alemanes como Werhner Von Braum, Rudel (que ayudó a construir el avión argentino Pulqui), Otto Scorzeny y muchos otros especialistas en distintas ramas. Entre ellos también figuró el presunto sabio austríaco, Ronald Richter, que a cambio de voluminosos honorarios desarrolló durante la década del 50 en Bariloche un fraudulento plan nuclear denominado “Huemul”, que resultó ser un verdadero cuento del tío. A Richter se le adjudica, sin embargo, un logro inédito: “fue el único que engañó a Perón”.

El servicio secreto israelí persiguió a estos nazis mientras pudo. Logró detener a Eichmann en Buenos Aires en 1960, pero a partir de allí el conflicto con los árabes liderados por Nasser los obligó a concentrarse en la defensa armada de Israel, postergando la búsqueda y captura de los criminales de guerra que, en el caso de los judíos, quedó casi exclusivamente en manos de Simon Wiesenthal, un contador y abogado que estuvo internado en los campos de concentración y salvó su vida en forma providencial varias veces, para convertirse luego en un famoso “cazanazis”.

Con sus escasas fuerzas y pocos recursos, Wiesenthal montó en Nüremberg una oficina en la que concentró montañas de documentación sobre los nazis prófugos, en una época en la que Estados Unidos y la propia Alemania demostraban haber perdido el interés de seguir juzgando a los genocidas.

Aunque no había jueces tras de ellos, se encontraron bajo los focos del periodismo

 

Sólo quedaron como justicieros, entonces, durante varias décadas, los escritores y periodistas. Fue así que Mengele, Borman, Barbie –el temido “carnicero de Lyon” que torturó en forma personal a prisioneros franceses de la Gestapo y que luego colaboraría con el gobierno de Bolivia- Priebke, Rudel y el mismo Eichman, leían aterrorizados las investigaciones periodísticas y los libros de denuncias sobre el genocidio nazi. No había jueces ni fiscales atrás de ellos, pero sí se encontraron bajo los focos del periodismo y la literatura, que nunca dejaron de rastrearlos.

“Cuando se agosta (esto significa cuando se debilita) la memoria…la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal…”, advirtió Guez. Hace muy pocos días, unos 60.000 neonazis realizaron en Polonia una marcha en la que corearon “fuera inmigrantes”, con pancartas en la que reclamaban la realización de un “holocausto islámico”. En el acto estuvieron presentes los líderes del grupo de extrema derecha italiano “Forza Nuova”. Mientras tanto en España volvieron a izarse banderas y los típicos saludos franquistas. A su vez, en Austria acaba de triunfar el Partido de la Libertad, de extrema derecha, mencionándose su posible entrada en un gobierno de coalición. Cuando la memoria se agosta, la mala historia se repite.

EL OTRO EXTREMO

Claro que en el otro extremo ideológico, el de la izquierda, se cometieron y siguen cometiendo atrocidades contra la vida y la libertad humanas. Aquí la detección resultó más dificultosa y tardía, porque muchos pensadores se encandilaron con los primeros y fuertes ideales del comunismo, fecundados en la revolución contra los zares rusos en 1917. Grandes pensadores, como Jean Paul Sartre, se deslumbraron primero con esa ideología, aunque finalmente se arrepintieron, abatidos por el descubrimiento de las masacres causadas por Stalin y otros jerarcas.

A mediados del siglo pasado, Aleksandr Solzhenitsyn, escribió “Archipiélago Gulag” en el que exhibió ante el mundo el sistema de campos de trabajos forzados y de exterminio en la Unión Soviética, en el que estuvo prisionero entre 1945 y 1956. Se debe mencionar acá el caso inusual de Margarete Buber-Neumann, que estuvo prisionera tanto en los centros soviéticos como nazis. Integrante del partido Comunista alemán, ella escribiría más tarde un libro digno de lectura: “Bajo dos dictadores: prisionera de Stalin y Hitler”. En uno de sus párrafos dice: “Difícil decidir qué es más inhumano: matar con gas en cinco minutos o estrangular a lo largo de tres meses».

El Gulag, dijo Solzhenitsyn, “era una máquina de exterminio declarada, pero, siguiendo la tradición del Gulag, de acción prolongada, para que los condenados sufrieran más y trabajaran todavía un poco antes de morir». Stalin –concluye– enviaba a los rusos a morir en el Gulag «con la seguridad de una cámara de gas, pero más barato». Los nazis no eran peores; simplemente contaban con una industria más eficaz y productiva. A los rusos, en cambio, “para montar cámaras nos faltaba el gas”.

LA LITERATURA

Por algo los libros fueron quemados. Por algo muchos escritores fueron confinados, incinerados en cámaras de gas, fusilados, desaparecidos, recluidos en campos de exterminio, en gulag, en clínicas psiquiátricas. El autoritarismo no resiste al pensamiento libre. No sólo las obras de Guez o de Solzhenitsyn lo señalan, sino la de muchos otros, como Zygmunt Bauman, cuyo libro “Modernidad y Holocausto” demuestra que el genocidio nazi no debe ser analizado como un capítulo de la historia judía, sino como un intento –uno más- por extirpar todo freno moral a la voluntad ilimitada de progreso. El genocidio es el hombre aniquilado por el imperio de la modernidad.

“Mengele ha asesinado la idea de Europa. Es un criminal muy interesante, porque viene de una familia rica, ha estudiado mucho, tiene dos doctorados, en medicina y antropología, le gusta la música clásica y ha leído mucha literatura. Su primera esposa estudió historia del arte en Florencia. Ese europeo, algunos años después, conduce 400.000 personas a la cámara de gas silbando arias de ópera de Verdi y otros. Es increíble. Para mí, es la metáfora de lo que pasó en Europa en la primera parte del siglo XX. Una locura”, le respondió Guez a la periodista Silvina Premat, que lo entrevistó para La Nación.

Una locura. Infinitas locuras y utopías que segaron la vida de millones de personas. Entre ellos, escritores y periodistas que lucharon contra todo autoritarismo. Pasó en el mundo y en la Argentina. Dicen que seguirá pasando en cualquier momento y lugar.

 

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