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Séptimo Día |A 37 AÑOS DEL DESEMBARCO ARGENTINO EN LAS ISLAS

Soldados de La Plata, los primeros en decir las verdades de Malvinas

El país pudo conocer lo que realmente había ocurrido durante la guerra por boca de los soldados del Regimiento 7. Recibidos por la Ciudad como héroes, ofrecieron testimonios tan objetivos como desgarradores

Soldados de La Plata, los primeros en decir las verdades de Malvinas

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

31 de Marzo de 2019 | 08:55
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Un conocido político argentino que recorrió la Patagonia durante los días de guerra en las Malvinas vio que casi todo estaba mal, pero no lo quiso decir públicamente cuando así se lo pidieron en el café del hotel Austral de Comodoro Rivadavia dos periodistas, uno de El Día y otro de Clarin. “Si usted habla, no lo podrán censurar”, se le dijo. Prefirió callar y contestó: “Estamos en guerra y en la guerra la primera víctima es la verdad…”.

Fue exactamente así: gran parte de la verdad estuvo muerta desde el 2 de abril hasta que, pocos días después de la rendición del 14 de junio de 1982, los soldados del Regimiento 7 ya vueltos a La Plata, dieron su versión. Fueron los primeros que contaron lo que para ellos había ocurrido, lo que habían vivido en carne propia, porque el país estaba casi en ayunas sobre lo que realmente había acontecido en las islas. Debe recordarse que, en el entonces llamado “teatro de operaciones”, el gobierno militar no permitió la presencia de periodistas independientes.

Terminada la guerra, en el ejemplar de El Día del 22 de junio, se leen estas palabras dichas por el soldado Jorge : “Es cierto, pasé frío. Pasé hambre y hasta tuve miedo. Pero me siento orgulloso de haber defendido a la Patria…”. La ciudad entera se había volcado la noche del 21 para recibirlos como héroes. Las autoridades militares los hicieron llegar bien entrada la noche. Habían salido en micro desde Puerto Madryn, desembarcados allí por los ingleses. Los micros del Ejército argentino tardaron 48 horas en llegar a La Plata, viajando casi de incógnito y haciendo paradas eternas en los despoblados.

Jorge Argañaraz, de Berisso, soldado que venía de combatir exclamó al bajar del micro: “No puedo decir nada…Estuve en el frente y combatí cara a cara con los británicos…” para perderse luego en abrazos con su familia. La verdad empezaba a asomar, a partir de silencios significativos.

El 23 de junio de 1982 El Día publicó un extenso artículo titulado “Patéticos relatos de soldados que intervinieron en la batalla”. Los ex combatientes debieron ser protegidos por iniciales: “Al fin y al cabo –dijo el soldado A- el problema más grande que hubo fue la anarquía, que aún sigue en estos momentos”. Ya las críticas aludían a la falta de alimentos que padecieron y también a la falta de armas idóneas y de recursos técnicos. El combatiente J. graficó: “A la noche salíamos a robar comida, aún durante la batalla. La tenían en los depósitos nuestros y no era fácil llegar, pero ¿sabés lo que es el hambre?”.

Falta de artillería pesada para responder desde las islas el permanente bombardeo de la flota británica; empleo de fusiles FAL o de pistolas también de poco alcance para combatir en tierra; concentración de recursos en el “pueblo” (Puerto Argentino) y abandono logístico casi completo de las tropas argentinas que estaban en las montañas; ropa helada para las islas, las denuncias comenzaron a sentirse a partir de los testimonios de soldados platenses y la población argentina pudo conocer esas verdades a través de ellos.

Hay que entender el anonimato. Los soldados estaban aún bajo bandera y el gobierno militar –a pesar de que el derrumbe se avecinaba- se mantenía firme. Pero en el ejemplar de El Día del 24 de junio de 1982, estallaron las denuncias de los combatientes platenses: “No había leña para calentar la comida, no podíamos calentar el agua porque en Malvinas no hay ramas…” dijeron, para recordar que las cocinas funcionaban con quebracho.

“Estuvimos 30 días aguantando el cañoneo con una comida aguachenta. A los heridos había que evacuarlos en camilla, a lomo de hombre, durante muchos kilómetros…Los barcos ingleses se acercaban a la distancia que querían y únicamente se retiraban cuando llegaban los aviones nuestros…”. Pero los aviones, claro, no podían llegar siempre desde el continente ubicado a 700 kilómetros de las islas.

El hambre los obsesionó: “De vez en cuando nos llegaban algunas raciones frías y las mezclábamos con el guiso. Pero no alcanzaba. Entonces decidimos matar ovejas de los kelpers, pese a que eso estaba prohibido. Salíamos con los FAL y matábamos algunas ovejas, las abríamos, veíamos que no estaban enfermas, las trozábamos y a comerlas…”

“Volver al pueblo era volverse loco, al ver las diferencias. Nosotros bajábamos a bañarnos y a secarnos las ropas, que las teníamos siempre mojadas. . Bueno, cuando ocurrió nuestro repliegue y vino la última batalla de Puerto Argentino, después de la rendición sucedió lo siguiente: al lado de una casa había unos diez containers que contenían comida, entonces junto a los soldados británicos, hombro con hombro, saqueamos los containers y nos repartimos la comida y los cigarrillos”.

Todo dolió en las palabras de los soldados que volvían. Pero el heroismo quedó en pie

 

Todo dolió en las palabras de los combatientes que volvían. Pero el heroísmo igual quedó en pie, bien a salvo. Ellos rescataron también la valentía de muchos de sus jefes y oficiales, algunos de los cuales se arrojaron sobre sus soldados para protegerlos de las lluvias de hierro que propagaban las bombas beluga.

Nuestros soldados carecieron de armas adecuadas: “Tal vez no faltó cantidad, pero sí calidad. Hubo gente que peleó con pistolas ametralladoras PAM, que tiran entre 50 y 100 metros. Hubo soldados que durante un solo tiroteo tuvieron que cambiar cinco fusiles FAL porque se les atrancaban…Otra cosa que nos faltó a los soldados en la montaña fue lubrilina y el antióxido para limpiar los fusiles. Limpiábamos los FAL con los paquetes de curaciones, pero así no se puede pelear…Y lo que más faltó, fue artillería. Ellos tiraban bum, bum, bum, como diez cañonazos. Y recién respondía uno nuestro, bum. Y ellos enseguida: bum, bum, bum. Parecían ametralladoras, no cañones. Y los barcos ingleses durante días cañoneando y cañoneando sin que nada les respondiera, salvo los aviones nuestros que hicieron lo imposible”

El soldado R, un platense que se jugó entero en la guerra, que peleó en tres cruentas batallas en las islas –que hoy vive por el sur de la Ciudad- le terminó contando a este diario allá por junio del 82: “En la montaña estuvimos mal, oficiales y soldados. Todos llevamos la misma vida y sufrimos los mismos problemas. El asunto, la falla, estuvo abajo, en el pueblo, en donde todo sobraba y no se repartía”.

La verdad se conoció finalmente por boca de los combatientes platenses y la dictadura militar caería poco después para abrirle paso a la democracia.

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