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ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
La noticia pegó fuerte sobre una hombría acobardada: por dedicarse 30 años a tareas del hogar, su ex marido le tendrá que pagar 8 millones de pesos. Fue un impacto. Otros colectivos enseguida tomaron nota: el servicio doméstico sintió que el reconocimiento y el monto mejoraba mucho su posición; algunas señoras hoy ponen cara larga cada vez que andan fregando; y los maridos más previsores empezaron a fotografiarse levantando platos, por si acaso. El fallo hará divorciadas más pudientes y esposos más domesticados. Se sabe: a ellos no les gusta lo de la ayudantía hogareña. Mimos sí, platos no. Pero la jurisprudencia no es romántica. Sólo busca tarifar el abandono. Es que cuando se va el amor, lo único sagrado que queda del matrimonio es el dinero.
Uno de los argumentos judiciales fue que el hombre la “abandonó cumplidos sus 60 años, edad en la que las mujeres obtienen el beneficio jubilatorio, viéndose privada de ingresar al mercado laboral”. ¿Y al amoroso también? Al menos ese fue el fallo que la Cámara Civil N° 92 confirmó y por el cual una licenciada en Economía de 70 años recibirá una fortuna. Una decisión judicial inédita y una cifra récord por arrepentimiento matrimonial.
Ahora, los esposos deberán aprender a circular por la casa con actitud colaboradora. Hacer a un lado el control remoto y preguntar a cada rato si necesita algo. El maridismo en su versión hogareña casi siempre está en deuda. Y el fallo obligará a repasar roles. Habrá que acordar de entrada quién se hará cargo del lavarropas y quién de las hornallas. Conozco amigos que ahora, cuando ella no está, practican con el escobillón. Y otros que van dejando unos pesos sobre la mesada como pago voluntario a cuenta de lo que sea.
Sin duda hay un afán vengativo detrás de esta querella. Y es comprensible. Las señoras siempre parten de una certidumbre demostrable: son las que más hacen en casa, las que más se esmeran y las que suelen postergar sus cosas para apuntalar al equipo. Y a esta licenciada olvidada y ahora millonaria quizá le haya dolido, más que las horas con la plancha, que su camisero se haya ido con otra planchadora. La demandante criticó una hombría mal distribuida que se borraba en la casa y economizaba en el dormitorio. Detrás de este fallo, el mujererío hogareño empezó a sacar cuentas sobre sus horas con el plumero, por si el que te dije se va en busca de una nueva escoba que barra con todo. Pero lo de los 8 millones es un asunto con mucha espuma. Y la justicia tendrá que afinar más sus instrumentos para terciar con equidad en el vasto y entreverado tema de los maltratos y la dejadez conyugal.
Se habían casado en 1982, hace 10 años se separaron y recién dos años más tarde, en 2011, se divorciaron. El trabajaba y ella dedicó su vida a cuidar de sus hijos y ser ama de casa. Nada nuevo. Desde que se separaron, a ella la plata no le alcanzaba mientras que él tenía “un buen pasar”. Para la jueza, los 8 millones reequilibran “la situación económica dispar de los cónyuges resultante del matrimonio y su ruptura”. De paso avisó que en el futuro sólo los maridos millonarios podrán marcharse sin permiso del amor y de la casa.
La mujer, es cierto, siempre es una carrilera imparable obligada abastecer la casa, el hijo y el marido, sin renunciar a las exigencias de la alacena, el monedero y la cama grande. Hace años, la diputada nacional Marcela Rodríguez propuso que se obligue a los hombres a trabajar en las tareas domésticas del hogar. Esperaba que el cupo masculino pudiera llegar también al lavadero y que entre los dos aprendieran a repartirse trapos y malasangre. No prosperó, pero su causa avanzó.
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Son malos tiempos para la hombría. Antes, el rol del varón se ajustaba en la cama y no en el banquillo. Pero la cosa se fue complicando: las mujeres empezaron a reclamar más espacio, hubo que prorratear compras y fiestas escolares y de a poco la virilidad prepotente ha ido claudicando en favor de un actualidad que los quiere prolijos, tiernos, productivos y, ahora, también hacendosos.
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