El año electoral no justifica el caos de afiches y pasacalles

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Más allá de que en nuestro país, desde 1983, se extiende sin interrupciones un período democrático y de celebrar tan positiva e inédita continuidad histórica, es verdad que este ejercicio político, que se traduce en la vigencia de derechos constitucionales básicos, contiene también obligaciones que deberían ser cumplidas sin excepciones por el conjunto social.

Se habla, entonces, de corregir costumbres negativas que, por menores que puedan parecer, hacen a la mejor convivencia. Por dar un ejemplo, ahora que se inicia un nuevo proceso electoral, esta circunstancia –tan connatural, por cierto, al sistema democrático- no debería ser excusa para que retorne el habitual caos de grafitis, instalación de pasacalles o pegatina de afiches en cualquier lugar.

Lamentablemente, como suele ser de rutina en las sucesivas campañas electorales, no se cumplen ni se hacen cumplir reglamentaciones destinadas a impedir el habitual caos de las pegatinas callejeras de afiches, pasacalles instalados a profusión, leyendas pintadas sobre los frentes, en las alcantarillas, postes o cordones de las veredas, conteniendo los nombres de los candidatos o algunas de sus propuestas.

Como si no bastara con la habitual profusión de grafitis que puede advertirse en todo momento, con la llegada de los procesos electivos se suele sumar el virtual tapizado de los edificios públicos y viviendas particulares, de monumentos y de todo espacio disponible en el paisaje urbano, hasta configurarse un caso de extrema contaminación visual. Lugares de pública referencia, como son las fuentes o las ramblas, sufren una verdadera invasión de estos elementos de promoción que, inclusive, quitan vista panorámica a los automovilistas y se convierten en un riesgo.

Esa verdadera tendencia sin freno incide no sólo en desmerecer los principios estéticos y de limpieza que toda ciudad debe resguardar, sino que, en algunos casos, se han visto afiches cubriendo equipos de infraestructura de servicios públicos, creándose situaciones de peligro para las personas, tal como ha ocurrido en distintas ocasiones.

Lo cierto es que, ahora, todo sugiere que nuestra ciudad volverá a quedar literalmente indefensa frente a las verdaderas pujas competitivas que se desatan en materia de pegatinas y pintadas electorales, en las que no sólo quedan involucrados frentes particulares y sedes ministeriales, sino también escuelas y hospitales, cuyas fachadas muestran aún –de elecciones pasadas, algunas ya muy pretéritas- los testimonios de tanto afán propagandístico.

Cabe recordar que rigen en la materia ordenanzas que determinan cuáles son las superficies que pueden ocuparse, pero resulta evidente que nadie respeta tales condiciones y emprende, aerosol o brocha en mano, contra cualquier pared, sin que tampoco nadie intervenga para evitarlo. En oportunidades, se suscitan, incluso, graves incidentes entre grupos de distintos partidos políticos por el uso de algún muro.

Si bien la modalidad más dañina la constituyen las inscripciones con aerosoles, la mayoría de ellas indelebles, que obligan a una costosa reparación, también la pegatina de carteles resulta nociva cuando no se ajusta a las especificaciones contenidas en las reglamentaciones vigentes.

Ha sido y sigue siendo meritorio el esfuerzo desplegado por todos los sectores del país para defender y fortalecer las instituciones democráticas recuperadas en 1983. Ello no implica, sin embargo, dar luz verde a los desbordes en que se incurre, en lo que se refiere a los modos propagandísticos de presentar a los candidatos a ocupar cargos públicos.

 

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