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Quienes conviven con la planta coinciden en sus relatos: las dificultades para respirar y la suciedad son moneda corriente. Como desde hace años, esperan por una solución que no llega
“Cuidado, te vas a ensuciar”, le advierte Leandra Cuesta a Verónica Ruiz, de pie y acodada sobre el capot de la camioneta de su vecina. “No importa, si ya estamos acostumbradas”, responde con una sonrisa que más bien es una mueca de resignación.
La charla tiene lugar en pleno barrio Campamento de Ensenada, sobre la calle Buenos Aires, entre San Juan y Rodolfo Ortiz, justo frente al amplio paredón amarillo tras el que funciona la planta de Copetro -filial de Oxbow Corporation-, que en 1983 desembarcó en la Región como la primera productora de carbón de coque del país. Desde entonces la fisonomía de la zona cambió para siempre y muchos, como Verónica, se acostumbraron a vivir respirando “material residual” -cuyos efectos contaminantes desconocen-, a barrer “montañas” de polvillo negro, a no poder secar la ropa al sol porque termina más sucia que antes de lavarla.
Están también los que, como Leandra, resisten, y se dicen que no, que esto un día tiene que cambiar, que alguien tiene que hacer algo: “Yo de acá no me voy a ir, porque amo Ensenada, pero que tomen las medidas que tienen que tomar porque esto es un asco”, protesta la mujer, mientras con sus manos barre el parabrisas de su camioneta, las muestra: negras. “No es tierra, esto es carbón”, exclama la vecina, que vive en la zona desde la cuna y que era una adolescente cuando Copetro se instaló frente a su vivienda. “Es asqueroso porque se te pega en la ropa, cae sobre las plantas, te mancha los pisos, el auto. Todo”, insiste.
Lo que para Leandra es un problema de limpieza e higiene -aclara que no ha sufrido problemas respiratorios y propone como solución que la firma se comprometa a limpiar las casas ennegrecidas-, para otros se convierte en una cuestión sanitaria de atención urgente.
Verónica, cuya vivienda linda con la de Leandra, pasa un dedo por las persianas que dan a la calle y muestra la yema teñida. Pero su preocupación es otra: “Mi marido, mi hijo de siete años y yo, todos estamos con problemas pulmonares, dolores de cabeza y mareos. Cada dos por tres tenemos que ir al hospital porque no podemos respirar”, lamenta la joven de 30 años, algo arrepentida por haber decidido, hace tres, alquilar en el lugar. “Pero necesitaba una casa urgente. Nunca me imaginé que íbamos a vivir así, que mi hijo iba a crecer encerrado porque no puedo exponerlo a estar afuera por mucho tiempo”, advierte en tono sereno.
“Ellos [por Copetro] dicen que no es nocivo, pero el carbón sigue cayendo y nosotros no sabemos cómo quitarlo”, retoma Cuesta y vuelve a pasar los dedos por el parabrisas. Otra vez negros. “¿Ves? -muestra un índice- No pasaron ni cinco minutos desde que estamos hablando y volvió a ‘llover’ carbón. Es así siempre, por eso la bronca y por eso reclamamos una solución desde hace años. Nadie pide que la gente se quede sin trabajo, sino que hagan las cosas bien, que inviertan para que no pase más esto, porque los que sufrimos somos nosotros”.
Cerca de Leandra, Verónica agrega que hace un tiempo la empresa propuso a los vecinos “hacerse cargo de algunos arreglos materiales, porque el mismo carbón va pudriendo los techos. Pero para nosotros la única solución es que no sigan con más emisiones de este tipo”.
Los vecinos de Ensenada son los más afectados, pero las emisiones llegan a Berisso y La Plata
Como Verónica, Gerardo Giménez, que tiene 67 años y hace 22 que habita con su familia sobre Buenos Aires, entre Córdoba y San Nicolás -también frente a Copetro-, lamenta haberse asentado aquí. “Compramos acá porque esta zona era más económica; ahora entiendo por qué. Metimos la pata”, admite el hombre, a punto de jubilarse en el Astillero Río Santiago, donde ha prestado servicios como soldador durante 45 años. “Yo no imaginaba que esto podía ser tan venenoso, tan dañino para la salud. Es impresionante la cantidad de porquerías que caen. Vienen de todo el polo petroquímico, pero este es el peor”, dice señalando a la pared amarilla.
La experiencia de Giménez es similar a la de sus vecinos: “Limpiás adentro y afuera, pero al rato vuelve a estar todo negro”, ilustra, y advierte que a él también lo aquejan “problemas de pulmonía, que pueden relacionarse con mi trabajo o con que he fumado durante años. El cigarrillo ya lo dejé, ahora falta que Copetro haga lo suyo para recomponerme del todo”.
Para Ana María Riggio, que desde que nació, hace 51 años, vive sobre Rodolfo Ortiz, entre Gilbertino Gaggino y Buenos Aires, los días en el barrio Campamento son “una lucha constante. Te levantás y te acostás con carbón. Lo respirás, afuera o adentro, porque invade todo. No podés sacar ropa a secar porque al rato se ensucia”, enumera, y apunta que en su caso lo siente más porque es alérgica.
Riggio dice que, como tantos, se cansó de reclamar “por respuestas que nunca llegan”. A falta de precisiones, son los propios vecinos los que hacen circular las hipótesis: “Hace muchos años se viene diciendo que una de las chimeneas está rota y que por eso vuela tanto carbón. Hace un montón de esto, pero siguen sin arreglarla”.
Ana María toma una escoba y una pala, barre, en el patio delantero de su vivienda, lo que parecen restos de un cenicero. Ese, dice, es el polvillo que emana de Copetro, con el que convive desde hace más de 36 años. “Antes esto era todo verde, recuerdo que pasaba el tren, los chicos jugaban al fútbol sobre el campito. Ahora es como que nos encerraron”, dice parada en el umbral de su casa, desde donde se alcanza a ver el paredón y, con algo de esfuerzo, los árboles frondosos que todavía asoman tras él.
Aunque los vecinos del barrio Campamento de Ensenada son los más afectados, no son los únicos. Ni están solos en sus reclamos. “Mi hijo vive en el centro -de Ensenada- y también allí este polvillo es una constante”, asegura Leandra Cuesta. Cerca de ella, Gerardo Giménez trae la experiencia de su hermana “que vive en Berisso, en la zona de Río de Janeiro y Montevideo y tiene problemas respiratorios por los mismos motivos”.
Precisamente en la ciudad de Berisso, días atrás un grupo de vecinos iniciaron una campaña para ponerle fin a la “toxicidad”, a la vez que propusieron hacer un mapeo del polvillo que, desde Ensenada, llega hasta Berisso y, en La Plata, a Tolosa”.
Ana María Riggio “ Es una lucha constante. Te levantás y te acostás con carbón. Lo respirás, afuera o adentro, porque invade todo. No podés sacar ropa a secar porque al rato se ensucia. Hace muchos años se dice que una de las chimeneas está rota y que por eso vuela tanto polvillo. Hace un montón de esto, pero siguen sin arreglarla”.
.Gerardo Giménez “ Yo no imaginaba que esto podía ser tan venenoso, tan dañino para la salud. Tengo problemas de pulmonía, que pueden relacionarse con mi trabajo o con que he fumado durante años. El cigarrillo ya lo dejé, ahora falta que esta empresa haga lo suyo para que pueda recomponerme del todo”
Leandra Cuesta “ Yo de acá no me voy a ir, porque amo Ensenada, pero que tomen las medidas que tienen que tomar, porque esto es un asco. El carbón se te pega en la ropa, cae sobre las plantas, te mancha los pisos, el auto. Todo. Desde la empresa dicen que esto no es nocivo, pero las partículas siguen cayendo y nosotros no sabemos cómo quitarlas. Nadie pide que la gente se quede sin trabajo, sino que hagan las cosas bien, que inviertan para que no pase más esto, porque los que sufrimos somos nosotros”
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