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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
No sólo la pandemia mata. Sabemos que por el aire criollo siempre viajan virus que acarrean contagios y desesperación. La temporada se asoma y por ahora la folletería veraniega sólo ofrece barbijos, distancia y cuidados. Los hoteleros no saben qué hacer para poder darle seguridad a un huésped que sospechará hasta de las aguavivas. Aunque hay más peligro afuera que adentro: la inflación, el dólar, los saqueos, están allá, del otro lado de los ventanales. No hay protectores para hacerle frente a una actualidad que aconseja comprar escopetas y ansiolíticos para enfrentar la angustia y a los bandidos, dos intrusos temibles. Mientras, el dólar saca pecho frente a un país que lo ha elegido como infierno y paraíso.
Tierra trepadora: suben los contagios, sube el costo de vida, sube el verde y la desesperanza. Argentina siempre aspira alcanzar algún récord. Ser el mejor o el peor de todos. Nunca en la medianía. Su lucha contra el COVID también fue así. Tuvimos un arranque virtuoso, pero ahora vamos tras la copa de los más castigados. La competencia desoladora no encuentra aún la bandera a cuadros. Se correrá hasta donde lleguemos. La gendarmería salió para atajar el dólar, decía el diario. Es peligroso. Pero los vecinos, ante la mínima sospecha, con una mano llaman al 911 y con la otra cargan la escopeta.
La política sigue viva y alerta. La grieta crece más sana que nunca. La oposición, que no debería sentirse ajena a este desbarajuste, asiste menos preocupada que complacida a otra de esas crisis inolvidables que mejoran a los ausentes. Y el kirchnerismo apuesta a la inmunidad del rebaño, siguiendo de cerca las andanzas de una vice silenciosa que prefirió guardar distancia con un compañero de fórmula que se desgasta alargando cuarentenas y achicando futuro.
Los vecinos, con una mano llaman al 911 y con la otra cargan la escopeta
Mientras algunos se van para Uruguay, otros se van para Guernica
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El zoom sigue haciendo de las suyas. Esta semana hubo un par de descuidos de diferente tenor y gravedad. Una es la presencia en pantalla de una falsa Cenicienta. Estaba barriendo desnuda en su casa. Y una cámara curiosa la mostró linda y hacendosa. Y el otro caso es el del prestigioso escritor y periodista norteamericano Jeffrey Toobin, que se masturbó durante una llamada por Zoom en un programa político. Un desliz bochornoso que puso a la altura de un hecho simpático a esa barredora de entrecasa que le dio otro brillo a la limpieza. Porque lo de ella fue el aporte subliminal de una falsa mucamita que apareció cuando el gobierno autorizó el regreso del servicio domestico. Se la vio fugaz y cuidadosa, bien plantada frente a las pelusas de estos días, demostrando que todo encierro puede ser mejorable. El otro descuido es vergonzoso. Toobin hizo una pausa a puño limpio. Y con su distracción demostró lo mucho que aprendió en su trato con el poder: que los misterios que se guardan debajo de la mesa siempre están más allá de cualquier conjetura. Una confesión que sin querer debería ser un atenuante para el ex diputado Juan Ameri, un amante de cercanías que perdió fueros y dietas por andar testeando tetas de tierra adentro.
Las ocupaciones levantaron mucha polvareda. Fue otro síntoma inquietante. Mapuches, vecinos, parientes todos se alternan en este espiral de migraciones que no se frena. Mientras algunos se van para Uruguay, otros se van para Guernica. Son las caras visibles de un país sobrado de contraste y fugas que ofrece como salvavidas la esperanza de que alguna mudanza te ponga lejos. Hollywood también tuvo su usurpación. A Phil Collins, en un solo operativo le ocuparon la casa y cama grande con señora adentro. Triple despojo. Mientras Collins acudía a la justicia, hoy su ex disfruta de una pareja a la que le fue entregando fama, millones y mansión, cosas que mejoran cualquier amor.
Todavía no se llegó al pico. Ni de la pandemia ni de la crisis. Lejos quedaron las filminas orgullosas del comienzo. Hoy el presidente debe irse cada vez más lejos para alargar una cuarentena que se va quedando con todo. La esperanza, como las reservas, se va achicando. La cultura de la sospecha pone todo en suspenso. ¿Seguiremos acuartelados? ¿Habrá vacuna? ¿Habrá Fiestas? ¿Habrá temporada? ¿Habrá devaluación? Como dicen en el Caribe, “lo más seguro es que quién sabe”.
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