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El estado del olvido: una conversación con Nicolás Prividera sobre “Adiós a la memoria”

A partir de la enfermedad que carcome la memoria de su padre, el cineasta reflexiona sobre el olvido entretejiendo su historia personal con la política del país en su nueva cinta, que se puede ver, gratis y de forma virtual, en el Festival de Mar del Plata

El estado del olvido: una conversación con Nicolás Prividera sobre “Adiós a la memoria”
26 de Noviembre de 2020 | 03:00

Pedro Garay

Nicolás Prividera, siempre consideró al cine como una herramienta contra el olvido. Pero hace cuatro años, cuando comenzó a realizar “Adiós a la memoria”, ensayo documental que se puede ver hoy y mañana en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, gratis, la desmemoria parecía rodearlo. 

Observaba el regreso de ciertos discursos que pretenden borrar el pasado, la tradición, que se avergüenzan del linaje y desmienten los hechos, en la arena pública; en lo personal, mientras tanto, veía cómo la memoria de su padre, con quien lo unía una difícil relación, se deterioraba irreversiblemente, aquejado por una terrible enfermedad. Como un exorcismo, Prividera hizo cine de la profunda desazón: “Adiós a la memoria” es un trabajo personal, como siempre es el cine de Prividera, conmovedor, angustiante, incómodo, sobre olvidos que condenan a repeticiones, provocados por los silencios de los mansos. Por desmemorias voluntarias, sospecha el cineasta, mientras recorre los videos caseros que su padre, ese padre que cayó tras ver desaparecer a la madre de Prividera, pero que tal vez estalló por dentro.

Es por eso que “Adiós a la memoria” no es solo un ensayo a partir de una historia autobiográfica. “La enfermedad de mi padre fue el disparador, pero tenía desde antes la idea de hacer una película con esas viejas filmaciones familiares. En todo caso, lo que sucedió es que a partir de la enfermedad de mi padre entendí que el eje de la película tenía que ser el tema de la memoria. Y entonces tenía salir de la mera cuestión personal, llevar ese tema a una zona más amplia y reflexionar sobre la memoria social, histórica y política”, analiza Prividera.

Esas reflexiones, a menudo desoladoras, llegan al espectador en un momento donde “el estado de la memoria en nuestra sociedad es paradójico: nunca como ahora hubo tantos medios de conservación y de archivo, gracias a la facilidad del almacenamiento y la transmisión digital; y a la vez, nunca como hoy esa memoria fue tan frágil, en el sentido de que esa misma constitución digital es muy débil a la hora de la conservación, exige un cuidado que no siempre se le da, que requeriría en muchos casos una intervención estatal. Y eso no sucede en todas partes”. 

“Y más allá de eso”, insiste, “hay algo que tiene que ver con esta inflación de la memoria que hace que se trate de una dimensión cada vez más inabarcable: la sensación es que estamos un poco asfixiados por la cantidad de archivos, videos, noticias a las que nos enfrentamos cada día al abrir cada medio, cada red social. Entonces, da una sensación de que vivimos en un puro presente: todos los días hay algo nuevo para ver y lo de ayer ya está en el pasado. Todo se vuelve más vertiginoso”.

Lo personal, el derrumbe de su padre, se entrecruza así con lo político, el estado de la memoria, como en “M”. Y no pueden no cruzarse. La desmemoria es parte de su vida privada, pero reflejo de fuerzas mucho más amplias que impulsan el olvido: "La memoria es un campo de batalla", lanza en el documental. Prividera enarbola con su película la bandera, como un canto de cisne, tal vez, del cine como un vehículo de memoria en tiempos del presente perpetuo y desmemoriado que describe el cineasta. 

“El cine me parece una forma privilegiada de memoria”, dice al respecto Prividera, en diálogo con EL DIA. “Fue la primera memoria audiovisual del siglo XX, y tal vez la más orgánica, en el sentido de que el cine construyó un lenguaje, construyó la idea de obra cinematográfica, la idea de una tradición en la que inscribirse. Es decir, le dio a ese cúmulo de películas que se iban haciendo la identidad de una historia, la posibilidad de leerla como tal y por lo tanto de comprenderla y ser parte de ella”.

El director y crítico de cine afirma en ese sentido que “es muy triste, penoso, el estado en que se encuentra el cine nacional, que es patrimonio histórico y sin embargo no tiene una institución que garantice su conservación”. 

“Tenemos un instituto de cine y la Ley que lo creó hace más de 60 años preveía la necesidad de una cinemateca que por distintos motivos se fue aplazando. Ahora existe en los papeles, pero no en la realidad, y así esa memoria del cine se sigue perdiendo: el 90% del cine mudo está perdido, el 50% del cine sonoro también. Y vaya uno a saber la cantidad de pérdidas que habrá en estas películas de la era digital: nadie se está preocupando por su conservación, su futuro”, sigue Prividera, quien ha planteado éste y otros temas en mil debates con la cinefilia vernácula. Y que muchas veces ha encontrado para sus opiniones el rechazo desde espacios donde se defienden los discursos que él ataca en su película, ganándose el mote de “polemista” y hasta “polémico”.

“La palabra ‘polémico’ a veces se usa con demasiada ligereza”, opina al respecto. “Pero ciertamente puede aplicarse a alguien que quiere sostener una discusión pública. Y la cuestión es que no debería ser algo excepcional: esa discusión alrededor de distintos temas, en este caso el cine, tiene también una tradición, que quizás se ha perdido y que viene del origen de la palabra ‘polemos’. Si es en ese sentido, me reconozco en esa tradición, en esa palabra. Lo que lamento, en todo caso, es justamente que esos debates estén invisibilizados: de algún modo esas polémicas tienen que ver con sacarlos a la luz”.

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