Regina y Marcelo: el amor que escandalizó a la aristocracia de 1900

Ella, una soprano reconocida a nivel internacional; él, el heredero más pretendido de la alta sociedad porteña. Los dos, una de las mayores historias de amor, digna de una película

Edición Impresa

El día que Marcelo Torcuato de Alvear vio por primera vez a Regina Pacini lo acompañaba su primo, Diego de Alvear, quien se convirtió en testigo de dos auto promesas: “me voy a casar con Regina Pacini”, la primera, y “voy a ser presidente argentino”, la segunda. Las cumplió a las dos.

Corría el final del siglo XIX en una Buenos Aires que respiraba aire europeo. La aristocracia se rendía a la ópera, el género preferido de las clases altas. Allí estaba, un septiembre de 1899, La Pacini, como se conocía a la soprano ligera portuguesa Regina Pacini como parte del elenco de “El barbero de Sevilla”, que se ofrecía en un colmado Teatro Politeama, aquella histórica sala que funcionó en la Avenida Corrientes 1490, hoy demolido.

Pacini había nacido en Lisboa el 6 de enero de 1871. Hija de la andaluza Felicia Quintero y del italiano Pietro Pacini, director escénico del Real de San Carlos y autor de noventa óperas, se convirtió sin demasiada dificultad en una destacada soprano, y fue dueña de una exitosa carrera artística desarrollada en los más importantes teatros líricos, entre ellos, el Liceo de Barcelona, la Scala de Milán, la Opera de París y el Covent Garden de Londres.

Marcelo era hijo del intendente porteño Torcuato de Alvear y nieto del general Carlos María de Alvear. Su fortuna era inmensa. No solamente la que le había legado su padre, sino la que había obtenido de su madre, Elvira Pacheco, hija del general rosista Ángel Pacheco.

Él, que apenas pasaba los veinte, era el soltero más codiciado del país: millonario, seductor, picarón, Marcelito, como lo llamaban en los círculos sociales más selectos, era un “enfant terrible” que no estaba dispuesto a colgar los guantes, hasta esa primavera del 99 en la que todo cambió cuando el amor llegó por sus oídos.

LA HISTORIA DE AMOR

Las crónicas todavía vivas de aquella época cuentan que La Pacini tenía una “belleza exótica”, eso que se dice desde la corrección política para no decir las cosas por su nombre. “Petisa” y “fea” la llamaban por lo bajo las señoras y señoritas de la alta sociedad que pretendían a Marcelito, y que resistían a la idea de que sus ojos se posaran en una artista, algo inconcebible para la época. Pero no le fue fácil al heredero Alvear lograr que la soprano posara los suyos en él.

Reconocida y aplaudida por los poderosos del mundo, entre reyes, zares, príncipes y por los más exigentes críticos musicales, era La Pacini difícil de conmover. Tan enloquecido quedó Marcelo con su actuación en el Politeama que regresó una y otra vez hasta que la producción bajó el telón, y no lo hacía con las manos vacías: flores que inundaban del perfume más delicado el camarín fueron un tentempié para el obsequio más brillante: un costoso anillo que la cantante, sin embargo, rechazó.

Un diario que se publicaba en aquella época en italiano enumeró los obsequios que recibió la cantante durante su estadía en Buenos Aires: “Prendedor con brillantes y perlas, regalo del presidente de la República, Julio A. Roca. Alhajero cincelado, la empresa Bernabei. Estatuilla de bronce, del señor Giudice Caruso. Bombonera con miniatura, del señor Guglielmo Caruson”. La lista incluía, además, un prendedor de oro y brillantes, un abanico, un vaso artístico, un nécessaire de oro, uno de plata y centenares de flores. También el diario señalaba: “Un anillo con gran solitario obsequiado por un admirador que permanece en el incógnito, aunque presumimos que se trata de un gran señor, M.T.D.A.”.

Las iniciales son, naturalmente, de Marcelo Torcuato de Alvear, quien quedó perplejo con la devolución de su regalo porque era la primera vez que una mujer lo rechazaba. Y quizás eso fue lo que más lo enloqueció de amor. En ese momento, él comprendió que Regina no era una mujer de esas a las que acostumbraba, a quien se podía impresionar con técnicas seductoras. Era una artista de primera línea a la que se había jurado tener al lado.

Según los registros de aquellos tiempos, Regina y Marcelo se vieron en ese año en circunstancias puramente formales. Ella se despidió del público porteño y regresó a Madrid.

Durante aquella temporada en España, el camarín de Regina, en el Teatro Real de Madrid, estaba lleno de flores que le enviaba Marcelo. Y durante ocho años, Marcelo T. de Alvear siguió a Regina Pacini a lo largo de sus giras por las grandes ciudades del mundo. Madrid, San Sebastián, París, Montecarlo, Milán, Odesa, Bucarest, Roma, Nápoles y hasta San Petesburgo.

Dice la leyenda que una vez, para sorprenderla, Marcelito llegó a comprar todas las plateas de una función europea, para ser el único espectador de La Pacini. Su amor no entendía de fronteras.

El día que Alvear vio a Pacini, prometió que “me voy a casar con ella” y que “voy a ser presidente”

 

Tras su actuación en el Politeama, Pacini regresó una vez más como Pacini a Buenos Aires: fue en 1901, como parte de la temporada lírica en el Teatro San Martín, en la calle Esmeralda. En aquel entonces, el interés de Alvear por ella era vox populi, y allí estaba todo Buenos Aires en las plateas, en los palcos, perforándola con prismáticos, miradas ácidas y comentarios viborones.

En diciembre de ese año, Regina zarpó de Buenos Aires a bordo del Cap Verde. En junio tendría una serie de presentaciones en el

Covent Garden de Londres que quedarían en la historia: dicen que su actuación junto a Enrico Caruso fue sublime.

Pero su virtuosismo lírico tendría fecha de vencimiento, al menos, en público. En marzo de 1904, Regina cantó por última vez en el Teatro Real de San Carlos de Lisboa, donde había debutado, despidiéndose para siempre de aquel escenario: había tomado la decisión de casarse con Marcelo de Alvear.

En 1907 Marcelo anunció su boda, que se realizaría en abril de ese mismo año en Lisboa, en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. En Buenos Aires, como no podía ser de otra forma, estalló el escándalo. Marcelo había recibido un telegrama de Buenos Aires, firmado por quinientas personas, pidiéndole que desistiera de la boda.

Pero el amor, canta Fito Páez, es más fuerte y Marcelito no entendía de reversas y siguió firme con su decisión. Así, luego de desafiar los tabúes de la sociedad argentina de aquel entonces, se casaron en Lisboa el 27 de abril de 1907, tras años de encuentros y desencuentros.

El regalo de bodas de él fue un castillo en Versalles, Coeur Volant, rodeado de un bosque y decorado con refinamiento por la pareja. Y entre porcelana china, ídolos mayas de oro y hasta una escultura de Rodin, un órgano, colocado en la mejor habitación: la pareja contrató al organista del Sagrado Corazón para que toque para ellos. Ella, claro, ahora solo cantaba para él.

ENTRE AQUÍ Y ALLÁ

Durante cuatro años no pisaron Buenos Aires. El regreso se produjo recién en 1911 y no resultó sencillo para la pareja reencontrarse con la alta sociedad. Los allegados a Alvear dieron la espalda a Pacini. No era bienvenida en las reuniones sociales y, claramente, no le dirigían la palabra, tal como ocurriera durante la fiesta de bodas de Elvirita de Alvear, en El Talar de Pacheco, en la que ninguna mujer cruzó con ella la más mínima palabra.

Allí Regina sintió en carne propia el desaire. Fue ignorada y humillada con miradas de burla. Pero Marcelito la consoló: “No te preocupes, que a todas éstas yo les levanté las polleras”.

Dicen que fue el general y ex presidente Julio Argentino Roca quien rompió el desprecio social cuando, en una recepción oficial, se acercó a Regina para conversar con ella.

En aquella oportunidad, sólo estuvieron diez días en el país. Los suficientes para tantear la reacción de los porteños. En los años siguientes fueron y vinieron varias veces, tantas, que su residencia parecía ser el Atlántico.

Pero en todo ese tiempo Alvear no dejó de tener intensa comunicación epistolar con Hipólito Yrigoyen así como con otros integrantes de la Unión Cívica Radical. Y es que Marcelo Torcuato de Alvear iba por su segundo sueño: ser presidente de la Argentina.

Yrigoyen sería instrumental para que Alvear cumpliera su promesa: elegido diputado en 1912, sería nombrado tras la elección de 1916, que colocó a Yrigoyen en la presidencia, ministro plenipotenciario en París. El presidente lo señalaría su sucesor y el 2 de abril de 1922 Máximo Marcelo Torcuato de Alvear se convertiría en el nuevo mandatario de Argentina.

Pero tras la presidencia, vendrían tiempos difíciles. Yrigoyen se sentaría luego, otra vez, en el sillón, solo para ser destituido por un golpe militar: en 1932, el gobierno surgido del golpe proscribió una nueva candidatura de Alvear para favorecer a Agustín P. Justo, quien ya en ejercicio del poder mandó a Alvear a la Martín García.

Regina se mantuvo a su lado, siempre: cruzó el río más de cincuenta veces para llevarle a su marido ropa, comida y aliento durante aquel 1933 de cárcel y sufrimiento. También lo alentaría cuando, fraude de por medio, Alvear se presentó para la presidencia, nuevamente, en 1938 y perdió con Roberto Marcelino Ortiz.

Cada 23 de marzo y durante 23 años, Regina Pacini llevó rosas blancas y rosas rojas al mausoleo

 

Es que la soprano era una mujer de temple, de arremangarse y hacer. Durante la presidencia de Alvear, Regina se destacó en obras de filantropía y beneficencia. Construyó el templo de San Marcelo y el Colegio anexo. Una localidad de la provincia de Río Negro, fundada en 1924, fue bautizada en su homenaje como Villa Regina.

Luego, en 1938, fundó la Casa del Teatro, que todavía hoy alberga a más de cuarenta huéspedes que carecen de recursos económicos y vivienda y que han dedicado su vida a la actividad teatral.

LA MUERTE DE ALVEAR

Una vida de grandes gastos y la actividad política en un país siempre convulsionado, sin embargo, habían erosionado para entonces la fortuna de la pareja. Sobre principios del 40, poco le quedaba al ex presidente de su aquel capital heredado: apenas una residencia hipotecada en Mar del Plata, llamada Villa Regina, un Buick del 41 y unos pesos que le permitían llevar una vida relativamente austera, comparada con el despilfarro que había hecho a lo largo de su vida y con lo que la política le había costado, en el sentido más estricto de la frase.

En 1942 hizo construir, en Don Torcuato, una casona a la que llamó Villa Elvira, en honor a su madre, y en la que solo alcanzó a vivir algunas semanas ya que falleció el 23 de marzo de 1942. Fue velado en la Casa Rosada y una turba llevó en alzas el cajón hasta el cementerio de La Recoleta.

Cada 23 de marzo y durante 23 años, Regina Pacini llevó rosas blancas y rosas rojas al mausoleo que albergaba los restos de Marcelo de Alvear.

Regina falleció en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, el 18 de septiembre de 1965, a los 94 años. Sobrevivía con una modesta pensión nacional, sin la fortuna de otras épocas, pero con un una cantidad de obras de beneficencia en su haber.

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE