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Alejandro Castañeda
Por: Alejandro Castañeda
1.- Las letras sueltas ocuparon el centro de la escena. Nunca había sucedido. Siempre las que importaban fueron las palabras. Pero ahora, después de una atropellada de las huestes femeninas, algunas vocales sacaron pecho y ganaron presencia y fuerza. Mientras la realidad va emparejando, la “o” varonera fue puesta en duda por una “a” mujeriega cada vez más altanera. La o” es de los hombres y la “a” es de ellas. Fue siempre así, aunque ahora una “e” entrometida trata de encontrar un lugar equidistante. La “o” se ha vuelto sospechosa para los apóstoles de lo inclusivo. Y sueñan con una “a” generalizada y vengadora que a la hora de nombrar las cosas le quite poder dominante a la hombría. Sin embargo, hoy, frente a este virus devastador, las inclusivistas más entusiastas se han llamado a sosiego y aceptan todo. Hay enfermos y no “enfermes”, pero nadie protesta. La hombría carga con el peso simbólico de un virus que se ha vuelto diabólico. Los “contagiados”, los “muertos”, los “sospechosos” y los “infectados”, le han devuelto a la “o” protagonismo y vigencia. Cuando esto pase, habrá tiempo para reiniciar la lucha y poner en acción a las “a” y las “e”, que han sido avasalladas por la pandemia. Por ahora –han dicho ellas- dejemos que lo masculino se haga cargo de lo urgente. Nosotras ya recuperaremos protagonismo cuando “la vacuna” milagrosa aparezca y vuelva a poner el mundo en su lugar. Hoy, arréglense ustedes como puedan.
Sara es la vengadora de unos jubilados a los que un día los encerraban y al otro los mandaban a callejear
Nadie queda afuera de este desasosiego. Nunca el miedo estuvo tan repartido
2.- Las ciudades no saben dónde podrán meter tanto silencio. Mejorado el nivel de ozono, de contaminación y de robos, el virus parece disfrutar viajando por un planeta que hasta ayer era invencible y que hoy, como los chicos asustados, corre para esconderse de un cuco mundial que nunca termina de pasar. El corona virus nos obliga, como los personajes de Beckett, a no poder hacer otra cosa que esperar, permanecer en una mansedumbre inactiva, incierta, que está más allá de un tiempo que se nos va de las manos y que sólo aguarda que algo venga al rescate de una Tierra que apagó los motores y pide respiradores para no quedar sin aire ¿Cuándo llegará el tan anunciado y temido pico? Viene postergando su viaje. Europa parece haber encontrado su techo. Y ese espejo permite planificar e ilusionarse. Todos aspiran a alcanzar la ansiada meseta. Pero ¿cuánto tiempo seguiremos allí, sin gente y sin salidas, condenados a una relación de distancias y sospechas? Nadie queda afuera de este desasosiego sin rostro ni fecha. Nunca el miedo estuvo tan repartido.
3.- Sara y su reposera rebelde dieron la nota. Es una octogenaria caprichosa que presentó batalla para no quedarse sin su ratito de sol. La gimnasia ardua y repetida de cada mañana la ha ido desgastando. Los ojos se han vuelto perezosos de mirar siempre lo mismo. Harta de seguir desde la ventana las pocas novedades de una avenida desolada, una tarde resolvió abandonar la siesta y darle aire playero a la sobremesa. Armó el bolso, se calzó la reposera y salió en busca del sol, el único sano en este mundo enfermo. Lo suyo fue un desafío insolente y extendido. No solo al protocolo. También desafió a su artritis y a su cansancio, a su soledad y a sus desganos. Esas piernas tan recorredoras, que desanduvieron, apuraron y descansaron, le sacaron media hora de encierro a su estadía. El sol la espera y ella no puede faltar a la cita, ahora que ya no tiene más citas. Fue la desobediente más retratada de la semana. Y para algunos, la vengadora tardía de unos jubilados a los que un día los encerraban y al otro día los mandaban a callejear. ¿Entrará en razones? ¿Le secuestrarán la reposera? Sobre el césped, sin teléfonos ni libros ni radio se limitó a mirar el cielo y a dejarse arrullar por preguntas y recuerdos. Algunos la ven como una anciana desenvuelta y caradura que dio un mal ejemplo. Y es cierto. Otros, como una mujer que fue a buscar un poco de luz y calor en estos días sin cercanías ni tibiezas. Como vivimos un tiempo sin contactos, el abrazo de sol de cada tarde es más una revancha que un pasatiempo. Ella quiere que la dejen un rato libre. No será fácil. Dicen que encerrarán cada vez más a los jubilados. Nada de salidas. Habrá que pedir permiso hasta para asomarse.
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