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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Nunca a los infieles les costó tanto. Y nunca el amor fue tan clandestino. Trascendieron algunas tretas de amantes desesperados que se animaron a una visita higiénica en plena cuarentena.
Están los ciclistas camuflados, que llegan a destino asustados y cansados, pero al final rinden igual, dicen las señoritas que los esperan con los brazos y la cama abierta. Y el que agarró su motito, se disfrazó de técnico de TV y hasta llevó una valijita con algún destornillador, por si acaso.
Otro pidió prestado un cajoncito al amigo del delivery para entregarle el paquete a su única clienta. Todos recuerdan a la chica que se escondió en el baúl de un taxi para poder llegar doblada pero feliz hasta la cama del novio.
No es fácil respetar la abstinencia cuando la patrocina y la controla el Estado. Desobediente y enamoradizo, el ciudadano le da un plus de coraje a estas temerarias escapadas que desafían a infectólogos y multas.
No son los únicos. Todos hemos hecho algo distinto ante un virus que cada vez está más cerca.
En Ecuador, un hotel alojamiento decidió poner en práctica una original oferta: mientras la pareja se consuela, el hotel se encarga de ir a hacerles las compras. “Nos dejás tu lista y nosotros te dejamos las compras en la puerta del cuarto”, señala el aviso de un albergue transitorio situado en la localidad de Porto Viejo.
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El servicio para “los que no tienen otra salida” es bien explícito: “En Motel Eros nos preocupamos por ti. Volvé a casa bañado y con las compras hechas”, dice el folleto.
Como todos se reciclan, los ex se han puesto de moda. Son un fantasma siempre vigente que ahora cuenta con dos aliados: la convivencia forzada y la nostalgia. Hoy, todo lo que se parezca a ese ayer lejano y liberado, se idealiza. Las ex parejas vuelven a ocupar un lugar que nunca abandonaron del todo. Tienen hijos en común y el confinamiento las ha obligado a reagruparse. En ese escenario, la remake consoladora puede ser un trajín innovador entre tantas repeticiones. Y hasta el más insignificante se puede transformar en un habitante deseable gracias a este atajo que el virus facilita y el aislamiento aprovecha. Después de la cena, cuando Netflix y los hijos se duermen, si empiezan a mirar fotos viejas, la chance de un recupero en paños menores está a tiro de almohada.
La semana pasada en la plaza San Martín los peluqueros hicieron militar a sus tijeras.
Fue un piquete glamoroso dirigido a llegar hasta las barbas de un Gobernador que se la pasa recortando la coparticipación y que casi se agarra de los pelos con el gobierno porteño.
Los estilistas fueron a la plaza porque la economía hogareña viene más enredada que nunca. Y no hay suavizante a la vista. Si son escuchados, habrá que resignarse a ver, entre los canteros, desde vendedores de toda laya hasta analistas ambulantes aliviando cabizbajos.
Y esta semana los que se quejaron fueron los comerciantes de la peatonal. Iluminaron sus locales cerrados para avisar que la oscuridad les está llegando al alma. Saben que se van a tener que vacunar contra la rabia por culpa de una mishiadura que hace llorar hasta los maniquíes.
“Si te infectas –decía uno de los acongojados- por ahí te salvas, pero de esta crisis no se salvará nadie”. La incógnita de hoy es: abrimos y nos arriesgamos. O seguimos encerrados y nos protegemos. Todo el planeta se hace esta pregunta.
Los ministros de economía por una vez han abandonado su reinado para dejar que los infectólogos marquen el pulso de un mundo que no puede contar dólares porque está ocupado contando infectados.
Si llegan juntos el default y el pico, vamos a tener que pedir asilo en alguna comarca. Y nos van a embargar hasta los barbijos. Nadie vio llegar esto. Ni los adivinos ni los científicos. Sigilosamente, el corona decidió empezar en China porque allí son todos iguales y contagiar a uno equivale a infectar a todos. ¿Cuánto muertos faltan para alcanzar la meseta? Hasta el Papa Francisco se ha llamado a silencio después de haberle pedido auxilio a un cielo que sigue distraído y callado. Woody Allen deja una pista: “Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa”.
Si llegan juntos el default y el pico de la pandemia, vamos a tener que pedir asilo en alguna comarca
La única moda es taparse todo, alejarse y apelar a la fragancia más cautivante de estos días: alcohol en gel
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