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Séptimo Día |UNA DEFENSA DE LA EFUSIVIDAD LATINA, DE JOHN CARLIN

Malos vientos soplan para besos, abrazos y apretones de manos

Gestos de amor y afecto, prohibidos a partir de la pandemia. Una guerra extraña, en la que todos somos, a la vez, armas y blancos posibles. Antecedentes históricos, literarios y artísticos. El libro de Galeano y los cuadros de Picasso

Malos vientos soplan para besos, abrazos y apretones de manos

El Beso, de Pablo Picasso (1925 óleo sobre lienzo)

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

14 de Junio de 2020 | 06:20
Edición impresa

Malos vientos soplan para abrazos, besos y apretones de manos. Cualquiera que hoy incurra en esas efusividades, desafía un abismo propio y la condena social. “Haya luz”, advertían las antiguas señoras cuando asistían a los bailes y veían que un desubicado se arrimaba contra sus hijas. Ahora son los Estados los que modernizaron la consigna y ese tipo de luz es el que se ha hecho en estos días.

Los tres esenciales gestos de amor y de amistad de la especie humana se encuentran vedados. En su reemplazo, se ofrece un exótico contacto de codos que se parece más a la defensa de un boxeador temeroso.

Enamorados, amigos, hijos, hermanos, nietos, abuelos, tíos, varones, mujeres, nada de tocarse. La cuarentena requiere reducción casi al mínimo de los contactos físicos. En ese contexto, el sexo queda reservado para categorías angélicas. O para cultores temerarios del carpe diem, es decir de aprovechar el momento a fondo sin interesarse mucho por el futuro.

Un virus global llegó para dividirnos. Alguien dijo en estos días: estamos librando una guerra extraña, en la que todos somos el arma y todos el blanco. Es un ejército único y planetario, formado sólo por potenciales enemigos. Adiós al café, a las reuniones familiares o amistosas: en su lugar, a los que entienden, a los que pueden, se les sugiere ir al zoom. La presencia pasó a ser casi delictiva.

Abrazo, la palabra más bella del castellano, según la Academia de Escritores de Madrid

 

Tampoco se habla de una policía de costumbres, sino de un poder omnipresente, sin banderías, que reprime la tactilidad. A menos de 1,50 nadie puede alegar inocencia. A 1,50 nos colocaron una muralla china circular. Nadie puede cruzarla, empezando por nosotros mismos. Y si alguna vez lo hacemos hay que fumigarse después, lavarse las manos con jabón blanco, echar lavandina en el hogar. La Coca Cola se eclipsó, derrotada por la nueva estrella en el firmamento del mercado: el alcohol en gel.

LA PALABRA MAS BELLA

Hace pocos años, cuando la pandemia no existía, la Escuela de Escritores de Madrid decidió festejar el Día del Libro organizando una encuesta popular, con el propósito de determinar cuál era la palabra más bella del idioma castellano. Y ganó la palabra “abrazo”.

Los participantes debían justificar sus votos: “por ser el símbolo universal de los momentos más tiernos, de los más duros, de los más felices…”, según dijo un poblador de Donostia. “Pequeña palabra, maravillosa acción”, definió un costarricense. Un argentino de Arrecifes postuló: “Inspira ternura, calor, confianza, deseo, abrigo, protección, amor... Es una de las formas de expresión más sinceras y auténticas, en la que sientes al ser humano en toda su inmensidad”. Un sevillano eligió “abrazo” porque “es universal, porque es donde mejor se está”. Y una mallorquina la votó “porque es lo que más me hace sentir amada, segura y querida”.

El uruguayo Eduardo Galeano decidió una vez escribir un libro lleno de humanidad, de amistad, de sentimientos de amor. Se trata de un compendio de pequeños cuentos, que obligan tanto a pensar como a sentir. El título que le encontró, visto desde estos días de aislamiento, no pudo ser más oportuno: “El libro de los abrazos”.

La historia de la humanidad también tituló muchos acontecimientos y puso de relieve esa forma de acercamiento, de comunicación no verbal, que también se usa para festejar o convalidar algo. Allí están, entre muchos otros, el “Abrazo de Maipú”, entre José de San Martín y Bernardo O´Higgins; el “Abrazo del Estrecho” (Chile-Argentina, 15 de febrero de 1899), entre Julio Argentino Roca y Federico Errázuriz Echaurren; el “Abrazo del “Arroyo Monzón” (Uruguay, 19 de marzo de 1818) entre Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja y el “Abrazo de Acatempan” (México, 10 de febrero de 1821), entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero”.

El abrazo es uno de los temas clave de la obra del pintor español Pablo Picasso

 

Es claro que no siempre esos abrazos fueron cumplidores. Se cuenta que al final de una de las eternas guerras –duraron 26 años- que libraron Carlos V de España y Francisco I de Francia, el primero detuvo al segundo y lo llevó prisionero de Madrid. Después de un tiempo, Francisco accedió a firmar un tratado por el cual se comprometía a no luchar más. Fue llevado a la frontera y allí, después de abrazarse los dos reyes, el de España vio cómo el francés galopaba locamente hacia el interior de Francia. Entonces Carlos V anticipó: “no va a cumplir su promesa”. Y así fue, la historia dice que “cuando pasó los Pirineos, le vino la amnesia”. El rey español se arrepintió del abrazo.

Eso en la historia. En la pintura, el abrazo es uno de los grandes temas. Para resumir en alguna celebridad, Pablo Picasso fue uno de los mayores pintores de abrazos. La crítica Sandra Ellegiers, al comentar la muestra de cuadros del pintor español sobre ese tema que se realizó en Berlín cuenta que “el abrazo es uno de los temas clave de la obra de Pablo Picasso. Hasta ahora no se habían reunido en una gran muestra los dibujos, pinturas y esculturas que reflejan la importancia que el artista le daba al estudio de la relación física y psicológica entre los seres humanos, sobre todo entre hombre y mujer”

“El abrazo como tema ocupa un lugar muy importante en la obra de mi padre, pero nadie lo había estudiado”, había confirmado Claude Picasso en la presentación de la muestra. Se indicó entonces que las obras “muestran abrazos cariñosos, eróticos, armónicos o tensos, incluso violentos· y que ellos reflejan la sensibilidad con la que Picasso observaba al ser humano.

APRETÓN DE MANOS

Nadie duda de que el apretón de manos nace en la Antigüedad como demostración de un gesto de paz entre dos personas. La mano abierta y extendida demuestra que uno no tiene armas. Y el apretón de manos, instrumentado además con un fuerte movimiento de ambas manos hacia arriba y hacia abajo era la forma de asegurar que ninguno de los dos llevaba nada escondido en la manga. Por ejemplo, una daga.

Se cree que el primer testimonio de un apretón de manos es del 80 a.de C., una figura tallada en piedra que marca ese gesto entre el Rey Mitrítades estrechándose la mano con el dios Heracles, en una escultura que se encuentra en Anatolia, la zona asiática de la hoy Turquía. Muchos siglos más tarde, los cuáqueros sostuvieron que darse la mano era una fórmula para saludar mucho más “democrática” que la antigua reverencia. No tan antigua ahora, como se verá.

BESOS

El beso –y sobre todo el beso el que se da en la boca- es la consagración de la intimidad. Para los romanos había tres tipos de besos: el osculum (beso en la mejilla, para amigos); el basium (en los labios, destinado al esposo o esposa) y el suavem (beso entre amantes). Los tres andan hoy con captura recomendada.

Ramón Arola, especialista en simbolismos de la Universitat de Barcelona, realizó un estudio sobre la famosa escultura “El beso de la Muerte”, que se encuentra en el cementerio barcelonés de Poble Nou. Allí, un esqueleto, que representa a la Muerte, besa en la boca a un joven. Dice Arola que “al morir por el beso de Dios, el espíritu del hombre sale por la boca y se une con Él, que por unos instantes se ha disfrazado de muerte”. En este sentido está escrito en el Talmud: ‘La más penosa de las muertes es la del garrote, la más dulce es la del beso divino”. Dios manda a la temida Parca para que nos bese y nos lleve hacia él.

Para el Zóhar, considerado el libro central de la doctrina cabalística y una de las obras que comentan la Torá, escrito en el siglo II, el beso en la boca implica la unión de dos espíritus. Al morir, el Quijote “dio su espíritu” en su último suspiro por la boca.

Existen, por cierto, interpretaciones menos místicas y más festivas sobre los besos entre esposos (el basium) y amantes (el suavem).

JOHN CARLIN

John Carlin, un recomendable escritor y periodista británico-español, defendió a fondo la efusividad latina. Así dijo hace pocos días, en un artículo publicado en el diario catalán La Vanguardia: “Desde Tierra del Fuego hasta Tijuana, en España, Italia y Francia la gente se saluda con más besos, abrazos, palmadas o contactos de manos que en los demás lugares de la Tierra. Perder estas costumbres significaría una diminución del tan celebrado calor humano de estas culturas y volverse más inhibido, más inglés. Bueno, más inglés o japonés. Dicho esto, que de ahora en adelante nos saludemos todos inclinando la cabeza podría tener su encanto”. Como se ve, en la última frase advierte sobre la eventual incorporación de la reverencia a nuestras costumbres.

El columnista vaticina que podría abrirse la misma puerta que abre Camus en su novela “La Peste” –la de la ética, la de que “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”- para salir de esta lúgubre pandemia. En situaciones muy extremas, casi siempre (no todas las veces) se comprueba lo mismo. Que el hombre se salva por los contenidos, no por las formas. Por su decencia personal. Como dice Carlín: “Ella –la causa ética- es una constante de la condición humana que no cambiará. O eso quiero creer”.

 

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El Beso, de Pablo Picasso (1925 óleo sobre lienzo)

John Carlin / Romina Santarelli, ministerio de Cultura de la Nación

Eduardo Galeano / Archivo

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