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Información General |OPINAN TERAPISTAS DE ESPAÑA, ESTADOS UNIDOS, ECUADOR Y PERÚ

El impacto del pico en los hospitales bajo la mirada de expertos del mundo

En momentos en que el número de casos crece en el país y se advierte por un posible colapso del sistema de salud, especialistas de naciones que atravesaron lo peor de la pandemia cuentan su experiencia y coinciden: “La clave para frenar al virus no está en los hospitales, sino en que la comunidad cumpla las medidas de prevención”

Omar Giménez
ogimenez@eldia.com

2 de Agosto de 2020 | 03:30
Edición impresa

“No se confíen: cuando esto explota, explota de verdad”, dice Manuel Jibaja, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Eugenio Espejo, el más importante entre los públicos de Quito, donde el colapso de las terapias suma más de cinco semanas mientras crece el número de pacientes que esperan ser ingresados al área de cuidados críticos recibiendo oxígeno en los pisos. Jibaja no duda en calificar al impacto del pico de la pandemia en los hospitales de esa ciudad como “una verdadera pesadilla” y coincide con intensivistas de otros países que ya atravesaron lo peor en un mensaje encarecido: “al COVID-19 no se le gana en los hospitales. La única forma de ganarle es en la comunidad. Y el único medio es respetando las medidas de prevención y de aislamiento social”.

Ese es el principal concepto, el más reiterado y enfático que surge de una ronda de entrevistas mantenida por este medio con médicos de terapia intensiva de España, Estados Unidos, Perú y Ecuador, cuatro de los países donde el coronavirus ya alcanzó su pico, impactando con fuerza inusitada -aunque con distintos grados de gravedad- en los sistemas sanitarios.

Así, mientras en algunos casos la llegada del pico provocó el colapso total de guardias y terapias; la práctica de confeccionar listas para decidir quién ocuparía cada cama de cuidados intensivos que, a cuentagotas, iba quedando libre y hasta la necesidad de implementar protocolos de gestión de cadáveres por el colapso de los servicios fúnebres, en otros casos la crisis sanitaria se tradujo en un estado de saturación permanente de las terapias y en otros, en una fuerte presión que, aunque puso los servicios al límite, logró controlarse. Pero todos los relatos de los intensivistas consultados para esta nota indican que la llegada del pico provocó la ampliación al máximo de las terapias cada área posible de los establecimientos sanitarios (“hubo hospitales públicos que en lo peor de la crisis ventilaban en la biblioteca”, ilustra uno de los profesionales consultados que trabaja en Madrid); una inédita carga de trabajo sobre terapistas obligados a extender sus jornadas con un fuerte desgaste físico y emocional y hasta una fuerte presión sobre los recursos, desde elementos de seguridad a medicamentos. A todo esto se sumó la necesidad de reforzar las unidades de cuidados críticos con trabajadores de otras áreas, una estrategia a la que recurrieron en la mayoría de los países donde el virus pegó más fuerte.

Hay otro concepto que los expertos subrayan: debido a las características que reúne el paciente grave de COVID-19, que requiere largas internaciones, la presión sobre las terapias intensivas se extiende varias semanas después de superado el pico, lo que plantea desafíos sostenidos en lo que hace a recursos materiales y a personal.

Hacen hincapié, además, en una ventaja que nuestro país tiene frente a otros que sufrieron el pico de casos en los primeros meses de pandemia global y es el avance en los tratamientos.

“Ninguno de los tratamientos que usamos en marzo y abril, cuando sufrimos el peor embate de la pandemia demostró ser eficaz. Hoy las investigaciones están más avanzadas y hay opciones como la dexometasona que ha probado dar buenos resultados”, indica, por caso, un experto de un hospital español.

En momentos en que en la Argentina el número de contagios sube y se habla de que ya se está alcanzando el pico de casos, son reiteradas las advertencias de las autoridades sanitarias que llaman a respetar las medidas de prevención y distanciamiento social, sobre todo en este momento, para evitar el colapso del sistema de salud y especialmente de las terapias intensivas.

La fuerte presión sobre los sistemas de salud sólo puede ser contrarrestada desde la comunidad

 

Pero: ¿de qué hablamos exactamente cuando hablamos de colapso o de saturación de los servicios de cuidados críticos? ¿Cómo vivieron esas situaciones en el día a día los países que las atravesaron y cómo aquellas ciudades que, pese a la presión del número de contagios lograron dominarla -aunque en el límite-, contando logros como el de no haber tenido un sólo contagio entre los profesionales de la salud aún en el momento más difícil de la crisis?

Además: ¿qué enseñanza se puede extraer de la experiencia de quienes ya vivieron en la primera línea de batalla una crisis sanitaria de magnitud inédita por su virulencia y la velocidad de su expansión en el mundo entero, en la que todo (desde los desafíos a los modos de respuesta) resulta nuevo?.

En esta nota Pablo Cardinal-Férnández, intensivista de los hospitales HM de Madrid; José Ignacio Suárez, jefe la Unidad de Cuidados neurocríticos del hospital Johns Hopkins de Baltimore, Estados Unidos; Carlos Carriqueo, jefe de terapia intensiva del hospital Santa Rosa de Puira, Perú y Manuel Jibaja, jefe de terapia intensiva del hospital Eugenio Espejo de Quito, Ecuador, cuentan sus experiencias en el pico de la pandemia.

Coinciden en destacar que “no hay sistema de salud que resista” el embate de la enfermedad si la comunidad -que es la única que puede pararla- no es consciente y no toma las medidas de prevención y de distanciamiento social adecuadas. Y también relatan vivencias grabadas a fuego en un momento extremo en el que, a pesar del dolor y el alto grado de exigencia, queda lugar para los gestos conmovedores. Como el de las enfermeras madrileñas que le cantaron el “Feliz Cumpleaños” a un paciente cotogenario grave de COVID-19 internado en una terapia atestada y sin posibilidades de compartir la fecha con los suyos. O el de los profesionales del hospital español que a diario encontraban el momento para mirarse a los ojos y decirse “¡Venga!: ¡Esto también va a pasar!” para mejorar la moral en plena pandemia.

Y pasó. Hoy las terapias de Madrid ya casi no reciben casos de COVID-19, como tampoco las de Piura (donde los médicos dicen que atraviesan una “primavera post pandemia”), ni las de Baltimore, aunque en este caso esperen una segunda ola de contagios.

La hojarasca que lo peor la pandemia dejó, dicen, está hecha de experiencias de la que surgen consejos para quienes todavía no atravesamos el pico. El principal no apunta a los hospitales, sino a la sociedad, la única que, a juicio de los médicos, tiene las armas para evitar que lo más alto de la curva se transforme en sinónimo de colapso.

 

MANUEL JIBAJA
JEFE DE TERAPIA DEL HOSPITAL EUGENIO ESPEJO, QUITO

“EL COLAPSO DE LAS TERAPIAS SE EXTIENDE MUCHO TIEMPO DESPUÉS DE QUE PASÓ LO PEOR”

Manuel Jibaja es jefe de terapia intensiva del hospital Eugenio Espejo, el mayor entre los establecimientos públicos de Quito (Ecuador) y dice que, aunque el pico del COVID-19 ya pasó por la ciudad, el servicio de terapia intensiva ya suma cinco semanas colapsado.

“Los pacientes que no pueden ingresar en terapia por falta de capacidad esperan en los pisos con oxígeno hasta que se desocupe una plaza”, describe el especialista, aunque en estas circunstancias ya se acostumbraron a que, dadas la prolongadas internaciones de pacientes con COVID-19, hay días en que no se produce ningún alta y no se desocupa ninguna cama. Las esperas en los pisos, mientras tanto oscilan entre los 2 y los 3 días.

“No se confíen. Cuando esto explota, explota de verdad”

 

Si bien la situación más dramática del Ecuador la vivió Guayaquil, las cosas se complicaron en Quito, dice Gijaba “cuando se ablandó la cuarentena, pasando de semáforo rojo a amarillo y la gente comenzó a aflojarse y a abandonar las precauciones. Y esta es una enfermedad que no permite confiarse porque cuando explota, explota de verdad”.

Desde entonces los terapistas del hospital trabajan sin horario, se extendió el número de camas -aunque también se ocuparon- y se incorporaron médicos de otras especialidades a las terapias.

“Afuera, en tanto sigue habiendo gente que sale desesperada a recorrer hospitales con sus familiares buscando una cama de terapia”, dice.

 

PABLO CARDINAL-FERNÁNDEZ
INTENSIVISTA, DIRECTOR DE DEPARTAMENTO EN EL GRUPO DE HOSPITALES PRIVADOS HM. EN MADRID, ESPAÑA

“LA DEMANDA SOBRE EL SISTEMA ES BRUTAL Y LA BATALLA NO LA GANAN LOS SANITARIOS, SINO LA GENTE QUEDÁNDOSE EN CASA”

“En el peor momento del pico de la pandemia en la Unidad de Cuidados Críticos siempre encontrábamos el instante en el que mirarnos y decirnos : ´¡Vamos! ¡Venga! Esto también va a pasar!´. Eso nos apuntaló mucho en lo emocional. Nunca perdimos la ilusión de que esto iba a quedar atrás. Si no piensas que se termina, enloqueces”.

El que habla es Pablo Cardinal-Fernández, intensivista de un hospital privado de Madrid que a la hora de describir el pico de coronavirus que vivió esa ciudad entre los meses de marzo y abril elige hablar de “una demanda brutal”.

Con todo, afirma que el sistema sanitario de Madrid no llegó a colapsar, aunque sí a saturarse: las terapias intensivas se ampliaban hacia todo sector de las instituciones médicas donde se pudiera hacer lo único que resultaba clave en ese momento de la pandemia: ventilar pacientes.

“Hubo hospitales públicos que llegaron a ventilar hasta en su biblioteca”, dice Cardinal-Fernández, quien agrega que en ese momento el coronavirus era todavía algo tan nuevo que “la mayoría de los tratamientos que aplicamos entonces demostraron después ser ineficaces”.

Desde ese punto de vista considera que nuestro país llega al pico con la ventaja de los adelantos que se produjeron desde entonces en la investigación y la posibilidad de aprender de la experiencia de aquellos países que atravesaron antes ese momento crítico.

“Hay que tener en cuenta que los pacientes COVID-19 llegan a las terapias intensivas gravísimos y ventilados y que sus internaciones son prolongadas. Por caso, si la internación promedio por una neumonía bacteriana es de 7 a 14 días, un paciente COVID puede permanecer hasta 40”, indica el intensivista.

En ese marco la presión sobre los recursos humanos de las terapias durante el pico es enorme, destaca Cardinal-Fernández.

Un sólo ejemplo al que apela basta para ilustrarlo: al paciente con coronavirus ventilado en terapia intensiva se le aplica una técnica llamada pronación, que consiste en darlo vuelta para cambiar la movilidad diafragmática y mejorar la ventilación respiratoria.

“Para ese trabajo se necesitan cuatro personas cada vez y con una terapia repleta se está haciendo todo el tiempo”, dice el profesional, quien agrega que también las jornadas de las terapias, durante el momento de más contagio, se extienden.

“En el peor momento siempre encontrábamos el instante en el que mirarnos y decirnos: ´¡Venga! Esto también va a pasar!´. Eso nos apuntaló mucho en lo emocional”

 

“Se trabaja todo el tiempo necesario y sin días libres. En mi caso sólo me tomé unas horas del día de mi cumpleaños”, sostiene el intensivista.

Para el experto, la clave para mitigar el impacto del pico no está en los hospitales, sino en la comunidad: “esta batalla no la ganan los sanitarios, la gana la gente quedándose en su casa. Sin el apoyo de la población no hay sistema que aguante”.

 

CARLOS CARRIQUEO
JEFE DE TERAPIA INTENSIVA HOSPITAL SANTA ROSA, PIURA, PERÚ

“EL DOLOR MÁS GRANDE: CONFECCIONAR A DIARIO LALISTA DE LOS QUE PODÍANENTRAR A TERAPIA Y LOS QUE NO”

Desde que se fue de La Plata, donde se recibió de médico en la UNLP y se instaló en Piura, Perú, en el año 2012, Carlos Carriqueo atravesó seis crisis sanitarias, provocadas por el dengue, el zika, la chikunguña, las inundaciones provocadas por el fenómeno de El Niño y el síndrome de Guillain Barré. Pero nada se compara con la pesadilla que le tocó vivir entre mediados de mayo y junio de este año, cuando el pico de coronavirus azotó la ciudad donde vive y trabaja, ubicada en el norte de Perú.

Carriqueo, que se desempeña en el hospital Santa Rosa de esa ciudad, donde es jefe de terapia intensiva, se sorprende todavía de lo “lo rápido y fuerte” que fue el avance del coronavirus cuando se declaró el pico: “parecía una ola que estaba en el aire” y hacía crecer con una velocidad inusitada el número de contagios.

La sala de terapia intensiva donde Carriqueo trabaja tenía seis camas de terapia intensiva antes de la pandemia y fue ampliada a 17. Pero eso de poco sirvió ante el rápido avance del virus y el elevado número de contagios.

“La terapia colapsó rápidamente: podíamos recibir en apenas una hora quince llamadas de personas que pedían una cama en terapia intensiva a la que no podíamos darle respuesta”, indica Carriqueo.

El hospital pronto habilitó salas completas en los pisos para pacientes COVID-19 a los que se le daba oxígeno mientras esperaban para ingresaran en terapia.

“Cuando recorría esas salas veía que se trataba, en casi todos los casos, de pacientes con criterio de internación en terapia, pero a los que no podíamos trasladar porque no teníamos camas”.

Carriqueo (en la foto con su mujer Elsa Díaz Valverde, también intensivista del hospital) relata que esa situación lo obligó a armar una lista que se actualizaba a diario con los pedidos para ingresar a terapia.

“Teníamos tan poco espacio en terapia que sólo admitíamos jóvenes de entre 25 y 35 años sin comorbilidades, que eran los de mejor pronóstico”

 

“En esa lista llegamos a tener hasta 25 nombres de personas que estaban en espera de una cama. En lo peor sólo admitíamos sólo a jóvenes de entre 25 y 35 años sin comorbilidades, que eran los de mejor pronóstico”, dice el intensivista y agrega que, ante el colapso de las empresas de sepelios, también el hospital tuvo que elaborar un protocolo para el manejo de los cadáveres que hizo que se produjera una acumulación de cuerpos en las salas habilitadas para tal fin.

Hoy la pesadilla quedó atrás y la ciudad vive “una primavera” en la que no se presentan más que algún caso aislado de la enfermedad.

Lo que permanece es el recuerdo que todavía sorprende, de la velocidad de los contagios durante el pico.

 

JOSÉ IGNACIO SUÁREZ
JEFE DE UNIDAD DE CUIDADOS NEUROCRÍTICOS HOSPITAL DE LA UNIVERSIDAD JOHNS HOPKINS, BALTIMORE, ESTADOS UNIDOS

“LOGRAMOS NO TENER NINGÚN CONTAGIO ENTRE EL PERSONAL DE SALUD DURANTE EL PEOR MOMENTO”

“En lo peor del pico llegamos a recibir 24 pacientes a la vez en terapia intensiva procedentes de un geriátrico. Fue el momento más difícil”, dice José Ignacio Suárez, director de la Unidad de Cuidados Neurocríticos del hospital Johns Hopkins de Baltimore, donde ahora esperan “una posible segunda ola de casos”.

Suárez le cuenta a este diario que “en Estados Unidos, al no haber una respuesta federal , cada región o estado tomó cartas en el asunto”.

Así, mientras la ciudad de Nueva York iba a recibir el peor impacto de la mano de una mayor cantidad de casos que se producían a gran velocidad, en Baltimore, donde Suárez trabaja, el pico supuso una fuerte presión sobre los servicios de terapia intensiva, pero no llegó a colapsar el sistema.

Pasado lo peor de ese momento, el experto destaca como uno de los mayores logros el haber logrado que ningún profesional se contagiara de COVID-19 ni siquiera en lo peor de la pandemia.

El contagio de profesionales es uno de los aspectos que más preocupa en el marco del avance del coronavirus, ya que obliga en muchos países, a médicos, enfermeros y auxiliares a entrar en cuarentena, con lo que merma la cantidad de personal de salud -incluso de aquellos como los intensivistas, que constituyen una especialidad crítica- disponible en el momento en que son más necesarios.

Según datos oficiales dados a conocer la última semana, en la Argentina, del total de casos confirmados, el 8% corresponde a personal de salud.

“En el peor momento llegamos a recibir 24 pacientes a la vez en terapia, contagiados en un geriátrico. Fue una de las situaciones más difíciles”

 

Suárez dice que el hecho que no se hayan registrado contagios en el equipo de salud (que pudieran constatarse como producidos mientras trabajaban) se debió a dos medidas.

“La primera la tomamos en enero junto a ingenieros y arquitectos y consistió en cambiar la circulación del aire en las zonas reservadas para COVID-19 usando además filtros especiales, con lo que se logró que el aire contaminado no permaneciera en las salas”.

La otra medida consistió en crear la figura de un sanitarista dedicado exclusivamente a fungir de oficial encargado de controlar el momento en que los médicos se ponían y se sacaban el equipo de seguridad al entrar y salir, ya que hay evidencia de que ese es el momento más peligroso y en el que se producen más contagios.

Según Suárez, para reforzar la cantidad de personal en las terapias se incluyeron especialistas de otras áreas en los equipos que quedaron al mando de los intensivistas.

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