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El aumento de la velocidad de reproducción en Netflix como síntoma

La plataforma pone a disposición la posibilidad de ver series y películas más rápido: el triunfo de la cultura ansiosa

El aumento de la velocidad de reproducción en Netflix como síntoma

El futuro distópico de “Wall-E”, cada vez más cerca

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

3 de Agosto de 2020 | 04:19
Edición impresa

El año pasado se filtró que Netflix estaba probando una nueva herramienta para sus usuarios: al parecer muchos habían pedido que las películas se puedan ver más rápido, y la empresa estaba dispuesta a explorar la posibilidad. Sin embargo, la idea no gustó: apenas se filtró la noticia, la tuitósfera estalló condenando a la idea de acelerar series y películas solo para poder consumir más, más, más, y además, pequeño detalle, los creadores de contenidos, entre ellos varios apellidos pesados de la industria, se quejaron de que la industria permitiera semejante perversión del material que ellos habían creado con el sudor de su frente.

El coro de críticas pareció frenar el impulso de Netflix, pero ahora la plataforma on demand anunció que la propuesta estará disponible, para los usuarios de Android, en las próximas semanas. Naturalmente, el estribillo del coro de cinéfilos y cineastas volvió a sonar.

Es que imagínense: un director planifica durante meses el clímax de su filme, una escena llena de misterios y silencios donde el protagonista se adentra en una cueva oscura en la que encontrará su destino. Dibuja la escena, segundo a segundo, consigue en la locación el balance justo de luz para que se vea poco, lo justo y necesario para comprender la escena, y que en la oscuridad se escondan peligros que el espectador solo puede imaginar; luego filma la escena en un plano continuado, alineando luz, cámara y la actuación de su personaje durante dos minutos sin cortes. Pero todo eso al espectador ansioso lo aburre: quiere ver qué pasa, qué hay al final de la cueva.

El lenguaje audiovisual es, claro, mucho más que trama: los climas, las texturas, los sonidos, son parte de una experiencia que se distorsiona al doble de velocidad. Pero, sobre todo, el lenguaje cinematográfico construye tiempo, una forma de percibir el transcurrir que no es la del segundero, y que es esencial en la construcción de lo dramático, y también en la construcción de mundos diferentes, temporalidades distintas, modos de respirar alternativos a los que nos acostumbraron tantas series de Netflix. Desde ya, todo se desmorona al reproducir una escena al doble de velocidad, en ese afán ansioso de consumir más trama, de llegar al giro, al “plot twist”.

Es el triunfo de la ansiedad, producida por un mundo híper-productivo en el que “uno se explota a sí mismo y piensa que está realizándose”, como afirma el filósofo de moda, Byung-Chul Han, lo que allana, alisa, los tiempos supuestamente muertos, que es a menudo donde se encuentra lo inesperado, lo no familiar. Los defensores afirman, contra tanto apocalipsis discursivo, que es solo una opción: el que no quiere, no la usa y listo. La sospecha es más siniestra: los servicios on demand están creando un modelo de espectador que se adapte a su negocio, que consuma a más velocidad para consumir más y nunca aburrirse.

La idea de que es solo una opción más, como poner pausa o directamente sacar una película a mitad de camino, parece parte de una relativización ingenua (todo daría lo mismo), ligada a la idea de que el espectador tiene, al final, el control, cuando, sospechamos las voces críticas, hay una intención detrás, que excede a la N roja y que está instalada en los algoritmos de las redes sociales, en las formas de funcionamiento de los celulares: el consumidor no es más que eso, alguien que consume. Las plataformas on demand son, entonces, simples feed lots de series, en los que el espectador come siempre lo mismo, y donde el objetivo es engordar al espectador, como en la distopía de “Wall-E”.

¿Demasiado? Puede ser, pero cuando pienso que exagero, recuerdo una frase de Reed Hastings, CEO de Netflix: “Nuestro enemigo es el sueño”. Quizás en algún momento las plataformas on demand (ojo, no todas: mientras Netflix instaló el modelo del “binge”, el atracón de series, al meternos por la garganta visual temporadas enteras de una sola vez, varios servicios empiezan a optar por lanzar un episodio por semana) se alíen con los servicios de energía para dejar las luces de las casas encendidas, y conseguir así vencer a ese enemigo final, el sueño.

 

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