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Alberto Ajaka: “El terror aparece porque vive en nosotros el miedo a lo desconocido”

Tras mostrarse para todo el mundo con “Apache” y “El Presidente”, el actor estrena en Cine.Ar “Los que vuelven”, su primera incursión en el cine de terror, un drama de época que refleja las explotaciones del presente

Alberto Ajaka: “El terror aparece porque vive en nosotros el miedo a lo desconocido”

Alberto ajaka, un hombre de teatro, que incursiona en el género de terror con “los que vuelven”

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

27 de Septiembre de 2020 | 04:26
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Habrá pandemia, y las puertas de su primer amor, el teatro, estarán cerradas, y sin embargo Alberto Ajaka vive un momento cumbre en su carrera: fue el padre de Tevez en “Apache”, serie que llegó a todo el mundo a través de Netflix, también el ladero de Sergio Jadue en la serie sobre el FIFA Gate realizada por Amazon Prime, “El Presidente”, y ahora protagoniza su primera incursión en el cine de terror, “Los que vuelven”, cinta de Laura Casabé que se estrena el jueves en Cine.Ar TV y se verá en la plataforma Cine.Ar desde el viernes.

Nada mal para un hombre que se inició en el teatro a los 28 años: Ajaka estudió filosofía, diseño, ciencias económicas, y trabajó en una imprenta, hasta que pisando los 30, se decantó por la actuación. Poco tiempo después, formó su propia compañía, Colectivo Escalada, junto a otros 15 actores. El resto es historia: llegó al cine en 2007, como parte de “El hombre robado” (donde conoció a la madre de sus hijos, María Villar), debutó en tevé en 2010, en “Contra las cuerdas”, y en el camino estableció una importante carrera teatral en la cual llegó a encarnar a Macbeth en el San Martín.

Y ahora, debuta en el terror con “Los que vuelven”, relato de género y de época sobre Julia, una mujer que, al concebir a su tercer hijo muerto, le ruega a Kerana, su criada indígena, que lo traiga de vuelta a la vida. La criatura vuelve. Pero no vuelve sola.

Ajaka interpreta al marido de Julia, un terrateniente yerbatero en tierras que el hombre blanco ha despojado de sus habitantes originales, asesinados o reducidos a la servidumbre. La excusa por la cual Ajaka atiende al otro lado del teléfono es hablar del estreno. Pero con Ajaka, cada respuesta es una sorpresa, y una simple pregunta sobre el cine de género puede conducir hacia el estado del cine nacional, capitalismo salvaje, Santiago Maldonado y el saldo negativo de la pandemia.

- ¿Cómo fue esta primera vez haciendo cine de terror?

- Hice alguna cosa en mi época de estudiante, en su momento… que no vale la pena mencionar. Después, la verdad es que no hay tanto cine de género en el cine nacional, aunque en los últimos años hubo más. Pero a la vez el cine nacional cayó en desgracia, ahora con la pandemia, y antes con la otra pandemia, la política… bajó la producción, las películas hay que hacerlas en muy poco tiempo… Esta película, eso sí, tiene una singularidad: es un drama de terror, o un terror dramático. No es el terror del susto fácil, o sobre un personaje del mal: hay un recorrido dramático, interno, de los personajes, y el terror aparece porque anida en nosotros.

- ¿Y cómo es filmar terror, en el medio de la selva?

- El terror también aparece porque vive en nosotros el miedo a lo desconocido. En ese sentido, la selva es territorio propicio para el terror: la vegetación que te abruma, el jadeo permanente al respirar por el calor… terminábamos a la noche, en un pueblito a 200 metros de la selva, y por ahí había que caminar 300 metros para tomar el micro, y si lo hacías solo, a los 50 metros ya estabas esperando que te cruce un yaguareté… No es que hicimos la gran Herzog, creo que el sacrificio fue del equipo técnico, que tenían que montar unos andamios cada vez. A mi me molestaba un poco el calor, los mosquitos, el bigote que tenía que usar y que era muy molesto, estar ataviado todo el día con un ropaje de época y ni podes sentarte porque te vas a manchar de barro. Pero por eso mismo, se formó un buen clima de laburo, de trabajar mucho, algo que a mi me gusta: si no me aburro, y ahí uno la empieza a pasar mal.

- Te toca interpretar a un personaje antipático, que incluso puede tener algunos rasgos villanescos, sobre todo para nuestra cultura. ¿Cómo es meterse en la piel de una criatura así?

- En las charlas previas, yo lo defendía para poder menguar un poco la idea de que recaiga todo sobre un villano. Se vuelve más interesante, creo, cuando la cosa se pone dialéctica: esto es algo que manejaba yo, para defender mi personaje, porque si no me pongo un poco a favor es imposible interpretarlo. Él atiende a su mujer, y a la sirvienta guaraní, pero no es una relación abusiva, hay un vínculo, emocional, o pasional al menos. Sus modos y sus maneras no son las mejores, obviamente, y cuando las cosas se salen a su lugar, él sale a repeler: aparece el miedo a lo desconocido, pero también tiene que ver con el negocio, afecta a lo que él entiende lo que es el progreso.

- La clave está en encontrar los matices en el personaje.

- Creo que si no es imposible: tengo que encontrar lo que tenemos en común, que es la humanidad. Las motivaciones son siempre humanas, los dolores son humanos, las patologías son humanas. Después, hay monstruos dentro de cada uno. Si no, sería imposible hacer “Macbeth”, no soy asesino, no soy escocés… Por eso, hasta donde puedo, intento comprender, apropiarme del personaje, asociar, libremente muchas veces, porque no voy a salir a matar a alguien para interpretar a un asesino, pero sí puedo entender mis propios impulsos agresivos. Y creo que no todo el mundo es malo con todos todo el tiempo, entonces trato de equilibrar esa balanza, en la medida de lo posible, para generar mayor identificación: la catarsis se puede producir en la medida en que uno puede ver reflejadas su propias miserias. Y además, creo que así se construye un verosímil más potente. El personaje es un tipo rudo, rústico, brutal por momentos. Es un tipo posible.

- Es una película de terror y de época, pero hay latifundistas, patrones violentos, progreso, pueblos originarios: hay bastante eco con el presente.

- Yo pensaba, a partir de la película: es impensable que haya una alzada si alguien tiene un latifundio, y la gente que vive alrededor se ve beneficiada, porque hay un establecimiento productivo, o porque da trabajo… En nuestro país, la versión del capitalismo que habilita por un Estado tan permisivo permite eso que se conoce como capitalismo salvaje: por caso, estos tipos que tienen hace 30 años tierras en el sur, y que le deben dar laburo a 80 puesteros. Si en lugar de eso, tuvieran un proceso industrial en la zona, le darían trabajo a más personas, y entonces probablemente no ocurrirían reclamos genuinos. Esto lo digo como espectador del asunto: es impensable que haya un levantamiento si los que viven alrededor se benefician de que alguien como Benetton tenga tierras, la compañía ganadera de Benetton no debe dar ningún beneficio a la sociedad. Por eso, cuando pasó lo de Santiago Maldonado, lo que se reclamaba era que se cagaban de hambre. En ese sentido, pensaba el rol de mi personaje: arrasaba con la tierra, quería usar todo y el que se le pusiera en el camino también los arrasa. Eso quería mostrar: el emprendedor salvaje que arrasa en nombre del progreso y del capital. Y creo que los de hoy tienen más responsabilidad que aquel: han pasado cien años, y seguimos con los mismos procedimientos, a pesar de que en aquel momento las mujeres no votaban, no había reconocimiento de los pueblos originarios, no había Greenpeace y se podía voltear cualquier árbol. Y parece ser que mientras más poder tenés, más fácil es seguir anclado en el 1900.

ESTRENOS EN PANDEMIA

Este es el segundo estreno en cuarentena para Ajaka, tras la llegada de “El Presidente” a la plataforma de Amazon Prime. Le restan, cuenta, dos películas ya terminadas que podrían estrenarse antes de que se abran las salas de cine, y mientras tanto, participó en “Nebulosa monotonía”, segunda edición de la Maratón de poesía que dedicó su primera edición a Pizarnik y se entregó ahora, durante tres funciones, a Oliveri Girondo. Ajaka, junto a otros actores, leyeron y pusieron en imágenes la poesía inclasificable del poeta.

- Un estreno en plena pandemia, ¿es al menos un mimo al alma para el actor?

- Esta es la primera película en la que he participado y que se estrena así y… no sé qué decirte. Creo que a Laura (Casabé, la directora) debe llevar vinculada a este proyecto hace seis, siete años, desde el germen, la idea que se presenta en el INCAA, la aprobación, la producción, el rodaje, la edición, festivales… y al final está el estreno. El estreno para el realizador, también para el resto del equipo, es mostrar el boletín a la gente querida, en un encuentro que si bien no es el del teatro, tiene algo de ritual, hay un clima festivo, gente querida, después se sale a tomar una copa. Si pienso eso, me da lástima. Además, ella hizo la película para que se proyecte en un cine, no en un televisor. La verdad, yo no le encuentro muchas cosas buenas a la pandemia: bienvenido que mientras tanto se pueda hacer algo, por ejemplo estrenarla. Pero no me alcanza. Es lo que se puede hacer, pero no me alcanza para equiparar: se pierde mucho, me sigue dando saldo negativo.

- Si el estreno en pantalla chica te da saldo negativo, imagino que el teatro por streaming tampoco te convence demasiado.

- Todo eso no es teatro, lo virtual. Está bien, lo hacemos, participamos en algo, pero no es una experiencia similar. Y no vamos a encontrar algo que lo suplante. Si así va a ser la nueva normalidad, y es para siempre, morirá el teatro. Habrá otra cosa. El teatro es una misa, es un encuentro chamánico, primigenio, tribal. Cuando hacés teatro, hacés la danza de la lluvia, hay unos chamanes en el escenario, que bailan y los demás esperan que llueva, en nuestra versión pequeñoburguesa capitalina. Y seguro, no toda danza del fuego te va a transformar, no toda misa te va a transformar, no toda obra de teatro te va a transformar: pero son intentos para, aunque sea, juguetear con la trascendencia. Y eso se puede únicamente en la comunión de los cuerpos. No hay reemplazo para ir a la cancha y abrazarte con un desconocido, o para cruzarte con alguien en la calle y enamorarte.

“Pasaron cien años y seguimos con los mismos procedimientos que cuando las mujeres no votaban, no había reconocimiento de los pueblos originarios y no existía Greenpeace”

“El teatro es un intento para, aunque sea, juguetear con la trascendencia. Y eso se puede únicamente en la comunión de los cuerpos”

 

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Alberto ajaka, un hombre de teatro, que incursiona en el género de terror con “los que vuelven”

Alberto ajaka en una escena de “Los que vuelven” que llega a cine.ar

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