Roberto Carino

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La inesperada partida de Roberto Carino, a sus 58 años, provocó numerosas muestras de dolor, no sólo entre sus seres más cercanos, sino también en distintos círculos de la Ciudad a los que él se vinculó, ya sea por su actividad docente o por su faceta social.

Nació en La Plata, el 6 de junio de 1962; sus padres fueron Gina María de Francesca y Vicente, inmigrantes italianos. Cursó los estudios primarios en la Escuela 16 de La Loma y los secundarios, en el colegio Albert Thomas, del que se graduó como maestro mayor de obras.

Desde muy joven trabajó en la construcción junto a su padre, quien le enseñó los secretos del oficio.

Siempre estuvo vinculado a ese rubro, pero con los años también se dedicó a la docencia, fue instructor en los centros de formación profesional número 401, 402 y 404 y trabajó en cárceles como la Unidad 1 y la Unidad 9, donde capacitó a las personas privadas de su libertad en rubros de la construcción, plomería y gas.

Además se desempeñó en diferentes institutos de menores como el que se encuentra en la localidad de Abasto y en centros de rehabilitación de personas drogodependientes.

El Tano, como lo llamaban sus seres queridos, fue un trabajador incansable y alguien siempre dispuesto a dar una mano.

El galpón fue su taller en el que las horas se le pasaban de manera productiva, nunca caía en el aburrimiento porque encontraba algo para hacer.

El 14 de febrero de 1986 se casó con María Graciela Vera y la familia creció con los nacimientos de sus dos hijas, Daiana y Jaqueline y, con los años, con la llegada de su adorado nieto Ignacio. Vale destacarse que también fue un suegro muy compinche de Exequiel Llosa y Julián de Benito, a quienes quiso como hijos.

De personalidad muy sociable, Roberto vivía organizando reuniones o planeando salidas. En el tiempo libre también le gustaba viajar y junto a su esposa pudo hacerlo por el país, pero también por el extranjero. En el último verano recorrieron distintas capitales europeas, como Londres, París, Madrid, proyecto que disfrutó con plenitud.

Fervoroso simpatizante de Estudiantes, fue a la cancha cuantas veces pudo y disfrutó de hacerlo junto a su hija menor.

Sus allegados destacaron que Roberto fue un marido excelente, un padre ejemplar y un abuelo amoroso, un ser que se entregó por completo para que a ninguno de ellos les faltara nada y para hacerlos felices.

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