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La elección en Chile, ¿un llamado de atención para la política argentina?

La elección en Chile, ¿un llamado de atención para la política argentina?
Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

25 de Noviembre de 2021 | 02:24
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¿Es posible que se produzca en Argentina un fenómeno similar al que acaba de suceder el último domingo electoral en Chile, que consagró un próximo ballotage entre dos dirigentes ubicados prácticamente en los extremos del arco ideológico, relegando a las coaliciones tradicionales que manejaron el país en los últimos 30 años a lugares fuera del podio?

Entre los estudiosos de la opinión pública parece haber un cierto consenso respecto a que, en lo inmediato, no sería replicable en estas tierras. Pero en el mundo político no fanatizado con ningún lado de la grieta, se coincide en la necesidad de seguir de cerca la tolerancia social al sistemático deterioro de las instituciones que parece sufrir Argentina desde hace años.

El domingo pasado, Chile eligió presidente en una contienda que evidenció la enorme fragmentación de sus fuerzas políticas y que se definirá en una segunda vuelta el 19 de diciembre.

En esa pelea se enfrentarán el postulante de ultraderecha, José Antonio Kast, abiertamente pinochetista, antiabortista, con un discurso férreo en materia migratoria y en la cuestión mapuche; y el candidato de izquierda Gabriel Boric, de tan sólo 35 años, que viene de la militancia estudiantil, muy crítico del modelo económico que se instauró en la post dictadura y que acentuó divisiones entre ricos y pobres en materias como salud y educación. Son líderes que, más allá de que no rompen con el sistema, han dicho que se oponen a la clase dirigente tradicional de su país y se presentaron con discursos, si se quiere, más agresivos u osados que el de sus rivales.

Cayeron derrotados, con porcentajes que apenas arañan las dos cifras, postulantes de los partidos de centro derecha y centro izquierda que, en un esquema de coaliciones, han gobernado el país desde la salida de Augusto Pinochet. El candidato del oficialismo, Sebastián Sichel, por ejemplo, salió cuarto. Y el dato increíble fue que uno de los que compitió, y que quedó nada menos que en tercer lugar, no hizo campaña presencial en Chile. Su intervención en el proceso electoral fue 100 por ciento virtual porque si ingresa al país debe rendir cuentas en la Justicia. Se llama Franco Parisi.

Voto de protesta o cansancio

Las buenas actuaciones que tuvieron en la reciente elección legislativa de Argentina expresiones que aglutinaron cierto voto de protesta o de cansancio de la política tradicional, han generado que algunos observadores locales ahora comiencen a mirar a Chile. Insisten en verlo como una suerte de llamado de atención.

Es que, de este lado de la cordillera, se analiza el notable crecimiento que mostró, por ejemplo, el liberal de derecha Javier Milei, que salió tercero en la CABA con más de 17 puntos; o el de la Izquierda, que se consolidó como la tercera fuerza nacional con alrededor del 6 por ciento del total de votos, tendrá un bloque de 4 diputados en el Congreso, 2 en la Legislatura bonaerense y algunos más en otras, y hasta ingresó ediles en varios Concejos deliberantes.

Este dato es tan cierto como que las dos principales coaliciones argentinas, Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, se llevaron el 74,92 por ciento de los votos a nivel nacional (41,89% los primeros, 33,03% los segundos), que en términos históricos nacionales es un porcentaje bajo, mientras que en Chile el partido de Kast lideró con sólo 28% y hubo seis postulantes presidenciales que entraron debajo de él.

Otra gran diferencia con Chile es que allí el voto es voluntario desde hace nueve años. El malestar con la política tradicional y con la situación general se evidencia, entre otras formas, con la ausencia en las urnas: el domingo hubo una abstención del 50 por ciento. Hay que recordar que acá en Argentina generó preocupación que la asistencia fuera del 71 por ciento en las legislativas, con sufragio obligatorio. De hecho, analistas chilenos definen el abstencionismo transandino como “estructural”: cuando fue elegido el ahora saliente Sebastián Piñera concurrió a votar menos de la mitad del padrón.

Chile también viene de un extendido y traumático cuestionamiento social al statu quo, que tuvo su pico máximo en 2019 cuando un aumento del boleto del subte en Santiago generó una ola de protestas multisectoriales que duró meses. Con las calles tomadas, incendiadas, que recién aflojó cuando Piñera aceptó convocar a una Convención Constituyente para reformar la Constitución.

El comicio para integrar ese órgano fue este mismo año y la izquierda -vaya electorado ecléctico- resultó la gran vencedora. Ahora se está discutiendo introducir grandes cambios sociales y económicos para transformar radicalmente la matriz de país, con fuerte presencia de segmentos históricamente marginados.

Hace unas semanas, Piñera tuvo que mandar al Ejército al sur de Chile a reprimir el violento accionar de representantes de pueblos originarios, en especial mapuches, que insisten en la insurgencia. Fue un poco antes de que él mismo zafara del juicio político que se intentó para destituirlo, por la venta espuria de un proyecto minero. Un país movido, digamos.

Una coincidencia posible entre Argentina y Chile, es que aquí también parece desarrollarse en buena parte de la población una visión muy desalentadora respecto de la utilidad de la política como camino para mejorar la vida de la población. Es multicausal, pero los expertos hablan de una suerte de divorcio, cada vez más pronunciado, en la “conversación” entre el votante y el dirigente.

Acabamos de asistir a un ejemplo de eso apenas culminaron las elecciones legislativas.

Por un lado, el oficialismo convocando a la plaza para festejar el triunfo que no existió y el propio presidente Alberto Fernández avisando allí que, en el lejano 2023, habrá Primarias Abiertas para todos los cargos electorales del peronismo. Y habilitando a los intendentes del Conurbano a que busquen la re-re-recontra reelección.

Por otro, los principales actores de Juntos por el Cambio, en especial los del PRO, tironeando entre ellos para ver quién lidera el proyecto presidencial de acá a dos años y, en paralelo, los revitalizados radicales avisando que ellos les van a dar pelea a los amarillos para todos los cargos posibles porque no van a aceptar más que los ignoren a la hora de tomar decisiones.

¿Hay conciencia de que no es esa discusión lo que apartentemente votó “la gente”, cada vez más alarmada por la inflación, la inseguridad, la violencia y la imposibilidad de planificar una vida a futuro? ¿No quedó formateado otro contrato entre el votante y el político luego de los recientes comicios en los que ambas fuerzas mayoritarias argentinas perdieron millones de votos?

“Degradación institucional”

El analista en temas transnacionales Juan Alberto Rial, secretario del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata, opina: “Hay que prestarle atención a la degradación institucional que viene sufriendo la Argentina, el poco respeto a la división de poderes, la búsqueda de la perpetuación, el silencio contra la prensa independiente, la profundización del clientelismo político, el abandono de sectores importantes de la sociedad en manos de grupos violentos como la RAM, en el Sur, o Los Monos en Santa Fe. Y eso va más allá de que alguien identificado con la derecha o la izquierda pueda convertirse en un actor relevate”.

Prosigue: “Los lugares donde con más facilidad podía suceder un avance de expresiones extremas ya las tuvieron, que son Brasil y Chile. Atados a los elementos de ultraderecha vigentes por la salida que tuvieron esos países de sus dictaduras, mas negociadas de lo que sucedió en Argentina, donde implosionó. Lo sorprendente es que pasó también en Estados Unidos, cuando en enero gente de Donald Trump quiso tomar por asalto el Capitolio. En el mediano plazo, no parece posible pero podría pasar que elementos de la derecha, no necesariamente ligados al partido de Milei, puedan tener un avance aquí. Hay que seguir con atención, mas allá del signo ideológico, que no caigamos en las llamadas democracia blandas o frágiles. Son esas en las que los populismos -de derecha o de izquierda- se hacen de las instituciones y se sirven de ellas violentádolas”.

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