OCURRIÓ EN LA PLATA

El misterio de Topacio y el increíble final del soñador del Camaro

La chica fantasmal que transitaba en las madrugadas, de pollera muy corta y botas altas y el raro personaje que pedía dinero para comprar uno de aquellos autos icónicos del cine de súper acción

Por HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

“Dejame tranquila, yo voy a donde tengo que ir”.

Era lo único y último que respondía ante lo primero que le preguntaban. Detrás de su fuerte taconeo quedaban flotando las misteriosas razones de su apuro y de esa decisión de caminar casi por el medio de la calle y en contramano al tránsito.

Topacio era menuda, muy delgada, morocha y de piel blanca. Linda de cara pero lastimaba verle la dentadura incompleta.

Si se pudiera hacer un censo, una lista donde anotar a todos los que alguna vez vieron a Topacio transitar las madrugadas de La Plata, allá por los ‘80, sus nombres ocuparían varias páginas. Pero esos papeles quedarían en blanco si se les pidiera que digan si supieron quién fue, de dónde venía, a dónde iba, cuál era la historia que cargaba en esa pequeña cartera negra, que a veces se colgaba como mochila.

Un viejo policía platense de noches interminables aseguró hace poco que Topacio nunca fue procesada por lo que por entonces se consideraba “el delito” de la prostitución.

“Ella no trabajaba, como se decía entonces. Ella caminaba, caminaba a veces por el medio de la calle y se defendía con insultos si alguno se le acercaba. Sólo se daba con los tacheros, con algunos, no con todos”, recuerda.

LA REINA DE LOS TACHEROS

El dato de los taxistas es coincidente con muchos otros que no dudan en decir que conocieron a Topacio si por conocer se permite decir haberla visto alguna noche con su inconfundible andar en pollera muy corta y sus botas bucaneras negras. Había épocas en que los tacos de esas botas mostraban claros signos de desgaste y Topacio las domaba bamboleándose, para no perder la línea. En otros tiempos, quedaba claro que había reunido dinero para hacerles media suela y taco en algún lugar de la abundante oferta de zapateros remendones que había en la Ciudad.

Los que conocen del tema dicen que las botas que usaba Topacio han padecido mala prensa, que vaya a saber por qué las asoció “al erotismo y la prostitución”. Y que en algo quizá haya tenido que ver la “Mujer Bonita” del cine que interpretó Julia Roberts. ‘Su atractivo reside en que delimitan perfectamente el perímetro del muslo. Asociado a las prostitutas, es habitual encontrarlas en comercios de prendas eróticas y en fotografías o vídeos de modelos sexy’, se dice.

“La de las botas negras”, era Topacio y a más de 30 años lo sigue siendo en la memoria de una ciudad que un día, o mejor dicho una noche, la perdió del mismo modo en que la encontró.

En una ciudad en la que abundan “ilustres”, de dudosos méritos, nunca hubo lugar para los “incorrectos” como Topacio que sin embargo estuvieron siempre ahí, ocuparon lugares y atenciones y dejaron en su misterioso transitar una marca bien platense. Sin brillar en las artes, la docencia, la ciencia o la política, fueron y siguen siendo parte del jugo de una ciudad que bien supo de ellos y acaso se haga la desentendida.

Acaso habrá llegado a ese lugar donde noche tras noche taconeaba con apuro

 

“CHAU, TOPACIO”

Nunca se supo si Topacio quiso ser Topacio o el ingenio popular, a veces cruel, la bautizó así por una telenovela de éxito que a mediados de los ‘80 protagonizaba la actriz Grecia Colmenares. La sospecha se apoya en que Topacio solía descargarse en insultos cuando alguien, desde un auto o una moto en marcha, la saludaba: “Chau Topacio”. También le han gritado “Astroboy”, por un dibujo animado que calzaba botas hasta más arriba de la rodilla. Taxistas con muchos años en el oficio recuerdan que alguna vez oyeron el nombre de Gabriela y de Paloma, pero no más data que esa.

Otras referencias la ubican en una fábrica de muebles en 7 entre 79 y 80 como empleada de la limpieza durante el día, para ser Topacio en las noches. Y no son pocos los tolosanos “de toda la vida” que confunden a Topacio con “La Pandorga”, o Laurintina, otra mujer de la calle con una historia contada a medias, de pobreza dolorosa y misteriosos comienzos y finales en 116 y 523.

Juan Carlos Berón, el del sindicato de choferes de taxis, era un pibe cuando Topacio cruzaba la noche a taco y taco, pero es uno de los tantos que da fe de haberla visto y quedar envuelto en su intrigante andar. Pero un compañero suyo, Juan Carlos Matiz, en cambio, tenía 23 años cuando se puso por primera vez detrás del volante de un 404, uno de aquellos taxis negros y blancos que andaban a nafta o gasoil porque el gas, solo se usaba para cocinar.

LA CALLE, ESA SELVA

“Era un personaje de la noche, te la cruzabas en las paradas de la 44 en Plaza Italia, en las calles del centro. Siempre caminando apurada, sin dejar que se le acerquen”, recuerda Matiz.

Algunos tienen la imagen de Topacio conversando con algún taxista. Ella apoyada en la ventanilla, con las piernas flacas enfundadas en las botas largas, formando una cruz torcida. Pero por rara circunstancia son tantos los taxistas que juran haberla visto, como inexistentes los que se animan a contar lo que hablaron con ella.

“Esa chica hoy no podría sobrevivir en la calle”, es el diagnóstico duro y tajante de Matiz, que a los 65 años de vez en cuando sale a dar unas vueltas en el “tacho”.

“Hoy la calle es de una violencia permanente, nunca vista”, dice Matiz que calcula que Topacio hubiese sido presa fácil de tanto motochorro dispuesto a apretar el gatillo por nada o tanto loco suelto capaz de cualquier agresión.

Cuando Topacio “reinaba”, en la noche se sabía por donde andaban las mujeres o las primeras trans que cambiaban sexo por dinero. Y nadie imaginaba que un día habría una zona roja donde el paco y otras drogas de descarte harían un trabajo siniestro y silencioso.

“Hoy, a esa chica quién sabe las cosas que le hubieran hecho. Hoy las calles de La Plata no tienen lugar para una piba que quiera andar sola como andaba ella”, insiste Matiz.

Hay un sitio en la red social Facebook donde acaso con la excusa del entretenimiento se abre diariamente una ventana al pasado, a un tiempo que para algunos quizá haya sido mejor o no tanto, pero donde los recuerdos se desgranan en forma de caricias. En “Historias y Recuerdos de la Ciudad de La Plata”, un grupo que a poco de haber sido creado supera los 15 mil miembros, en varios centenares de posteos se habla de Topacio.

Entre tantos comentarios hay quienes hablan de su supuesta muerte, para explicar por qué no la vieron más. Otros la ubican en el barrio Cementerio y hasta hay una señora, Eva, que asegura que de vez en cuando la ve en el Bingo, ya sin la pollera corta y las bucaneras y convertida en una mujer como de 50 y pico que viste un discreto equipo de jogging.

Como sea, Topacio se fue. Acaso habrá llegado a ese lugar hacia el que noche tras noche taconeaba con apuro, como un fantasma ruidoso y por qué no, angelical.

EL HOMBRE QUE METÍA MIEDO

El Jonny tenía una edad indescifrable, pero nadie se arriesgaba a darle más de 40. No muy alto pero morrudo, el cabello rubión, tupido, la mayor de las veces despeinado aunque había noches y días en que un jopo estirado y húmedo ofrecía evidencia de que había pasado por el peine que sigue a una ducha o, cuanto menos, a una enjuagada en el lavabo de algún bar. Su aspecto no era del de un linyera porque sus ropas no llegaban a andrajosas. Y en las manos grandes, a veces coloradas del frío, llevaba tres, cuatro o hasta cinco anillos plateados, de esos que fabricaban los primeros “hippies” de la feria de Plaza Italia. A veces usaba dos enormes relojes en la misma muñeca y que la burla popular emparentaba con los tachos de dulce de batata. De esos relojes mentirosos que llegaban en los contenedores de chucherías asiáticas en la ola importadora de fines de los ‘70, cuando el ministro de Economía de la dictadura, José Martínez de Hoz, consideró que el dólar tenía que estar “barato” para poder acceder a las “maravillas” que ofrecían las industrias más allá del océano. Una historia de final doloroso que se repetiría en los ‘90 y casi, casi, 25 años después.

El Jonny tenía una voz nasal, medio infantil que chocaba con su aspecto duro y, sobre todo, su mirada siempre amenazante.

“Lo conocí, gran tipo. Muchos le tenían miedo”, dejó escrito Roberto en el muro de Historias y Recuerdos de la Ciudad de La Plata. Y como el de Roberto hay otras muchas acotaciones parecidas de platenses que lo vieron, le temieron, pero más tarde o más temprano concluyeron en que ese personaje era inofensivo.

“Excelente persona, muy buena familia. De 74 entre 8 y 9. Jorge Omar el nombre y su apellido me lo reservo”, dejó picando Eduardo en ese muro mágico que se reinventa.

SU TRÁGICO FINAL

La coincidencia general es que Jonny caminaba y caminaba por el centro de la ciudad. A veces de madrugada, otras de mañana. Restos de cal en los pantalones y los mocasines chuecos y la rugosidad de la palma de la mano que ofrecía en agradecimiento a quien le daba unos pesos, conducían a pensar que se la rebuscaba como albañil.

En aquellos ‘80 en que la democracia parecía prendida con alfileres, no faltaba quien ubicaba a algunos de esos personajes en las sombras de los “servicios” o, en el mejor de los casos, entre los “informantes” a los que la policía acudía para investigar lo que se daban en llamar “delitos comunes”. Así, a Jonny se lo marcó alguna vez como “buche” de la cana y hasta Topacio debió llevar alguna vez esa marca.

Cuando pedía dinero, Jonny decía que estaba ahorrando para comprarse un “Ford Camaro” y cuando algún entendido intentaba corregirlo diciéndole que el Camaro era de la Chevrolet, levantaba los hombros en inequívoca señal de “no me importa”. Alguna vez, parado junto a una mesa del Bar Astro le confesaría a un grupo de muchachos que él ya había tenido un Mustang, pero que lo había vendido porque no le había gustado el andar.

En una mañana de la primavera de 1989 Jonny dormía debajo de un Ford Falcon flamante, cuyo dueño lo había estacionado la noche anterior en esa calle que rompe la Plaza Italia para formar una histórica playa de estacionamiento, a veces momentáneamente desalojada para albergar los fines de semana y los feriados a “La Feria Hippie”. Acaso eran otros tiempos en que dejar un auto durmiendo afuera no era para preocuparse demasiado. El dueño del Falcon, Alfredo Gascón Cotti, un prestigioso y legendario abogado penalista platense, no quería llegar tarde a una audiencia en los juzgados de 8 y 56 y salió, como suele decirse, a las chapas. Ni bien puso primera sintió el golpe y el sobresalto. Nunca imaginó que le había pasado por encima a un hombre que dormía debajo de su coche. Cuentan que Jonny ya estaba muerto cuando llegó la ambulancia que en ese tiempo tardaba mucho más que las del SAME. Nunca trascendió si alguien interpuso reclamo alguno por la muerte de Jonny en la que a todas luces el dueño del auto no tenía nada que ver. Nunca se supo si la compañía de seguros debió responder por el hecho y mucho menos a quien. Acaso haya sido cierto el rumor de que nadie reclamó a Jonny en la morgue del Policlínico.

MÉDICOS, ABOGADOS Y SOPRANOS

Acaso Jonny se haya ido de este mundo soñándose al volante de un Camaro sin importarle si era Ford o Chevrolet. Y tomando 7 y acelerando hasta 48, metiendo un rebaje para doblar a la derecha y volver a acelerar para que los del Bar Astro se dieran bien por enterados que él había pasado por la puerta.

Sus recuerdos neblinosos son parte de la calle que los condenó a ser fantasmas

 

¿Cómo será el Cielo de los Jonnys que daban miedo pero no jodían a nadie? Si lo hay, el aire debe oler a patonas quemadas de tanto hacer arar a un Chervolet Camaro.

Vaya a saber qué raros mecanismos han operado a través del tiempo para que aquí y allá se insista en darles a esos personajes un halo de pasado esplendoroso para contrastarlo con la tragedia de sus presentes. En todos los barrios se han oído historias de linyeras que fueron grandes cirujanos, respetados jueces o, como se decía de la Pandorga de Tolosa, una delicada soprano que había huido del Brasil. Profesiones exitosas y riquezas pasadas le han atribuido por decenas y decenas a Siete Sacos, el “croto” más célebre de Berisso que hasta tiene su monumento en el Puente Tres de Abril.

De Jonny, el del Camaro, se llegó a decir había sido un empresario poderoso a quien el infortunio de haber tenido un socio traidor lo había llevado a la locura, traducida en esa vida que ahora se conoce como “situación de calle”. Y de Topacio, que era la hija rebelde de un respetado juez.

¿De todos los que se animaban a hablar de sus vidas, cuántos se habrán detenido a preguntarles por ellas?

SIETE SACOS

La de Siete Sacos, llamado así por las capas y capas de abrigo que llevaba en invierno o verano, es una muestra cabal de lo difícil que ha sido quebrar el misterio que rodea a esos personajes. En abril de 2017, después de haber estado presente en la vida cotidiana de generaciones y generaciones de berissenses, alguien advirtió que su salud no daba para más y desde el municipio lograron convencerlo y que aceptara alojarse en el Hogar de Ancianos. Le tramitaron el DNI y así se descubrió que Siete Sacos era Juan Carlos Ramírez, de 80 años.

“Es lo que le entendimos que dijo cuando por centésima vez le preguntamos el nombre”, diría una empleada del Hogar que se ocupó de hacerle el trámite. Y eso fue todo lo que Siete Sacos quiso decir. No contó ni cómo empezó su vida en la calle, ni de dónde vino, nada. Dejó flotando la historia del supuesto “médico eminencia” cruzado por una desgracia que le disolvió la razón y otras tantas habladurías que caminaban con él por las calles de su Berisso de siempre.

Poco meses más tarde, en septiembre de ese año, Siete Sacos murió en el Hogar de Ancianos. En agosto de 2020, el artista berissense o berissino, como gustan decir con orgullo algunos naturales de la tierra de la épica de los frigoríficos, el 17 de octubre y el vino patero, Walter Dobrowlañski, terminó la estatua que recuerda a Siete Sacos, enclavada hoy en el Puente Tres de Abril, a las puertas de la ciudad. La obra fue hecha con la técnica del “cemento directo” y esconde una estructura de metal que le asegure durar en el tiempo. Tiene 1,50 por 1,20 por 1,10. Y ahí está Siete Sacos, cruzado de piernas mirando a los que lo miran para, de vez cuando, hacerles la seña de “dame un cigarro”.

Ni Topacio ni el Jonny tuvieron la misma suerte que Siete Sacos, si la palabra atinada fuese esa. Pero sus recuerdos neblinosos son también un pedazo de la calle que los parió, que los condenó a ser fantasmas de una ciudad que ya no está.

UNA NOCHE DE ESTAS

O, peor aún, a la que noche a noche le van robando la magia con el absurdo ruido de los “cortes” de motitos chinas, flojitas de papeles.

Pero no hay que descartar nada. Es posible que una noche de estas un tachero exhausto, de esos que dormitan un rato en la parada de la Terminal o de Plaza Italia, se incline sobre el volante al ver su sueño interrumpido por el taconeo fuerte de una sombra que le pasará junto a la ventanilla y le dejará un mensaje que no podrá leer.

O que a lo lejos, algún desvelado oiga la deliciosa sinfónica de un motor de purísima sangre como el de un Camaro de aquellos que el Jonny soñaba domar, con una mano en el volante y otra en la palanca de cambios, como los domaba Steve Mc Queen.

Serán señales, buenas señales, de que no todo se ha perdido.

 

Multimedia

Para comentar suscribite haciendo click aquí