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Pablo Mira (*)
En los últimos tiempos en Argentina nos hemos acostumbrado a ver demostraciones de personas que se oponen a algunos principios básicos de lo que el resto considera ciencia, e incluso sentido común. Ante la cámara curiosa, varios participantes de estas manifestaciones se animan a formular teorías asombrosas con conexiones impensadas e improbables. Personajes extremos como éstos suelen ser etiquetados con el mote de “terraplanistas”, una definición que sugiere su excepcionalidad en un amplio arco de población que se considera sensata.
Pero a medida que nos alejamos de las fronteras de lo exótico, esta singularidad comienza a deshilacharse. El supuesto consenso acerca de la efectividad de las vacunas, por caso, es solo eso, un supuesto, y el acuerdo es generalizado sólo cuando se trata del ámbito científico o académico. La población común, por lo pronto, exhibe más dudas sobre la seguridad de las vacunas de lo que nos animamos a pensar. Cuando se trata de la vacuna contra el Covid, de elaboración mucho más reciente y “apurada”, los interrogantes se hacen más y más extensivos. Vale preguntarse entonces cuál es la confianza de la población en su conjunto respecto de esta vacuna y de sus garantías en torno a sus efectos colaterales.
He aquí lo que dicen la mayoría de las encuestas representativas: entre el 25% y el 35% de los adultos se oponen a vacunarse. Este ya no es un número que represente a quienes creen que la tierra es plana, o que existen las brujas. Y no hablamos de países subdesarrollados, sino de los más desarrollados. Estados Unidos, Canadá y varios países europeos muestran estos guarismos tan preocupantes.
En un mundo donde el uso de la ciencia es global y ciertas creencias pseudocientíficas vienen cediendo, conviene preguntarse de dónde viene semejante cuota de escepticismo.
Preguntados por la razón de la desconfianza en las vacunas, la mayoría responde que éstas no son necesarias por el cuerpo contiene “sus propias defensas”. Estas afirmaciones, que se basan en la percepción general de que “lo natural es bueno”, están lejos de ser extravagantes. Muy por el contrario, los medios nos bombardean permanentemente con afirmaciones que se basan en esta falacia naturalista. Cualquier producto que agregue la palabra “natural” a sus etiquetas venderá más que aquel que reconozca la “artificialidad” de algunos de sus componentes. Las celebridades que recomiendan beber nuestras propias secreciones, o tener un parto natural en la bañera de nuestra casa caen en la misma falacia.
Es importante notar que esta forma de pensar ha sido sistemáticamente corroborada como falsa en infinidad de ocasiones. Es evidente que el mundo está repleto de catástrofes naturales, de animales que matan animales, de plantas venenosas, y miles de etcéteras. Y viceversa, también sabemos de una enorme cantidad de medicamentos “artificiales” que nos curan a diario de una multitud de enfermedades. Pero por alguna razón, el advenimiento de la modernidad ha sido insuficiente para distraer la falacia naturalista. Algunas teorías afirman incluso que este rechazo a lo no natural es relativamente novedoso, y que expresa la reacción “natural” de la gente ante el avance de la polución y el cambio climático provocado por la expansión económica capitalista, eminentemente “artificiosa”.
Que un tercio de la población desconfíe de la vacunas, sin embargo, tiene consecuencias obvias sobre la salud, y también sobre la economía, porque la pelea contra la pandemia durará más, y será más costosa. Contrarrestar estas tendencias naturalistas mediante políticas concretas no es sencillo, y requiere de mucha imaginación. En parte por miedo a la reacción popular, casi ningún gobierno decretó la obligatoriedad de la vacunación, pese a que esa es la medida más racional a tomar. Presentar a las vacunas con las mismas tácticas publicitarias que los medicamentos “naturales” podría ser una estrategia. Si se puede engañar al público en un sentido, quizás se le pueda engañar en el otro. Lograr que algunos personajes famosos se pronuncien con más claridad respecto de los beneficios de la ciencia para la salud también podría ayudar.
Los logros de estas tácticas, en cualquier caso, no serán inmediatos, y hay que considerar este efecto a la hora de realizar pronósticos en materia de apertura de las actividades, de las estimaciones de la inmunidad de rebaño y de los costos totales de la pandemia para la economía.
(*) Docente e investigador de la UBA
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