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Impulsado por Domingo Faustino Sarmiento, fue el tercer centro meteorológico del mundo, después del de Estados Unidos y el de Hungría. Desde los primeros instrumentos mecánicos a la tecnología actual
Conversación obligada en pasillos y ascensores, el estado del tiempo fue desde siempre una inquietud humana y que, en nuestro país, desde hace hoy 150 años, tiene un basamento científico. Porque hace justamente 150 años, el 4 de octubre de 1872, por iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento, se creaba lo que inicialmente se llamó la “Oficina Meteorológica Argentina” (OMA), actualmente Servicio Meteorológico Nacional (SMN), el tercer organismo estatal en ser fundado a nivel mundial, ya que solo existían dependencias similares en Estados Unidos (desde 1870), y en Hungría (desde 1871). Claro que por entonces no existían los pronósticos, y los elementos que se usaban eran muy diferentes a los que posibilita la tecnología actual, aunque para esa evolución, mucho tuvo que ver la Historia.
“Para la creación de aquella OMA - apunta la actual directora del SMN, y también vicepresidenta de la Organización Meteorológica Mundial, Celeste Saulo - intervino la visión extraordinaria de Sarmiento, quien convocó al astrónomo estadounidense Benjamín Gould para crear un observatorio astronómico, y fue él quien advirtió la necesidad de crear también un sistema articulado de toma de observaciones meteorológicas en un país tan grande”.
Fue así que el fundador y primer director de la OMN, Benjamin Gould, se dio a la tarea de escribir una guía para hacer las observaciones de manera coordinada, pero también de sistematizar la publicación anual de las observaciones, creándose con los años las 125 estaciones meteorológicas que conforman la Red Nacional, de las cuales 50 tienen ya más de 100 años.
Inicialmente se observaba el estado del tiempo, pero aún no se hacían pronósticos, lo que comenzó a realizarse en 1904, al establecerse que para la estimación de un estado futuro se debía conocer el estado inicial del sistema atmosférico y las reglas físicas que rigen su comportamiento.
Pero antes aún, en 1887, se firmaría un convenio de colaboración con las compañías ferroviarias para la instalación y operación de una red pluviométrica, donde los ferrocarriles prestaron una función fundamental que fue medir la lluvia, y fruto de la sistematización de ese trabajo coordinado y en red, en 1902 se publicó la primera carta del tiempo de toda Sudamérica, consistente en un mapa del surcado por las isobaras e isotermas, es decir, por líneas de presión y temperaturas constantes.
Otro hito importante en la historia del actual SMN (que adquiere su nombre definitivo en 1945), fue la adopción de su primera estación antártica en 1904, el Observatorio Orcadas del Sur, creado a instancias del expedicionario irlandés William Bruce, quien lo fundó en uno de sus intentos por llegar al polo, pero que luego transfirió al estado argentino, mientras que actualmente el SMN posee seis estaciones antárticas desde donde se realizan importantes aportes a la actividad científica internacional.
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Pero en cuanto a los pronósticos, los primeros se remontan a los años 40, con las primeras cartas que se realizaban empleando técnicas manuales que permitían predecir cómo podría estar el tiempo al día siguiente a partir de la evolución de los parámetros del día.
“El centro de procesamiento de datos -cuenta Sauro - contaba con una especie de computadoras que en realidad eran más bien teletipos simples que resultaban insuficientes para resolver los pronósticos numéricos. Y a nivel mundial, esto se logra recién avanzados los años 1950, con las primeras computadoras electrónicas de propósito general, es decir cuando aparece una tecnología que permite resolver las ecuaciones necesarias”.
Desde el año 2018, el pronóstico se extiende hasta siete días, y permite advertir a la población de eventos severos hasta con tres días de anticipación con la incorporación de un nuevo sistema de alerta temprana, además de renovarse la infraestructura informática con la adquisición de supercomputadoras específicas para la ejecución de modelos de pronóstico.
“En la elaboración de cualquier tipo de pronóstico -explica la meteoróloga Cindy Fernández - lo primero que se necesita es medir la atmósfera. Los meteorólogos necesitamos estar constantemente observando y tomando mediciones de ella, tanto cerca del suelo como en altura, y las mediciones que se conocen como convencionales (temperatura, precipitación, radiación) son las que se hacen en el campo de observación, que está compuesto por el pluviómetro, que mide la cantidad de lluvia y nieve caída, y el heliofanógrafo, que mide la cantidad de horas con luz solar, es decir, la radiación directa”.
Claro que entre los elementos que se usaban en el pasado y los de ahora, hay grandes diferencias.
“El pluviómetro mecánico - explica Fernández - tiene un tarro con una regla milimetrada, donde se anota el dato y se tira el agua, mientras que el electrónico tiene canaletas como dos cucharas conectadas que por el peso del agua vuelca a un recipiente, almacena datos en la computadora, y por eso la tasa de precipitación, que es qué tan rápido llovió, no puede medirse con el mecánico. En cuanto al heliofanógrafo, se le coloca una faja de papel que el sol va quemando sin prenderse fuego y dejando marcado, es un mecanismo que tiene un montón de años, pero que no se rompe. En realidad todos los instrumentos mecánicos tienen su equiparable en el electrónico, es decir, una versión más moderna, pero que hoy en día se siguen usando los mecánicos porque no dependen de la energía y funcionan siempre. Para el funcionamiento del electrónico hay que asegurarse conexión a Internet para transmitir los datos. Todos tienen sus pro y contras, pero ningún elemento se suplementa, sino que se complementa”.
También se encuentran los instrumentos de viento, como la veleta, que mide la velocidad del viento y el anemómetro, su intensidad, que tienen que estar alrededor de unos 10 metros de altura por convención internacional; y el abrigo meteorológico, una especie de casilla para proteger los termómetros que miden la humedad y temperatura del aire.
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