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La Ciudad |La retracción de un fenómeno que transformó al sector

Cinturón hortícola: la comunidad boliviana frente a la crisis

Por la fuerte devaluación del peso argentino, a los trabajadores rurales del vecino país -alguna vez el motor del crecimiento que tuvo el polo local- ya no les conviene venir a trabajar aquí y algunos se estarían volviendo

Cinturón hortícola: la comunidad boliviana frente a la crisis

“La gente ya no viene como antes”, afirma Salvador Vides, un productor hortícola de Abasto que llegó en 1994 desde su tarija y se quedó / S. Casali

14 de Noviembre de 2022 | 05:32
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“Antes, los bolivianos veníamos acá por necesidad, ahora no venimos ni por pelotudos”, resume sin ocultar su enojo Salvador Vides (53), quien llegó al cinturón hortícola del Gran La Plata hace casi treinta años y tras toda una vida trabajando en el campo hoy se siente acorralado por la crisis económica de nuestro país. Con todo, el hecho de tener ya hijos y nietos argentinos hace que ni siquiera considere la posibilidad de volver a su Tarija natal. Si algunos de sus compatriotas lo están haciendo es algo que desconoce -aclara-; lo que innegable es que “hace tiempo que la gente dejó de venir como antes. ¿Para qué?”

De la mano de inmigrantes bolivianos como Salvador, el sector hortícola platense, aseguran, llegó a convertirse en el mayor productor de hortalizas frescas del país. Cuentan que de ser una región productiva más a mediados de los noventa, La Plata pasó a dominar el principal mercado argentino, el Gran Buenos Aires (donde viven 16 millones de personas), logró introducir sus productos en plazas que antes parecían imposibles por su fuerte tradición hortícola (como es el caso de Rosario, Mar del Plata y Santa Fe) y ha llegado a tener un peso determinante a nivel país.

Aunque empujados por diversas realidades, buena parte de esos trabajadores bolivianos que llegaron a nuestra región en los noventa lo hicieron atraídos por el tipo de cambio favorable y con la idea de enviar dinero a su país. Casi en su totalidad campesinos, se insertaron rápidamente como peones en el cinturón hortícola platense, donde su modalidad de trabajo contribuyó a que de a poco comenzaran de crecer. Claro que la mayoría de ellos se quedaron como propietarios de las tierras, además de las gran parte de las verdulerías.

toda la cadena

A fuerza de un enorme sacrificio y estrategias de cultivo que creen que no se habían aplicado antes a tal escala en la Región, la comunidad boliviana logró captar toda la cadena del sector hortícola: desde la producción a la venta al consumidor final. De la misma forma que los inmigrantes italianos hace un siglo atrás, hoy son mayoritariamente bolivianos los que plantan, cosechan, distribuyen y venden las hortalizas frescas que consumimos a diario tanto en nuestra ciudad como en buena parte del país.

Sin embargo esa llegada a la producción hortícola podría estar entrando ahora en una etapa de retracción. Así lo señalaban semanas atrás desde una de las asociaciones de comerciantes del oeste platense al explicar la caída en las ventas en general. “La plaza se secó de pesos, en particular en nuestra zona tan atada al funcionamiento del Cinturón Hortícola. Lo que pasó es que muchos laburantes bolivianos no están queriendo quedarse porque el cambio ya no les sirve para mandar remesas a su país. De hecho muchos se han ido”, decía uno de los referentes de la entidad.

En la Asociación de Productores Hortícolas admiten sin embargo que no podrían confirmar el fenómeno. “Por la informalidad del sector no tenemos datos para asegurar que sea así -explican-. No está claro si hay gente que se está yendo a Bolivia o dejando de producir: siempre hubo mucha rotación en el sector. Lo seguro es que el cambio con el peso argentino hoy no cierra para enviar remesas, ya vengas de Bolivia, Brasil o Paraguay”,

“ARGENTINA REGALADA”

Uno de las monedas mas golpeadas en términos regionales por las constantes devaluaciones sufridas a lo largo de los últimos años, el peso argentino ha perdido terreno especialmente con la moneda de Bolivia, país viene logrando mantener muy bajo su nivel de inflación.

Para hacerse una idea de esa depreciación, basta considerar que mientras que el peso boliviano se ha mantenido estable en torno a los 6,60 y 6,90 por dólar a lo largo de los últimos cinco años, en ese mismo período el peso argentino pasó de 17,25 por dólar a más de 300 en la actualidad. La diferencia resulta todavía más dramática si se la proyecta para atrás: el billete de 100 argentinos que en 2009 permitía comprar 230 bolivianos hoy apenas alcanza para comprar 4.

La estabilidad en la moneda boliviana se explica por su escasa inflación, una de las más bajas de la región. Pese a que la economía del país vecino también se vio afectada por el fenómeno global de suba de precios generado por la guerra en Europa, sus valores son mínimos en comparación con la Argentina. Esto ha llevado no sólo a que algunos argentinos de provincias del norte ahorren en bolivianos, sino que comerciantes bolivianos de ciudades fronterizas crucen cada vez con mayor frecuencia a abastecerse de mercadería en nuestro país. “Argentina está regalada”, se jactaba la prensa en Bolivia meses atrás.

Como señala Salvador Vides, esta brecha cambiaria constituye precisamente una de las razones por la que sus compatriotas ya no vienen a trabajar a Argentina como en los tiempos en que lo hizo él. “En Tarija, mi ciudad, que está en la frontera, la gente lo ve a diario porque hay mucha interacción y se corre la bola. Hoy no se le ocurriría a nadie venir a Argentina si su proyecto es mandarle plata a la familia”, dice el quintero, quien señala sin embargo que esa no es la única razón.

“ME FUNDÍ TRABAJANDO”

Si bien la devaluación del peso argentino constituye motivo suficiente para desalentar la inmigración económica, Salvador sostiene que no es la única causa del fenómeno. “Hace por lo menos diez años que la gente ya no viene como antes -afirma-: en parte porque las cosas mejoraron un poco en Bolivia, pero también porque se fueron al diablo acá”, dice pensando acaso en su propia situación.

Como muchos de sus compatriotas, Salvador vino al país a probar suerte una temporada y se terminó por instalar. Cuenta que fue en el año 94 y que, aunque a fuerza de un enorme sacrificio personal, el contexto económico permitía por entonces proyectar. “Hicimos el cálculo de que para el año 2000 íbamos a llegar e tener cinco hectáreas de invernáculos y lo conseguimos. Pero después me fundí trabajando. Hoy tengo una hectárea y media que alquilo”, cuenta Salvador, quien reconoce que no sabe cómo va a seguir.

“A los productores chicos no nos está funcionando -explica-. Somos cautivos de un paquete tecnológico que demanda muchos insumos con precios atados al dólar. Entre la inflación y la imprevisibilidad de los precios, trabajamos como si fuéramos jugadores de quiniela: uno apuesta y está todos los días en una incertidumbre tremenda sobre cómo le va a ir”, dice Salvador, quien para respaldar sus afirmaciones cuenta que actualmente tiene una parcela entera de lechuga crespa a la que le va a “pasar el disco por encima” porque no consigue vender.

Aunque hoy se siente ahogado por la crisis, Salvador no reniega de su elección. “Vine a un país que me dio muchas cosas. Después de tantos años me siento más argentino que Maradona, pero además hoy tengo hasta nietos argentinos, por lo que mi vida está acá”, dice sin dejar de reconocer que no quisiera que sus hijos fueran quinteros como él. “Una es enfermera, otra maestra y tengo otro hijo que está terminando secundaria”, cuenta sin disimular el orgullo de haber podido brindarles un futuro menos incierto que el suyo.

7 mil
Vecinos Durante las últimas elecciones presidenciales celebradas en Bolivia, en octubre de 2020, unos 7 mil ciudadanos de ese país emitieron su voto en La Plata. Si bien se desconoce con precisión cuántos de ellos están en el sector hortícola se calcula que podrían ser cerca de la mitad.

Muchos bolivianos llegados en los 90 vinieron atraídos por un cambio que favorecía las remesas

 

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