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Derecho a ser hijo: “Queríamos ser familia de alguien más”

La adopción de niños grandes genera miedos e incertidumbre, por eso cuatro padres decidieron contar sus historias para demostrar que con preparación y acompañamiento todo es posible

Camila Moreno

Camila Moreno
cmoreno@eldia.com

5 de Noviembre de 2022 | 04:18
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Mariano hacía fuerza pero no abría. Cómo podía ser que el portón por el que salía cada mañana para ir a trabajar justo ese día no respondiera. Cuando comenzaron con el proyecto de conformar una familia tanto él como Carolina supieron de inmediato que no sería tarea sencilla, pero tener que lidiar también con un portón ya les parecía una broma de mal gusto que el destino les ponía minutos antes de conocer a su hija.

El tiempo pasaba, los nervios crecían y ellos seguían en su casa sin poder sacar el auto. Al mismo tiempo, en un hogar al otro lado de la ciudad una nena preparaba los muñecos que le presentaría a esa pareja de extraños a los que pronto llamaría papás.

Con la ayuda de un vecino lograron salir y partieron rumbo a la casa de una psicopedagoga, que funcionó como el escenario fundacional de esa familia. Con los nervios a flor de piel tocaron el timbre y oyeron cómo desde adentro la voz de la niña anunciaba su llegada: “Ahí vienen mis papás nuevos”.

Posiblemente Mariano y Carolina imaginaron cientos de escenarios con los que podrían encontrarse al llegar al lugar, pero nunca pensaron que M. los recibiría así, con esa frase que les otorgó el título que desde hacía años esperaban ostentar.

Un almuerzo, esa fue la cita acordada con el personal del hogar y para la que se prepararon de la mejor manera posible, “cocinamos un montón para que cualquier cosa que le ofrezcamos pudiera gustarle”, recuerda Mariano, pero por más listo que uno pueda estar para ese encuentro la única sensación que prevalece y que aún hoy se filtra en su relato, son los nervios que sintieron.

Tocaron timbre y la voz de una niña los anunció: “Ahí vienen mis papás nuevos”

“Es inexplicable, porque uno está conociendo una persona que está viviendo un momento por el cual ha esperado un montón de años, al que se lo imaginó, con el que fantaseó. Entonces uno quiere hacer todo bien y le sale todo al revés” se lamenta Mariano.

Pero como la adopción es un vínculo de ida y vuelta los miedos -aunque se originen por distintos motivos- se comparten y del otro lado también hay una persona queriendo agradar a ese par de extraños que eventualmente se transformarán en su familia.

El derecho a ser hijos

Son muchas las creencias que circulan en torno a la adopción, la gran mayoría vinculadas a la burocracia y las trabas que se interponen al deseo de ser padres de los adoptantes, pero poco se habla del derecho de los niños a tener una familia, y ese es el quiz de la cuestión. Entender que el deseo de los adultos se cumplirá en función de garantizar los derechos de los niños.

Eso fue lo que los animó a Gabriela y a Gastón a presentarse como adoptantes. “Más que una decisión fue una ventana que se abrió para poder repensar la forma de ser familia de otra manera y creo que nos decidimos cuando vimos que nos sentíamos capaces de pensarnos como padres por adopción, porque no queríamos un embarazo o una panza, queríamos ser familia de alguien más”, detalló Gabriela. De esa manera fue como llegaron a A., un niño de 10 años que quería ser hijo.

La noche previa al encuentro la pareja plasmó su vida en un cuaderno. Relataron su historia de amor, dibujaron sus comidas preferidas y pegaron las fotos de sus perros. Todo lo que pensaron que servía para achicar la distancia entre su futuro hijo y ellos fue a parar allí.

Con esa autobiografía casera que rezaba en letra imprenta “Hola, gracias por conocernos” llegaron a la oficina del director del hogar y se sentaron a esperar.

“El quería que una familia lo adoptara, lo incluyera, que le diera su lugar de hijo”

Finalmente ingresó A., se acomodó en el sillón y ante la atenta mirada de los trabajadores sociales y el equipo del lugar se dirigió hacia la pareja que lo esperaba: “Hola soy A. ¿Tienen otros hijos aparte de mi?”.

“Se presentó como hijo” relata Gabriela y vuelve a emocionarse como si hubiese sido ayer el día en el que ese pequeño observó con detenimiento ese cuaderno al que con los años pasó a protagonizar.

“Él completó el resto de las hojas y todavía lo guarda en su biblioteca” dice orgullosa y cuenta que tiempo después su hijo les confesó que en aquel momento no sabía escribir en cursiva. “Así que fue una buena idea hacerlo en imprenta, creo que fue una buena conexión” confirma Gabriela 7 años después.

M. llegó a la vida de Mariano y Carolina cuando tenía 8 años, hoy tiene 10. A. se sumó a la familia de Gabriela y Gastón a los 10 y hoy tiene 17. A pesar de que fue más el tiempo que estuvieron separados que el que llevan juntos supieron construir un fuerte vínculo alimentado a base de acompañamiento, paciencia y cariño.

“Él quería que una familia lo adoptara, lo incluyera que le diera su lugar de hijo para no tener que seguir en el hogar, porque si bien allí pueden estar acompañados y cuidados, hay algo de lo propio de lo individual que se pierde, la condición de hijo se pierde”, remarca la mamá de A.

Además de padres, de una familia, de perros en su nueva casa A. encontró “su lugar para jugar, su lugar para dibujar para ser feliz y también para poder compartir a lo largo de la vida, sus tristezas o sus alegrías”.

Antes de la llegada de Mariano y Carolina, M. anhelaba ser adoptada y eso también le producía miedos. Es que los chicos en los hogares conocen las historias de sus compañeros, saben que en ocasiones las vinculaciones con los padres pueden fallar y volver atrás. Por eso “nos dimos cuenta de que ella quería estar segura de que esta iba a ser su familia y para eso nos fue probando día a día, minuto a minuto, desde el primer momento. Cómo vas a reaccionar, si te vas a bancar todas las que sean, te prueban al máximo, consciente o inconscientemente, eso no lo se. Pero quieren estar completamente seguros de que esta va a ser su familia de acá y para siempre”, expresa su papá.

Los cuatro padres reconocen que no todo fue color de rosas, pero con el tiempo y el acompañamiento las cosas se acomodan y el vínculo se va construyendo. Solo hace falta, cariño, paciencia y preparación, a fin de cuentas, como en cualquier familia.

 

 

 

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