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Jorge Colina
eleconomista.com.ar
Apenas terminada la final del Copa del Mundo, la revista inglesa The Economist publicó un artículo con el mensaje de que los políticos argentinos deberían aprender de la Selección Argentina que salió campeona del mundo.
Lo que ellos sostienen es que el triunfo se debió a los enormes e indiscutibles talentos individuales de sus jugadores, además de la infinitud de Lío Messi. Pero que fue muy decisivo la humildad y el respecto por el trabajo silencioso y profesional de su técnico Lionel Scaloni. Su nombramiento fue inicialmente muy criticado por la prensa y hasta por el propio Diego Maradona en la tesitura de que, como director técnico, era amateur para una selección de nivel mundial como la Selección Mayor de Argentina. El final de la historia es por todos conocida (también por Diego que la mira desde el cielo).
Dicen los ingleses de la conocida revista que los políticos argentinos deberían aprender que los resultados se logran cuando hay humildad y trabajo silencioso y profesional. Y se animan a hacer comparaciones. Contrastan los ciclos de José Pekerman (2006) y Alejandro Sabella (2014) con los de Maradona (2010) y Jorge Sampaoli (2018). Los dos primeros tuvieron la tónica de Scaloni, mientras que los dos segundos tuvieron la tónica de los políticos argentinos.
Maradona y Sampaoli se caracterizaron por el estilo de gestión provocador, buscando siempre el efecto mediático, descalificador de la crítica y sobreestimando las capacidades propias. Es esta percepción de que los argentinos somos buenos no como fruto del trabajo y el sacrificio sino por un don natural. El clásico “los argentinos estamos condenados al éxito” y, si esto no funciona, no hay problema: “Dios es Argentino”.
Con Maradona, la Selección de Argentina parecía llevarse el mundo por delante. Hasta que se encontró con un rival muy adepto a lo profesional (Alemania) que en cuartos de final le infligió una penosa derrota de 4 a 0.
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Pekerman en el 2006 también cayó ante Alemania, pero por penales. Sabella, también, pero en la final y en tiempo suplementario por 1 a 0. La tónica de Pekerman y Sabella ya venía avisando cuál es el camino para ser campeones del mundo.
Esto es cierto. En Argentina, en los últimos 60 años han pasado por el gobierno directores técnicos de diferentes escuelas y extracciones ideológicas, y todos humilde, silenciosa y profesionalmente lograron mantener la misma senda y convertir a Argentina en campeón mundial de otra especialidad.
En los últimos 60 años, los peronistas gobernaron la mitad del tiempo y jugaron con un déficit fiscal promedio del 3% del PBI anual y una inflación del orden del 78% anual. Los militares gobernaron un cuarto del período jugando igual con 4% del PIB anual e inflación del 132% anual. Los radicales, solos o en alianza, con la centroizquierda y la centroderecha, gobernaron el otro cuarto del período con un juego exquisito, déficits fiscales del orden del 7% del PBI anual y una inflación del 386% anual.
Esta homogeneidad mantenida durante 6 décadas, digna de lo que Coco Basile podría llamar “La Nuestra”, hizo que Argentina tuvieron un déficit fiscal promedio de 5% del PBI y una inflación de 180% anual en todo el período. Este trabajo humilde, silencioso y profesional de la dirigencia política hizo que Argentina sea hoy campeón mundial de la inflación.
No hubo en el Mundial otro país que tuviera tan consistente historia de déficit fiscal que Argentina. Por eso gana el Mundial de la inflación como hubiera ganado el de fútbol, si el partido con Francia terminaba a los 80 minutos.
Muchas veces se dice que el problema en Argentina es la grieta. Los menos agrietados dicen que, en realidad, lo que faltan son políticas de Estado. La verdad es que en Argentina no hay grieta y hay políticas de Estado.
Más allá de peronistas, radicales o militares, todos tuvieron la política de hacer gastar al Estado por encima de sus ingresos. Esto llevó a sobre-endeudarse (cuando se pudo) y a emitir dinero en exceso. No hubo grieta. Hubo alta política de Estado.
Por eso, en Argentina no se va a erradicar la inflación con las recetas tradicionales de ajuste fiscal a través de licuar jubilaciones, posponer obra pública, congelar salarios públicos, “pisar” pagos a proveedores o crear nuevos impuestos. Esta táctica de juego es “La Nuestra” y ya demostró su fracaso.
Deja gritar algunos goles (alivio financiero de corto plazo) a costa de agravar los desequilibrios futuros y profundizar la mala calidad de la gestión pública lo que lleva a perder el Mundial del Desarrollo Económico.
Erradicar la inflación exige un cambio disruptivo y profundo. Hay que abordar una drástica simplificación de impuestos unificando tributos nacionales, provinciales y municipales. En simultáneo, ordenar las potestades tributarias para que cada jurisdicción (nación, provincias y municipios) se financie con los impuestos que genere en su territorio, de manera que no sea necesario un régimen de coparticipación federal de impuestos. Y ordenar funcionalmente al Estado para eliminar las superposiciones de gasto público y ministerios de los tres niveles de gobierno: nacional, provincial y municipal.
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