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La Ciudad |CARLOS RAÚL FLORES

El platense que sobrevivió al hundimiento del Crucero General Belgrano y fue a la Guerra del Golfo

Fue hace 40 años, cuando navegaba como cabo segundo de la Armada en el buque que fue atacado por un submarino nuclear inglés. Hoy, a los 61 años, recuerda aquel episodio trágico mientras trabaja como auxiliar en una escuela de nuestra ciudad

El platense que sobrevivió al hundimiento del Crucero General Belgrano y fue a la Guerra del Golfo

El Crucero General Belgrano, ya herido, momentos antes de su hundimiento definitivo, rodeado por las balsas con tripulantes en pleno naufragio

23 de Mayo de 2022 | 03:50
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“No sentía las manos, ni las piernas, no sentía nada. En esos momentos me creí muerto, y mentalmente me fui despidiendo de mi familia. Solo veía a mi alrededor olas de más de diez metros de alto, en medio de una tormenta terrible. Estuve unos diez minutos en esas aguas a nueve grados bajo cero, y sentía que era el final, cuando solo tenía 21 años”.

Carlos Raúl Flores ahora tiene 61 años, y trabaja como auxiliar de educación en la Escuela Nº 55 Juan Vucetich de calle 6 entre 72 y 73. Lo hace en el turno mañana, de 7 a una de la tarde, cuando emprende un regreso lento hasta su casa del barrio de Los Hornos. Y a veces, los recuerdos de aquella tragedia de cuando era tripulante del Crucero General Belgrano, hundido en plena guerra de Malvinas hace 40 años, lo asaltan, aunque su trayectoria como marino de la Armada lo hayan llevado también por otros peligros, tras haber sido protagonista, también, de la Guerra del Golfo a comienzo de los años 90.

Carlos Raúl Flores es padre de cinco hijos, Diego Raúl, Pablo Gabriel, Cristian Ezequiel, Sergio Javier y Axel Santiago Flores. Pero cuando fue lo del Belgrano, era apenas un muchacho que se había enrolado en la Armada para poder ayudar a su madre.

El platense Carlos Flores en el interior del Belgrano, hace 40 años, cuando era cabo segundo artillero, a los 21 años, rodeado de camaradas

“Mi madre se había divorciado, trabajaba mucho y yo a los 16 años, en 1976, decidí entrar a la marina para darle una mano. Fue así que en el 77 estuve en el destructor Seguí, en el 78 volví a la ESMA, y en el 80 me tocó el Hércules, en el 81 el Goyena, que era un balizador que se encargaba de cambiar los tubos de acetileno de las balizas de los faros de la costa bonaerense y del sur, y en el 81 recalé en el Belgrano, con el cual hice un viaje de placer, como lo llamaban, porque se visitaban algunos puertos y también servía como adiestramiento para que los cadetes, cada uno en su especialidad, pueda ir practicando y conociendo sus funciones dentro de un barco”.

Flores, hoy el único sobreviviente platense del hundimiento en el que murieron 323 tripulantes, era cabo segundo y su función era la de artillero.

“El crucero era un barco anticuado – apunta Flores - pero nosotros con un solo tubo podíamos tirar 25 proyectiles en poco tiempo, y cada torreta tenía 3 tubos, era impresionante el poder de fuego que tenía el Belgrano, si le dábamos a un fragata a 25 kilómetros, la hundíamos seguro como si nada. Eso lo sabían los ingleses, y fue por eso que nos hundieron”.

“Yo era de la especialidad de artillería -cuenta el hombre de Los Hornos - y mi puesto era en la torreta 5, la primera de todos en la proa, aunque la guardia la hacía en la torre 1, que es la que estaba en la popa, la parte de atrás del buque. El 24 de abril de aquel año recalamos en Ushuaia, donde se cambiaron proyectiles de varios calibres que no andaban bien, y regularmente, en navegación, cubríamos una guardia llamada ´crucero de guerra´ que duraba 4 horas por 8 horas de descanso”.

EL DÍA DEL IMPACTO

“El crucero no tenía sonar – relata el platense Flores – y por eso iba escoltado por dos destructores que si tenían. Pero el tema es que el mar estaba muy picado, y el submarino que finalmente nos atacó se situó a unos 15 kilómetros de nosotros. Gracias a la información que tenían de los norteamericanos, nos habían localizado un día antes. Y menos mal que el ataque no fue de noche, porque entonces no se hubiesen salvado ni la mitad de nosotros”.

“Fue el de 2 de mayo a las 4 de la tarde – recuerda Flores - yo iba camino a tomar el puesto de combate, subiendo de cubierta en cubierta, y cuando llegué a la mitad del barco, escuché el primer torpedo que impactó en la proa, quitándole como 15 metros mientras que el otro pegó en la popa, donde murió la mayoría de los compañeros que estaban durmiendo, unos 200 y pico. El torpedo tenía 500 kilos de explosivos, entró en el buque y detonó adentro, haciendo explotar todo el combustible que estaba debajo del barco, se prendió fuego todo e hizo derrumbar las cubiertas. Muchos murieron por la onda expansiva y otros se prendieron fuego. Algunos se tiraron al agua por la desesperación, pero igual fallecieron, y otros salieron sin ropa porque estaban durmiendo, mientras que varios tenían la ropa quemada adherida al cuerpo”.

“Fueron segundos – continúa Flores – y cuando nos dieron la orden de abandonar el barco, buscamos las balsas. Yo estaba junto a un muchacho, y le dije que cortara el cabito que ataba la balsa al barco, pero en el apuro se arrojó con la navaja marinera de tal forma que se le salió la parte del punzón, y terminó pinchando la balsa. Así que nos tuvimos que tirar al agua congelada para no hundirnos con ella y buscar otra donde cobijarnos. En el agua teníamos que esperar a la cresta de la ola, pero veía que las otras balsas se alejaban. Fue entonces cuando me encomendé a Dios, y milagrosamente escuché a un compañero que me gritó desde un bote de goma para que agarrara el cabito. Yo ya tenía los dedos tan entumecidos, que me enrosqué la soga en la muñeca y empezaron a tirar para subirme al bote. Cuando subí, no sentía nada, ni las piernas, ni las manos, por lo que tuvieron que ayudarme a sentar, y empecé a pegarme en las piernas, porque era como si me las hubiesen cortado. Había estado como 10 o 15 minutos en el agua helada en medio de un temporal con olas de 12 o 15 metros”.

“En esa situación – rememora el platense - nos teníamos que alejar del buque porque si se daba vuelta campana, nos atrapaba con la succión. Pero fue tan noble el crucero, que cuando se hundió fue por la popa, produciendo una marejada que ayudó a alejar a las balsas”.

“Arriba de la balsa, éramos 7 u 8, y nos amontonamos todos. Tratábamos de navegar todas las balsas juntas, pero no se podía por el temporal. En esa balsa estuvimos 2 o 3 horas, hasta que el viento aumentó y empezó a embolsarla y a entrar agua. Pensamos que nos podíamos hundir, algunos empezaron a gritar y todos rezábamos, y empezamos a buscar otra balsa con pocos ocupantes para poder pasarnos”.

“Pensamos que nos podíamos hundir, algunos empezaron a gritar y todos rezábamos”

 

“Hubo un muchacho que demostró un valor increíble, que se ofreció a tirarse porque sabía nadar muy bien. Y lo hizo, después de un par de intentos tuvo que nadar en forma cruzada para evitar que el agua lo arrastrara a otro lado, y cuando estaba por llegar le tiraron una soga, y con ella nos empezamos a pasar uno por uno. Así estuvimos como 38 horas todos juntitos, amontonados, nos orinábamos encima pero estábamos tan congelados que no sentíamos nada”.

EL RESCATE

“Fuimos rescatados por el Gurruchaga – relata Flores- un barco chico de unos 90 metros de eslora para unas 60 personas, pero que rescató como a 450 náufragos, por lo que estaba todo el espacio ocupado, hasta los pasillos”.

“Para abordar el barco -continúa - nos tiraron las redes de rescate para que la gente se vaya colgando y sea más fácil subir. Pero la balsa tenía que estar a la misma altura del barco en medio del oleaje, y yo no podía subir porque tenía los dedos congelados y las manos entumecidas, hasta que desde arriba empezaron a subirme como podían y me alojaron en el comedor. Las mesas hacían las veces de camillas y nos dieron chocolate o caldo para calentar el cuerpo. Y vi, al lado mío, a un conscripto que tomó y le agarró una especie de ataque cardíaco, falleciendo al instante a pesar de los intentos de reanimación. Lo sacaron de inmediato para no tensionar más a la gente”.

Una de las balsas en la que muchos tripulantes lograron sobrevivir

“A mi un compañero me aconsejó ir a las duchas, sacarme la ropa que estaba como pegada al cuerpo y bañarme con agua caliente. Abrió la canilla para que me cayera sobre la espalda, y a pesar de que salía hirviendo, yo no sentía nada. Un rato largo después empecé a sentir un cosquilleo, a mover los dedos que estaban como petrificados, creo que volví a nacer. Después los tripulantes del Gurruchaga nos dieron todo lo que tenían para abrigarnos, pantalones, camisetas, zapatillas. Tardamos más de 10 horas en el viaje de regreso, en el que el barco tuvo que cambiar de rumbo de navegación. Y era tal la tensión, que cuando una ola nos golpeó con tremenda violencia, muchos empezaron a gritar pensando que nos estaban atacando otra vez”.

Para abordar el barco nos tiraron las redes de rescate para que la gente se vaya colgando y sea más fácil subir. Pero la balsa tenía que estar a la misma altura del barco en medio del oleaje, y yo no podía subir porque tenía los dedos congelados y las manos entumecidas”

Carlos Raúl Flores

“Después de la guerra fue complicado al principio -dice el platense Flores - porque no podía dormir bien por las cosas que vi y que viví. A mí no me gusta tomar pastillas por más que me aconsejaron los psiquiatras, pero lo cierto es que escuchaba un ruido o un golpe fuerte y me desvelaba, estuve muy traumado durante 5 o 7 años. Las pastillas duermen nada más, pero no hacen olvidar, no sacan los recuerdos”.

DEL BELGRANO, AL GOLFO

Tras aquella experiencia en el Crucero General Belgrano, Carlos Raúl Flores continuó su vida en la Armada hasta el año 2005.

“Estuve en la ESMA hasta el año 84, y después me destinaron al Astillero Río Santiago, acá en La Plata, donde estuve en la corbeta Rosales y luego en la Spiro. Eran los años 90, 91, y el gobierno de Menem decidió acompañar a la Fuerza de Tareas de los Estados Unidos a la guerra del Golfo como escoltas de los buques mercantes, y yo fui a parar ahí. Al principio no sabíamos que tareas íbamos a desempeñar, pero una vez en el lugar nos vimos en medio de la guerra en serio, casi como carne de cañón, acompañando al destructor Almirante Brown. Era una tarea de aliados, y al lado nuestro navegaba también un buque inglés, parecía una ironía, un buque con el que habíamos estado en guerra. Pero esa también era una guerra, todos teníamos los cañones cargados y encima el golfo estaba todo minado. Era muy peligroso y ahí también me las vi feas, porque veía los misiles que volaban hacia un lado y hacia el otro, por encima nuestro. Pero igual, nada se compara a lo que viví con el crucero General Belgrano”.

El retiro lo encuentra lejos de las guerras, en una tarea más serena como auxiliar de educación

 

Después de todo aquello, en la vida del platense Carlos Raúl Flores, que nació en el barrio de La Loma pero que a lo largo de su vida pasaría por otros muchos barrios de la Ciudad, llegaría la hora del retiro. Un retiro que hoy lo encuentra lejos de las guerras, en una tarea mucho más serena como auxiliar de educación en una escuela de La Plata. Pero con los recuerdos intactos de lo vivido 40 años atrás, cuando se salvó de milagro en el hundimiento del Crucero General Belgrano.

El platense Carlos Raúl Flores hoy, mostrando las fotos que conserva de cuando era tripulante del Belgrano / Gonzalo Calvelo

 

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