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De espíritu inquieto y corazón aventurero, su vida se movió entre el arte, el diseño y la publicidad. Nunca le faltaron sueños, pasiones, viajes ni proyectos, y tiene el entusiasmo necesario para continuar
Entrador y de buena charla, Rayo Puppo abrió las puertas de su casa para contar anécdotas sobre su vida y su obra / Dolores Ripoll
ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Viajero, escultor, andariego, casamentero y amigo de la charla. El currículum de Rayo Puppo dibuja -el verbo le cae justito- una larga caravana de empeños que dejaron rastros visibles no sólo en las muestras: su poblado elenco de hijos, nietos, ex cónyuges, esculturas, diseños, frases y kilómetros de recorrido le dan letra a una biografía que tiene como estribillo la búsqueda permanente. Se casó tres veces para poder seguir estrenando. Su espíritu inquieto ya había despuntado en su juventud, cuando se fue, de los 18 a los 20, a girar por Dinamarca, Alemania y Francia, entrenándose en el arte callejero y las buenas ondas, un largo bautismo inaugural que le enseñó a mezclar vocación, aventura y descubrimiento. Había ganado una beca por tres meses y se quedó veinte meses curioseando y aprendiendo a mirar y sobrevivir. Cuando la billetera y la nostalgia lo convencieron de que era hora de volver, se metió en Bellas Artes a estudiar Cine pero ya se veía que su amor no estaba tanto en la pantalla quieta, sino en un arte callejero y movido capaz de conmover desde las sorpresas a los que saben pensar y sentir.

Rayo Puppo, en su casa, posa junto a algunas de sus obras más emblemáticas como “Sutura” que realizó con el grupo Escombros / Dolores Ripoll
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Escombros nació en los finales del gobierno de Alfonsín cuando la hiperinflación venía demoliendo todo. Sacó partida de nacimiento entre las ruinas de la autopista 9 de julio, que estaba en plena construcción y rompía todas sus vecindades. Su idea de exponer en un no lugar le dio impronta y bautismo a un grupo que quería interpelar la realidad con sus impactos, que venía a retratar a un mundo destrozón y que elegía, con el mismo cuidado, temática, medios y escenarios.
Amante de las inauguraciones, se casó tres veces para poder seguir estrenando
Pero para llegar a esos escombros, la ciudad le puso a sus pies una estimulante mampostería. La impronta de los 60 se hizo sentir con sus arrebatos y sus desafíos. No hace falta hablar sobre los trabajos que fueron presentando, sino sobre el clima efervescente de aquel paisaje repleto de proyectos. Los boliches habían alterado a fondo su fisonomía y sus ofertas. Federico V, por ejemplo, era una de esas catedrales urbanas que empezaban a surgir con nuevos modales y nuevas resonancias. El diseño ganaba lugar, la belleza deambulaba por otras veredas, lo explosivo y lo distinto sacaban chapa. Los futuros escombros -entonces, unos cascotes ocurrentes- se hacían ver. Estaba Karamba en la calle 45, donde Puppo junto a Luis Pazos y Jorge de Luján Gutiérrez, eran una mezcla de influencers y productores: repintaban el lugar, contrataban figuras, convocaban celebridades. Rayo diseñó el logo y el resto ponía ideas y elenco para poder jugar de activistas del entretenimiento. En medio de esa ciudad de largas charlas, de trasnoches interminables a sala llena, ellos venían a interpelar la realidad con preguntas incómodas. En Karamba había otros nombres que se fueron preparando. Néstor Mux, mientras imaginaba poesía, ejercía como boletero y Guegué Feminis aportaba su entusiasmo barullero. Y andaban haciendo cosas por la Ciudad, sumándose a una movida innovadora, Néstor Musotto, Gonzalo Chávez, Raúl Fortín, Nelson Blanco, Wimpy García, Santiago Mamberto, Kico García, Ricardo Mizrahi, José Altuna, el Mono Ibarlín gente con ideas y ansias de sobra para generar un mini parque de atracciones que le hacía lugar a cualquier destello que alumbrara distinto.

Rayo Puppo junto a los miembros fundadores del Grupo Escombros
En los finales de los 60, Puppo, Luján Gutiérrez y Pazos expusieron Arte de Consumo en la esquina de 6 y 49. Despuntaban los happenings celebratorios y provocadores. El prócer Romero Brest inauguró ese espacio que tenía los contrastes de un barullo creativo y bien orquestado. Entre los tres, proponían, decían, molestaban. Se disfrazaban, irrumpían con sorpresas, mensajeaban, había música y Rayo una vez se animó a pintar en acrílico sobre la silueta cimbreante de una bailarina que se iba coloreando ante los invitados. En los 70, organizaron en Tandil una muestra ambulante en una vieja bañadera de aquellos años. Llevaba críticos a bordo y sorpresas entre la ciudad y sus orillas. De entrada nomás cada uno recibía una manzana con una apelación: “¡Vivir es aceptar todas las tentaciones”. A partir de allí, el tour se transformó en una adivinanza entre sonrisas y asombro.
Y llegó en 1971 la invitación para exponer en la Bienal de Arte de París, un convite consagratorio que les dio otro vuelo al grupo. Fueron Puppo y Pazos, porque Luján Gutiérrez iniciaba su carrera ascendente en editorial Atlántida. Y ya que andaban por allí, Luis y Rayo se dieron una vuelta por esa España miedosa y mojigata que veía a estos visitantes como amigables provocadores que hacían sin pedir permiso. Toda experiencia les dejó ideas. Sus plumas se fueron afinando, sin descuidar la vida íntima y el trabajo. Entre obligaciones, besos y ocurrencias, nunca dejaron de seguir experimentando, probando, decidiendo, creando.

De Luján Gutiérrez, Pazos y Puppo en la inauguración de “Excursión”
Rayo, mientras tanto, se iba casando y descasando, siguiendo quizá el catecismo de aquellos que aseguran que el matrimonio es eterno, pero las esposas, no. Y por acumular tantas promesas y divorcios, sin duda puede dar cátedra sobre la fuerza de los flechazos y las reincidencias. Sus novias sin querer lo fueron educando en el encanto incierto de unirse y separarse. Y en cada una encontró inspiración e hijos para dejarle otros mensajes al mundo. Ahora que el matrimonio parece una institución en bancarrota, lo de Puppo no parece anacrónico, sino heroico. Más que amor, Rayo salía (¿y sale?) a buscar esposas. Se adelantó a Marie Kondo en el arte de saber desechar y potenciarse. Y mal o bien, las rememora con cariño, porque todas ellas fueron las musas de un camino de búsqueda que dejó encantadores escombros en las exposiciones y en el amor.
El grupo nunca desapareció. Tuvo su época de esplendor y sus pausas. Jamás dejaron de observar el mundo y desafiarlo. Sus resultados hablan de un trabajo conjunto que se fue redondeando gracias al permanente intercambio. Estuvo siempre y nunca arrió sus banderas. Nació entre motoniveladoras y destrozos en los preparativos de una autopista. Y sus cultores le añadieron al nombre -Escombros- una frase que le dio filosofía y mayor alcance a esa performance fundacional: “Somos artistas de lo que queda: nos sorprendemos estar vivos cada mañana y tener sed e imaginar el agua”.
Escombros nació en los finales del gobierno de Alfonsín, cuando la híper demolía todo
Acaban de exponer en el Museo de Arte Moderno de la avenida San Juan, en Buenos Aires y en el Centro de Arte de la UNLP. “Excursión” -así se llamó la muestra que se vio en La Plata- se propuso recordar y repensar una histórica acción performática de los 70 que encabezó Puppo con sus compinches Luis y Jorge, con la que buscaban poner en cuestión las relaciones entre arte y consumo, la tecnología, la comunicación y la vida.
Puppo usó también su aliento creativo para montar una agencia de publicidad que le enseñó a comprar y vender y a media ciudad. Se hizo un gráfico todo terreno y sus bocetos ennoblecieron el mundo plebeyo de las ofertas. El desarrollo de esa empresa lo obligó a desandar un nuevo escenario. Se equipó, dio trabajo, pero al final tuvo que divorciarse -otra vez- de este otro amor, “por la crisis, internet y el sindicato”, como le gusta decir a la hora de ensayar un balance apurado de algo que le dejó satisfacciones y deudas. Hoy, esas máquinas quietas, esos lápices en espera, esos colores apagados insinúan que también allí el fantasma de otros escombros deambula en medio de un escenario por donde él va y viene entre recuerdos y ausencias.
El grupo Escombros sin duda sirve de alegoría al desfile de tres familias que terminaron en ruinas queridas que el tiempo fue archivando. Tiene ocho hijos de tres madres distintas. Fue un novio formal con fiesta y todo. No se privó ni de luna de miel ni de desavenencias. Pero siempre sorprendió que, cuando llegaba la hora de redondear la convivencia, este viejo habitante de la bohemia y la provocación prefiriera el anillo y la marcha nupcial. Parece un contrasentido que un ser que dejó mensajes desde las ruinas, sea tan formal a la hora de construir familia. Pero su triple casamiento es, en el fondo, otra apelación vendedora: más allá de los escombros, hay que apostar al amor, que siempre se abre paso para reconstruir ilusiones y esperanzas.
Rayo sigue buscando y mostrando, mientras sube y baja por esa casona que ha sido muda testigo de su trayectoria. Tiene entusiasmo, ideas, cosas a medio hacer y proyectos. Su mano, su cabeza y su corazón buscan poder dar al fin con el modelo final que de alguna manera le ponga el mejor cierre a una vida inquieta. Rayo -y su sobrenombre promete constantes resplandores- hizo del casorio un deporte y sus nuevos fichajes y renovaciones terminaron siendo la sal de vínculos intensos y fugaces que le dieron esperanza y temas a su labor creativa. Aprendió a fuerza de anillos que en el amor nada está sobreentendido y que cada cambio puede ser un renacer. Se pasó la vida dando el Sí... pero más que nada a las ganas de seguir haciendo cosas. A este artista de lo que queda, todavía le queda.

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