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Una marcha muy incómoda

Una marcha muy incómoda

Las principales referentes de la CGT, en la primera línea / AFP

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

18 de Agosto de 2022 | 01:54
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Para la CGT, la marcha fue incómoda. Lanzada hace más de un mes, antes de que Sergio Massa arribara al Ejecutivo como la bala de plata del gobierno, le resultó imposible levantarla. Por presiones internas, de abajo hacia arriba, y por pujas de representación simbólica con otros actores políticos -como los sectores piqueteros duros- que, montados en el descontento social por el descalabro económico, le disputan a los gremios “la calle”, esa eterna obsesión del peronismo.

Hubo sugerencias para bajar la marcha, confirman fuentes del oficialismo. Los focos apuntan a César Acuña, uno de los tres titulares cegetista, que milita en el Frente Renovador de Massa. El ministro empoderado habría preferido que se evitara la movilización del descontento, que le den un tiempo para mostrar una mejora. No  hay margen, le dijeron.

El sanitarista Héctor Daer, el más cercano a Alberto Fernández del triunvirato que conduce la central obrera, fue perdiendo capacidad de lobby interno a favor del gobierno en la misma medida en que se fue desdibujando la figura del Presidente durante el último mes y el eje de poder en la Casa Rosada se corrió hacia Massa.

Pablo Moyano, el más duro de ese trío, aparece más cercano a Cristina Kirchner, actuando en tándem con, por ejemplo, la kirchnerista Central de Trabajadores Argentinos (CTA) de Hugo Yasky.

Moyano, aparentemente distanciado de su padre Hugo (quien se para más cerca de Alberto F.) fue quien ayer recomendó al Presidente, cual remedo de la famosa alegoría de la lapicera que tanto le gusta usar a la vicepresidenta, “que tome las medidas que tiene que tomar, que lo vamos a acompañar; que siente en la mesa a los que remarcan los precios”.

Moyano junior, junto a sus pares, habló en una conferencia de prensa. Fue el corolario de la marcha, que no se hizo a la Plaza de Mayo (donde ayer si confluyeron los piqueteros duros) sino al más indefinido Congreso nacional. Así, no se apeló al tradicional acto final desde un escenario, que históricamente ha sido el púlpito desde el cual el gremialismo movilizado hace sus reclamos. Claro, porque no hubo reclamos al gobierno con nombre y apellido, más allá de que sí los hay intramuros, debido a que oficialmente no fue una movilización “en contra” de Alberto F. como se encargaron de explicar los voceros sindicales. Se entiende, pues, la ausencia en la plaza histórica: reclamar allí, es reclamarle al Presidente.

No hubo reclamos al gobierno con nombre y apellido, más allá de que sí los hay intramuros

 

Increíblemente, y según la explicación de la CGT, la de ayer fue una marcha gremial contra: a) la inflación, como si ésta fuera una malvada entidad humana o jurídica con vida propia; b) contra los empresarios -a los que siempre ligan con la oposición- que aumentan los precios porque son seres malos que sólo quieren perjudicar a los trabajadores; c) por “la Patria”, un lindo ejercicio semántico para no decir “en contra de”; y d) condenando la especulación financiera.

O sea que la CGT tomó el relato oficialista según el cual el poder adquisitivo del salario de los trabajadores se ve erosionado notablemente por una inflación descontrolada de la que el gobierno nacional es casi una víctima. Ni una palabra a la -por ahora- incapacidad oficial para combatirla.

Esta curiosa mirada sólo se explica porque la central de la calle Azopardo se siente parte del oficialismo desde la llegada de Fernández al poder (tal vez esperaban más injerencia) e incluso se ha autopercibido como uno de los sostenes políticos del Presidente frente al continuo esmerilamiento al que ha sido sometido por el kirchnerismo duro. Que, por cierto, parece haberse frenado con la llegada de Massa a Economía, en acuerdo con Cristina.

¿Pero los gremios están contentos con Fernández? La verdad que no. Porque tienen un lista de temas en los que no se ponen de acuerdo con la Casa Rosada. Para citar sólo algunos:

-Nunca pudieron meter un hombre propio en la Superintendencia de Seguros de Salud, el organismo que reparte los fondos de las obras sociales, que además están históricamente retrasados.

-Aún no logran que salga el prometido decreto para que el Estado nacional absorba los costos de las prestaciones no médicas a los afiliados con discapacidades, como educación y transporte, que representan un gasto para las obras sociales de 44 mil millones de pesos anuales. Incluso pretenden que el Estado también se haga cargo de los tratamientos más costosos y prolongados. A priori, con Massa obligado a recortar erogaciones para bajar el déficit fiscal esta idea parece impracticable.

-Respaldado por Cristina, el ministro Massa sería partidario de conceder una suba salarial general por decreto para compensar la inflación. Pero la mayoría de la CGT se opone porque eso implicaría renunciar a las paritarias libres que, más allá de la conveniencia para el trabajador, empoderan al líder gremial frente a la patronal y a sus afiliados.  

Pero además, la CGT debió marchar para facilitar una válvula de escape a las demandas de las bases, que presionan en un contexto inflacionario y de incertidumbre. Una catarsis más tenue que un paro general, pero que se decidió en un marco general de cierta puja en fábricas y plantas obreras con expresiones gremiales ligadas al trotskismo, que siempre son más virulentas en la metodología del reclamo pero que pueden ser seductoras para el trabajador desalentado que se comprueba pobre aún teniendo empleo formal.

En criollo: los gremios tradicionales estaban (¿están?) quedando peligrosamente ligados a la idea de una burocacria sindical mas bien pasiva frente a la crisis, lejana a las necesidades del afiliado que requieren inmediatez, con un poder de movilización callejero opacado por los movimientos sociales, antes llamados piqueteros, tanto afines al gobierno como enfrentados a él. “Algo había que hacer”, explicaba ayer una fuente sindical con años en este tema.

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