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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Ni Santa Rosa se anima a llegar con su despliegue de refucilos a este mapa turbulento. Aunque se esmere, los desmanes que trae esta santa nunca podrán superar esos temporales criollos, que siempre nos agarran a la intemperie y sin paraguas. La nueva versión de Santa Rosa se ve menos y se siente más. Ella quizá decidió no presentar su mejor coreografía de relámpagos y truenos, sabe que no puede competir con los eternos nubarrones nacionales.
El cielo patrio, repleto de denuncias cruzadas, pedidos de condena y movimientos rescatistas, desencadenó en la semana un aguacero interminable de marchas y contramarchas, con chubascos de precios y una llovizna de ilusiones. Aquí, ser pronosticador es fácil: siempre anuncian más tormentas. La alerta amarilla debería ser permanente. Nadie nos protege de la garúa de préstamos, sobreprecios y embargos. El mal tiempo va a seguir un tiempo largo. Lo malo arraiga fácilmente en estas pampas. La idea de poder alcanzar un calendario tranquilizador es muy difícil. La primavera cada vez se aleja más. Hasta las golondrinas la van a pensar dos veces antes de pegar la vuelta. Nos prepararon para salir campeones y hoy estamos luchando por la permanencia. La sucesión de caídas, como local y visitante, nos han puesto a punto de perder la categoría. La crisis muestra el clásico de un país que sueña con grandes festejos y acaba penando por un alargue.
El temporal de Santa Rosa se adelantó y trajo menos cumulonimbus y más quilumbus. Los expertos no pueden lanzar vaticinios en un paisaje sin perspectiva. Es una crisis muy bien pensada a la que el deambular presidencial le suma pocos hallazgos y muchas emboscadas.
El temporal de Santa Rosa se adelantó y trajo menos cumulonimbus y más quilumbus
La tormenta de Santa Rosa nunca podrá superar esos temporales criollos que nos agarran a la intemperie y sin paraguas
La solución en lo inmediato es poner más feriados. Por decreto o como sea. Los días hábiles traen mucha zozobra a estos pagos. Todas las mediciones quitan el sueño. Los feriados pueden ser la vacuna salvadora de un calendario al que le faltan fiestas de guardar y le sobran días de miércoles. No funciona ni Comodoro Py ni los bancos. No hay piquetes ni marchas. Y no es poco. La calma dominguera pone a la furia en pausa. Y a cualquier imputado lo reanima un fin de semana sin fiscales ni arrepentidos.
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El “buen finde”, ese augurio automático, pasará a ser el slogan cabalístico de un territorio entregado al azar, donde apostar a lo providencial parecer el único plan. Démosle por eso una cordial bienvenida a los días festivos. Esas jornadas sin cifras, ni cámaras ni Cámara. Hemos llegado con mucho esfuerzo a este domingo. Nos costó esta travesía semanal sembrada de tarifas y marchas, de presuntas condenas y presuntos suicidios, esta “pequeña poesía de adioses y de balas”, como imaginó Horacio Ferrer.
En homenaje a El Día del Lector, que se celebró esta semana, la palabra “suicidio” volvió a resonar en todo el país. La puso en escena el presidente Alberto Fernández, poniendo en una misma oración a Nisman, al fiscal Luciani y al suicidio. Comentario capcioso y fuera de lugar que hizo equilibrio entre el recuerdo y la premonición. Lo cierto es que hasta ahora no hay pruebas irrefutables de que Nisman se haya suicidado o de que lo hayan suicidado. La causa está abierta y sólo Lagomarsino, el dueño del revolver asesino, está como sospechoso. Como dijo Félix Luna del suicidio de Alem, “toda la República oyó ese balazo”. La del Presidente, fue una declaración inoportuna, descabellada y fúnebre que se ganó el repudio de la oposición y hasta el enojo de algunos de los suyos, molestos por haber desviado con esa reflexión fuera de lugar el tema excluyente de la entrevista: el juicio contra Cristina.
Para tratar de aclarar las cosas (algo que al final siempre oscurece más) la vocera Gabriela Cerruti recurrió a una excusa desgastada: “La frase del presidente fue sacada de contexto”. Hay una respuesta de un gran escritor mexicano, Carlos Monsiváis, uno de los mejores columnistas del continente, que cuando un ministro lo recriminó haber transcripto a una cita del funcionario “fuera de contexto”, Monsiváis le dio una respuesta ejemplar: “Toda cita es, por definición, una supresión del contexto”.
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